Los viajes de Gauguin. Parte 2

LOS VIAJES DE GAUGUIN

Después de explorar los primeros viajes y obras de Paul Gauguin alrededor de Europa, su estancia en Bretaña y su primera estancia en Tahití en la primera parte de este artículo LOS VIAJES DE GAUGUIN, es momento de seguir el rastro que lo llevaría hacia tierras todavía más lejanas. En estos viajes Gauguin consiguió transformar tanto su filosofía del mundo como su pintura, desarrollando un estilo más personal gracias a las culturas que conoció. 

En esta segunda parte, analizaremos cómo estos viajes marcaron una ruptura definitiva con la vida moderna europea, con el academicismo imperante en el arte a finales del siglo XIX, y cómo dieron vida a algunas de sus obras más icónicas. 

La vida de Gauguin en Tahití no fue lo que él esperaba: con el paso del tiempo, sus ahorros se acabaron y el idilio con la joven Tití finalizó. Esta época consistió en un constante bucle de quedarse sin dinero, enfermar, ingresar en el hospital, no poder pintar debido a la falta de recursos, enviar cartas y cuadros, y rogar a sus contactos en París que se vendieran sus obras. Además, seguía en su espíritu nómada el deseo de huir a otros lugares, con la esperanza de que su situación mejorase. Por ello intentó volver a París mediante su repatriación, un arduo proceso que le enfrentó con el gobierno francés.

A finales del año 1892, su trabajo empezó a dar sus frutos. Llegó a realizar veinte cuadros de su vida en Tahití, además de conocer a su nueva amante y modelo, Tehamana, pero aun así su vida en las islas de Polinesia no fue fácil. De estos momentos podemos destacar la obra de Matamua de 1892, que se encuentra a día de hoy en el Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid.

Mata Mua (Erase una vez) - Gauguin, Paul. Museo Nacional Thyssen-Bornemisza

Datada del mismo año, encontramos la pintura de La orana María, en la que podemos identificar la religiosidad y espiritualismo de la época bretona de Gauguin, con un tema de la iconografía cristiana, la Adoración de los pastores a la Virgen María.

Podemos observar dos adoradoras inspiradas en los relieves del templo budista de Borobudur en Java, que Gauguin conoció en la Exposición Universal de París de 1889 (imagen derecha). Además de la Virgen María con el niño a cuestas y las dos adoradoras, el pintor añade un ángel semi-oculto en la vegetación de la izquierda, sosteniendo la palma del martirio, lo que premoniza el futuro sacrificio del Niño Dios. En cuanto al nivel formal, sigue trabajando su pintura mediante superficies planas de color con tonalidades llamativas.

Ia Orana Maria - Wikipedia, la enciclopedia libre
Templo de Borobudur: Guía completa de visita

A finales de 1893 se inauguraba en Copenhague una exposición de arte moderno, en la que se reservó una sala entera para obras de Paul Gauguin, conseguida gracias a la ayuda de Mette, la todavía mujer del pintor. Esta exposición no fue suficiente para el artista, por lo que Gauguin, recién llegado a Francia, consiguió comprometer al marchante Durand-Ruel para hacer una exposición exclusiva de sus obras. A pesar de tener un resultado económico bastante bajo, la consideró un gran éxito y se contentó con la acogida de la crítica artística. 

Su inquieto espíritu le llevó a viajar a Bruselas, donde se realizó una exposición con algunas de sus obras; gracias a esto, pudo conocer los museos de Bélgica. Después se marchó a Bretaña con sus amigos, donde sufrieron un altercado y Gauguin tuvo que ingresar en el hospital. Este accidente le impidió pintar por un tiempo, y tuvo que ahogar su dolor con morfina y alcohol. Todo esto se refleja en sus cartas como un nuevo empeño para huir de Europa. 

“Nada me impedirá partir, y será para siempre. Qué estúpida existencia la vida europea” 

A pesar del rechazo a la vida europea, durante esta época realizó su obra Mahana no atua, que significa el día del dios. En esta obra representa una escena religiosa y una alegoría. Encontramos una disposición geométrica de la obra, entorno a la diosa Hina con los brazos alzados, a la que el pintor representa mediante la combinación de iconografía asiática y del arte polinesio, que veremos en otras de sus pinturas. De nuevo vemos la figura de las adoradoras que llevan ofrendas y danzan alrededor de la estatua, recordando de nuevo a los relieves del templo de Java.

Mahana no atua

En primer plano encontramos tres figuras que representan la alegoría de la vida: empezando por la izquierda con los pies rozando el agua, encontramos el nacimiento; la más central, con los pies introducidos en el agua, la vida; y por último, adoptando la postura fetal de las momias peruanas, la muerte. 

Además de la gran técnica pictórica de este artista, se puede apreciar que, en la mayoría de sus obras, las reflexiones filosóficas sobre la vida y la muerte, y la religión de las culturas que conoce gracias a sus numerosos viajes, tienen un peso muy importante. También cabe destacar la ruptura definitiva con las academias y como él mismo refería, “las mediocridades”.

En el año 1895 comenzó los preparativos para su nueva marcha a Tahití, en este entretanto, Gauguin descubrió que padecía la sífilis, enfermedad que le acompañaría hasta su muerte. En su largo viaje, conoció el Museo Etnológico de Nueva Zelanda y quiso viajar a las islas Marquesas, pero finalmente se instaló en Punaauia, cerca de Papeete, capital de la Polinesia Francesa. 

Estos primeros meses en Tahití no fueron nada fáciles: igual que en su primera estancia, sus ahorros menguaban rápidamente y las enfermedades que le achacaban cada vez eran más insoportables. Sufría de un eczema en la piel, las erupciones de la sífilis, una infección en un ojo y la inflamación de un tobillo, por lo que se consolaba con alcohol o morfina.

Intentó ingresar en el hospital como un mendigo para ser atendido gratuitamente, pero no lo consiguió. La gota que colmó el vaso fue la noticia de la muerte de su hija preferida, Aline, lo que le sumió en una grave depresión. Esta serie de catástrofes le impidió pintar, y solo esperaba buenas noticias con respecto a su arte o dinero de París. 

En una de las cartas a sus amigos franceses que tenían intención de promocionar su carrera artística, Gauguin escribe:

“Creo que se ha dicho sobre mí todo lo que se debía decir y todo lo que no se debía decir. Deseo únicamente silencio, silencio y más silencio. Que se me deje morir tranquilo, olvidado, y si debo vivir, que se me deje aún más tranquilo y olvidado.”

Después de muchos meses sin pintar, a finales de 1897, con los escasos recursos artísticos que poseía, realiza la obra de ¿De dónde venimos? ¿Qué somos? ¿A dónde vamos?, donde quiere resumir toda su creación y reflejar su filosofía, con un cariz muy melancólico. 

En esta obra, Gauguin pretende hacer un relato simbólico sobre la vida de la humanidad en tres etapas: la inocencia, la caída y sus consecuencias. El bebé dormido de la derecha, junto a las figuras sentadas, representa la idea de la existencia idílica del jardín del Edén.

En el centro de la composición asistimos a la caída del hombre en la tentación, al coger el fruto del árbol prohibido. Las dos figuras con ropas púrpuras del fondo simbolizan el dolor por el conocimiento, mientras que el personaje que se encuentra de espaldas representa la felicidad de una vida inconsciente. A diferencia del relato bíblico, aquí se despoja la connotación sexual de la tentación del hombre, representada solo como la búsqueda del saber.

De dónde venimos? ¿Quiénes somos? ¿Adónde vamos? - Wikipedia, la  enciclopedia libre

Por último, la tercera parte presenta las consecuencias de la caída. La mujer joven recostada se encuentra flanqueada por el ídolo de Hina a la derecha, símbolo de vida y resurrección, y la vieja momia peruana a la izquierda, símbolo de la muerte que tapa sus oídos ante la esperanza. Podemos recordar estas iconografías de la obra de años anteriores: Mahana no atua. El pájaro extraño que observamos podría simbolizar el absurdo del conjunto, o una pregunta sin respuesta ante las palabras de la religión. 

Toda esta secuencia narrativa, en el orden contrario al recorrido visual típico (es decir, de derecha a izquierda) manifiesta la autonomía de la pintura de Gauguin frente al orden establecido por las academias, además del regreso del artista a lo primitivo, hacemos un recorrido al regreso del dolor de la experiencia a la inocencia primordial. 

A pesar de realizar esta gran obra, la situación de Gauguin en Papeete no mejoró en absoluto, por lo que cogió un frasco de arsénico, se encaminó hacia la montaña e intentó suicidarse sin éxito. Durante los primeros meses de 1898 su vida volvió al eterno retorno de pobreza, enfermedad y soledad, siendo abandonado y robado por su última amante Pahura. A diferencia de su vida en las islas, en Francia no le habían olvidado y sus obras se vendían, aunque a bajo precio, gracias a su marchante del momento, Durand-Ruel. 

Su último viaje fue a la isla de Hivaoa en las Islas Marquesas, donde la vida pareció sonreírle momentáneamente: fue muy bien acogido por los vecinos y la vida allí era más barata, por lo que pudo construirse una casa. Pero tras una serie de catástrofes climatológicas y disputas con la justicia polinesia, volvió a ser un desecho social.

Finalmente en 1903, sacudido de nuevo por la gravedad de sus enfermedades, abusó de la morfina que le había aliviado en otras ocasiones, y sus amigos le encontraron ya muerto en el lecho. Fue enterrado en el cementerio católico de Autona, simbolizando el exilio definitivo de Paul Gauguin. 




BIBLIOGRAFÍA

Solana, G. (Ed.). (2004). Gauguin. Arlanza Ediciones.

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