COMENTARIO HISTÓRICO ARTÍSTICO DE LA INCREDULIDAD DE SANTO TOMÁS
CONTEXTO HISTÓRICO-ARTÍSTICO
Negarse a creer es negarse a uno mismo. Así lo anuncié –ipse dixi– bajo resguardo de esta misma obra en una atípica publicación de redes ajenas a los tiempos de Caravaggio. Y tras unos años, La incredulidad de Santo Tomás vuelve a mí. Quid pro quo.
Aquel que me conoce fuera de la redacción, en esta; mi querida Cámara del Arte, sabe lo importante que es esta obra para mí. Es por eso que pido disculpas si este comentario recoge cierto aspecto columnístico.
Hay cosas que no se pueden evitar, como desconfiar de un hombre hecho carne tras su muerte y sepultura. Este es el tema central de esta y muchas obras de Merisi. Pero también puede ser el tema central de nuestras vidas. Hasta el motivo paradójico de aquellos que toman el camino vocacional -o no necesariamente-.
Santo Tomás o conocido como Tomás Dídimo fue uno de los doce apóstoles de Jesucristo. Y uno de los que en cierta circunstancia, sospechó. Como Caravaggio ya hizo referencia en otros de sus lienzos y como las Sagradas Escrituras nos dejaron legado, no es la primera vez que sucedió esto.
Muchos episodios de carácter bíblico han estado marcados por momentos decadentes. Recordemos la anecdótica Cena de Emaús, en la propia Biblia tendríamos el ‘Pecado original’ con Adán y Eva desconfiando de un Dios que se tornaba desconocido, o los Israelitas en el desierto.
Pero La incredulidad de Santo Tomás va un paso más allá. Pasa de lo visual al contacto. Mete el dedo en la llaga. Santo Tomás recibe la sorpresa más inaudita al descubrir que aquel por el que los apóstoles velaron y que anunció su porvenir en la última cena, vivía.
Así mismo se nos anuncia a nosotros. Cuando desconfiamos, cuando somos incrédulos, escépticos, desconfiados, suspicaces. Justo entonces, en el momento en el cual la carne entra en contacto con nuestros dedos, la tranquilidad y la Fe, inundan nuestras almas.
ANÁLISIS FORMAL E ICONOGRÁFICO
Todo lector de este comentario presupone la genialidad y sobresaliente expresión del genio barroco, Caravaggio. Pero es al indagar específicamente en esta obra -así lo siento- en el momento que descubrimos el espectáculo caravaggista. Caravaggio, una vez más recibe un encargo. Para él era usual, y se lo tomaba con calma y precisión.
Por consiguiente, ejecuta el rostro del hijo de Dios, dolorido y de dolor disimulado entre las sombras de los personajes del lienzo. A Jesucristo le duele el dedo hundido en su herida, como le dolió la traición y la falta de Fe, pero que perdona por la solemnidad mostrada en sus muecas. Un Jesucristo dolorido y compasivo es mostrado. Ante todos.
Es el protagonista de la obra, aunque no aparezca su nombre en el título de la misma. Y Caravaggio lo sabe tan bien como el mismo Jesús. Es por eso que bajo una toga blanquecina, que se destapa, nos indica el camino a la lucidez, hacia la verdad y hacia la vida eterna.
Los pigmentos usados por Caravaggio no podían ser más fieles a la representación, pues omitiendo los semblantes y siguiendo la línea corpórea partiendo del gesto protagonista, podemos adivinar muchas cosas. Aquello de dar pistas era otro de los puntos fuertes de Merisi.
Y a la derecha, en un grupo pictórico que parece casi escultórico debido al nivel de realismo propiciado, aparecen tres personajes bíblicos que muestran la desconfianza derrotada. Es Santo Tomás el que impregnó la herida en el costado de Cristo para asegurarse de que el ‘Rey de los judíos’ había resucitado. Creo que en su faz, se intuye todo.
La sorpresa, admiración, asombro, pasmo, desconcierto, perplejidad; son pintadas en La incredulidad de Santo Tomás de una forma que nunca, nunca antes se había dado. Y además el tenebrismo colapsado por el recurso de desarrollo propio del gran Caravaggio, los famosos ‘claroscuros’, expresan fielmente la realidad, tanto que el relato perdería parte de su entendimiento si esta obra faltase en el universo museográfico.
Caravaggio presenta una escenografía emotiva, con personajes rudos, toscos, que como conocemos del genio italiano, eran modelos de la oscura y profunda materialidad que el pintor transcurría. Nos hace partícipes de la obra, somos introducidos en la desconfianza y la pronta recuperación de Fe, pasando por un anhelo de continuidad. Nos quedamos sin aliento, como los discípulos al saber y gritar.
-¡Jesús está vivo!-
Somos un discípulo más al estudiar este cuadro y eso es mágico. ¿Quién nos introduce in actio como Caravaggio lo hace? Dejo tiempo para pensar la respuesta.
Al no ser el fondo más que claroscuro, la escena toma protagonismo y acoge de infinitas maneras las diversas sensaciones que deja la examinación obligada de dicha pintura. Es una genialidad sin precedentes, pictórica y teóricamente, al exponer el ejemplo más bruto de desconfianza en la historia del Mesías.
Para no agobiar en elogios a Michelangelo Merisi da Caravaggio ni al lector promedio de la entrada, me remitiré al puro lema de un amigo, más que un amigo, el Padre Antonio María Sanjuan, misionero claretiano que nos abandonó en cuerpo el pasado 19 de diciembre de 2023.
Cuando tenía 15 años me acogiste en tu parroquia, aquella que tanto luchaste por ver crecer. Me enseñaste una de las sentencias que más guardo en tu recuerdo; ‘No conozco a nadie que le haya dicho que sí al señor y se haya arrepentido.’
Cuando la confianza flaquea, dudamos. Y negamos. Pero al introducir el dedo en el costado dañado, la duda desaparece. Esto es lo que aprendí contigo, y relacionarlo con una obra como la comentada, de una manera tan metódica, llega a producir en mí, lágrimas. Lacrimo.
Como Jesucristo enseñó a sus discípulos tras su resurrección y como el Padre Antonio nos enseñó a aquellos que supimos escucharle,
«¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ¡¡HA RESUCITADO!!»
A fin de cuentas el Arte es un método de comunicación -entiéndase que el concepto Arte abarca mucho más, y es un debate abierto al que, un servidor, no está preparado ni estará para resolver-. El más fiable y duradero.
Sin ánimo de involucrar al lector en las creencias propias, esto solo ha sido una relación de ejemplos personales y emotivos con la singular obra de Caravaggio, que como bien ha sido demostrado, nos invierte de lo teórico a lo personal debido a la sensación de pertenencia. Porque sí, Caravaggio nos pertenece y nosotros, meros espectadores, pertenecemos a las obras de Caravaggio. Por los siglos de los siglos.
BIBLIOGRAFÍA
GOMBRICH JOSEF, Ernest Hans:, La Historia del Arte, Nueva York, 1995. LAMBERT, Gilles: Caravaggio, Madrid, 2007.