Wassily Kandinsky fue un pintor de origen ruso cuya actividad se dio dentro del período de las Vanguardias europeas de principios del siglo XX, destacando sobre todo sus aportaciones teóricas y prácticas sobre el arte abstracto, campo en el que fue pionero.
Su carrera en el campo artístico se inició de manera tardía, introduciéndose en el mundo de la pintura a los treinta años, momento en el que decidió abandonar su puesto como profesor de Derecho en la Universidad Estatal de Moscú para dedicarse por completo al arte. Fueron dos factores fundamentales los que le llevaron a tomar esta decisión en 1896.
En primer lugar, alrededor de esas fechas había tenido lugar en Moscú una exposición sobre los impresionistas franceses. Kandinsky, que ya de antes estaba interesado por el arte, fue a visitarla. Aquí quedó prendado de la obra de Monet, particularmente de un cuadro que representaba un pajar, del que más tarde escribió:
«Antes sólo había conocido el arte realista, y a decir verdad, sólo a los artistas rusos […] De repente, por vez primera, veía un cuadro. El catálogo me informó de que era un pajar: no lo había reconocido. Tenía la vaga sensación de que el objeto no estaba en el cuadro. Me di cuenta con sorpresa y confusión de que la pintura no sólo me había cautivado, sino que dejaría una impresión imborrable en mi memoria».
Tras este primer contacto con la Vanguardia, se marchó a Múnich para entregarse únicamente a su nueva pasión.
La otra causa importante que afectó a su decisión tuvo que ver con su asistencia a la ópera Lohengrin del compositor Richard Wagner en el Teatro Bolshói de Moscú ese mismo año. Kandinsky quedó verdaderamente impresionado por esta obra y a partir de este momento comenzó a plantearse una variedad de cuestiones.
Una variedad de cuestiones que Wagner ya se había planteado muchos años antes. El músico alemán había investigado y teorizado sobre la unión de la música y el arte, llegando a crear el concepto de Gesamtkunstwerk, el cual hacía referencia a una “obra de arte total”. Esto conllevaba interconexiones entre las diferentes formas de expresión artística como lo eran la pintura y la ópera.
Las ideas de Wagner habían sido influidas a su vez por las teorías filosóficas de Schopenhauer, quien mantenía una actitud pesimista frente a la vida. Consideraba que toda la existencia del ser humano giraba en torno al deseo: estamos en un constante estado de deseo por unas cosas u otras, pero este nunca se satisface del todo, por lo tanto, el dolor es la raíz de nuestro ser. Pero proclamaba que había una única manera de escapar del dolor, y esta se daba a través del arte.
Más específicamente Schopenhauer depositaba su fe en la música, la cual consideraba “el arte más elevado de todos”. Esto se debía a que la música poseía un carácter abstracto: al funcionar mediante el oído en vez de la vista, la imaginación no tenía ninguna referencia a la que agarrarse, por lo que estaba completamente libre de la prisión que supone la razón que nos lleva a sentir dolor por medio del deseo.
Cuando Kandinsky presenció Lohengrin en Moscú se empapó del planteamiento de Wagner sobre el Gesamtkunstwerk: «He oído en espíritu todos mis colores, estaban frente a mis ojos. Frente a mí se dibujaban líneas salvajes, casi locas. No osaba decir que Wagner había pintado musicalmente mi hora». Lo que hizo el pintor durante su carrera artística fue asumir sus ideas y materializarlas con su arte en el campo de la pintura, con la intención de “lograr una experiencia paralela en la que los colores fueran las notas y su composición la tonalidad”.
No comenzaría a alcanzar este objetivo hasta 1910, cuando abandonó las prácticas del Impresionismo y el Expresionismo para volcarse por completo en la pintura no figurativa. Fue en este año cuando realizó Primera acuerela abstracta (fig. 1), de acuerdo con estos parámetros wagnerianos.
A partir de aquí Kandinsky volcaría su obra en la investigación en torno a la abstracción y el color, dividiéndola en tres categorías: impresiones, improvisaciones y composiciones. A diferencia de las dos primeras, técnicas donde prima la rapidez y, como su propio nombre indica, la improvisación; las composiciones son piezas necesitadas de un trabajo más meticuloso y prolongado, piezas que pudieran contener “la escala y la estructura de una sinfonía”.
Un año después de esta Primera acuarela abstracta, Kandinsky seguía transitando por el camino de la no figuración. Por aquel entonces el ruso vivía en Múnich, donde asistió en enero de 1911 al concierto de una obra del compositor vienés Arnold Schoenberg, que lo dejó profundamente emocionado.
Este evento le inspiró a pintar Impresión III (Concierto) (fig. 2), un cuadro protagonizado por el color amarillo, que ocupa la mayor parte del espacio, y por una mancha negra que evoca un piano. Tardó dos días en pintarla, los dos días siguientes al concierto, llevándola a cabo bajo los efectos de la música que había escuchado. Quería plasmar el impacto que tenía en él el color amarillo, algo que explicaría más tarde en De lo espiritual en el arte. Para Kandinsky fue muy importante la sinestesia, basando sus teorías en las relaciones entre sonidos, colores, formas…
El concierto de Schoenberg le había fascinado de tal manera que decidió escribir al músico: «En sus obras ha hecho Vd. realidad aquello que yo, de forma incierta desde luego, he estado buscando en la música con tanto anhelo. Ese caminar independiente de los propios destinos, de la vida propia de las distintas voces que hay en sus composiciones, es exactamente lo que también yo intento encontrar en la pintura. […] Me ha alegrado enormemente encontrar en Vd. la misma idea». Esta carta constituiría la primera de muchas, llevando a juntarlos en una amistad construida sobre sus planteamientos relativos al arte.
Ambos perseguían el objetivo de suprimir el elemento de la conciencia en el arte, lo que suponía la elaboración de producciones efectuadas por medio del instinto y no de la razón. A partir de entonces, Kandinsky buscó otorgar a sus pinturas el mismo estatus que una obra musical, es decir, que las composiciones sonoras y pictóricas fueran análogas. Fue algo que desarrolló más tarde en su libro De lo espiritual en el arte, que publicó también en 1911: «En general, el color es un medio para ejercer una influencia directa sobre el alma. El color es la tecla, el ojo el macuto, y el alma es el piano con sus cuerdas. El artista es la mano que, mediante una u otra tecla, hace vibrar adecuadamente el alma humana». Su relación con Schoenberg y las ideas que salieron de esta resultaron fundamentales para su producción posterior.
Una obra muy representativa de estas experimentaciones con la pintura es Composición IV (fig. 3), ejecutada en 1911. Esta pertenece a la serie de Composiciones que comenzó a realizar Kandinsky a partir de 1910, con el objetivo de alcanzar una simbiosis entre música y pintura, como ya hemos mencionado. Las tres primeras obras que abrían la serie fueron destruidas en la II Guerra Mundial, por lo que Composición IV es la primera que se conserva.
Se trata de un lienzo pintado al óleo que posee unas dimensiones de 1,59 por 2,50 metros. La pintura todavía incluye elementos figurativos; no es del todo abstracta, aunque la arbitrariedad de colores (arbitrarios únicamente a primera vista) nos quiera hacer pensar lo contrario. Se divide en tres partes, marcadas por las tres montañas que Kandinsky representa: una púrpura a la izquierda, más disimulada; otra amarilla a la derecha, más llamativa; y finalmente una azul en el centro, la cual es la primera en ser captada por el ojo al posar la vista sobre el cuadro.
Encima de esta se distingue una estructura que podría ser un castillo, y al frente se intuyen tres figuras que sujetan unas lanzas que recorren la composición de arriba a abajo. En lo alto de la montaña amarilla se colocan dos torres, y por encima de la púrpura el único elemento identificable es un arcoíris, que a su vez está cubierto por líneas y manchas de color dispuestas de manera aparentemente caótica.
A priori puede parecer un cuadro incoherente y confuso, pero la realidad es que, como su nombre indica, es una composición meditada y ejecutada concienzudamente. El elemento principal es el color, en cuanto al cual se articula todo el lienzo. El propio Kandinsky aporta anotaciones en cuanto a los elementos que lo conforman: las masas, siendo estas los colores principales como el azul o las líneas negras; los contrastes entre colores, la difuminación…
Define el paso de las líneas a las masas de color como un “movimiento agudo punzante”, equiparándolo a una batalla. Es evidente que este tipo de adjetivos no suelen utilizarse en relación a la pintura, sino a los sonidos; por lo que aquí Kandinsky nos deja claro que su obra va mucho más allá de lo visual.
Además, en De lo espiritual en el arte Kandinsky había asociado cada color a un sonido o instrumento, una regla por la cual se rige esta obra: el amarillo sería equivalente a la fuerza de una trompeta; el azul, en contraposición, posee “un elemento de quietud” y el verde es “el color más tranquilo que existe”, que podría equipararse al sonido de un violín. Expone que «así como un cuadro en tonos amarillos irradia calor espiritual, y otro en tonos azules parece irradiar frío […] uno verde irradia aburrimiento». Es la mezcla de todos estos y más la que domina Kandinsky, dotando a la obra de gran dinamismo y profundidad.
Composición IV toca muchos de los temas que preocupaban al pintor, como “la relación entre hombre y mito, el cielo y la tierra, el bien y el mal, la guerra y la paz”… los cuales son temas míticos y legendarios, del tipo de los que trataban muchos compositores en sus obras, Wagner entre ellos. Una vez hechas todas estas relaciones podemos darnos cuenta mirando la obra de que realmente es un equivalente a una composición musical. El carácter épico y monumental le proporciona una dimensión que vas más allá de la pintura: si observamos detenidamente, podemos percibir los sonidos y estruendos que provocan los colores y las formas, justo como Kandinsky lo habría apreciado.
BIBLIOGRAFÍA
- DI STEFANO, Eva, Kandinsky, dentro de la colección El Impresionismo y los inicios de la pintura moderna. Barcelona, 1999.
- GOMPERTZ, Will, ¿Qué estás mirando? 150 años de arte moderno en un abrir y cerrar de ojos. Barcelona, 2013.
- KANDINSKY, Wassily, De lo espiritual en el arte. Ciudad de México, 1989.
- PEÑA, Vidal, “Schopenhauer y la música: un caso de «Romanticismo Formalista» musical”, El Basilisco, Nº 4, septiembre-octubre de 1978, pp. 29-34.
- SCHOENBERG, Arnold y KANDINSKY, Wassily, Cartas, cuadros y documentos de un encuentro extraordinario con selección, prólogo y notas de Jelena Hahl-Koch, Madrid, 1987.
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Realizado por: Raquel Martín