SAN ADRIÁN: HISTORIA, PATRIMONIO Y CULTURA
INTRODUCCIÓN
La fase clasificatoria del Grand Prix del verano 2024 llega a su fin con el programa de esta noche, que nos brindará, al igual que en semanas anteriores, un reñido y divertido duelo entre dos pueblos de la geografía española, concretamente entre San Adrián de Navarra y Llerena de Badajoz. El artículo que nos atañe nos va a transportar a la historia y patrimonio del primero, es decir, San Adrián.
Se sitúa en la Comunidad Foral de Navarra, al norte de la península Ibérica, más específicamente en la zona meridional de la Merindad de Estella (si atendemos a la clásica división de Navarra en merindades), comarca de la Ribera del Alto Ebro (si nos fijamos en la demarcación comarcal). Su superficie es de 20,72 km2 y en ella la población, a finales de 2023, alcanzó la cifra de 6429 habitantes, según datos oficiales del INE.
En lo referido a los municipios limítrofes, dentro de la misma Merindad de Estella colinda al norte con Andosilla y al sureste con Azagra, mientras que al este se encuentra con Peralta, encuadrada en la Merindad de Olite, y al oeste con el término de Calahorra, de la comarca homónima de la Rioja Baja. En este conjunto de localidades, San Adrián es la más pequeña de todas.
A nivel geográfico, San Adrián está en la margen izquierda del río Ebro, que junto con el río Ega, afluente del anterior, constituye el principal aporte hidrográfico en las tierras adrianesas. Su altitud es de 318 metros sobre el nivel del mar, se halla en lo alto de una colina que arranca del Valle del Ebro.
HISTORIA DE SAN ADRIÁN DE PALMAS
DE LOS PRIMEROS RESTOS AL SIGLO XI
Aunque en la actualidad lo normal es referirse a este pueblo navarro como San Adrián a secas, históricamente su nombre completo ha sido siempre San Adrián de Palmas (MARTÍNEZ, 1982, p. 18), palma que, por cierto, figura en dorado en el eje central de su escudo. Posiblemente, su origen etimológico derive del hecho de que, según memorias de la época, este mártir obraba milagros en la región, tomando en su honor nombre tanto la ermita como la villa (MARTÍNEZ, 1982, p. 17).
Ahora bien, la “Palma de Navarra” es probable que deba su raíz a la misma causa que desembocó en el nombre de la Palma de Mallorca, la familia Cecilio Metelo, oriunda de la región itálica de Ager Palmensis (ALLO, 2013, p. 714). La región mantuvo el nombre de Palma desde el siglo I hasta el XI, época en la que las fuentes se refieren a esta zona con una nomenclatura variada (Almonaster, Almonasterio, Almunicer, Almonicer, Almonazir…) que hace referencia en todo caso a un monasterio dedicado a San Adrián de Palma que se construyó en lo alto de la colina (ALLO, 2013, p. 720). Como tal no hallamos el municipio de San Adrián hasta el siglo XIII, y de ahí ha permanecido hasta el día de hoy.
A falta de nuevas catas arqueológicas, los primeros restos humanos en el terreno adrianés actual fueron hallados en la Necrópolis del Raso de la Magdalena, de los siglos IV-V (MARTÍNEZ, 1982, p. 30), que toma su nombre de la antigua ermita que estaba en las proximidades (MARTÍNEZ, 1982, p. 203). Después de este descubrimiento de época tardoantigua, se produce un salto al siglo IX, a la época de Al-Ándalus, que ya en el 714 era dueña del valle del Ebro.
En el año 841 estalla la Batalla de Balmas, hecho que no implica que existiera todavía un núcleo estable de población en San Adrián (ASOCIACIÓN DE AMIGOS DE LA HISTORIA DE SAN ADRIÁN, 2011, p. 1). El conflicto fue originado debido a la ruptura entre el emir de Córdoba y las familias de los Banu Qasi y Arista, dueños de las comarcas de Aragón, Pamplona y Rioja, quienes, ante las aceifas del emir, emboscaron finalmente al valí de Zaragoza, Harit ibn Bazi, al pasar el Ebro entre Calahorra y San Adrián (MARTÍNEZ, 1982, p. 60).
En el contexto de batallas entre cristianos y musulmanes se suele ubicar la creación de las llamadas cuevas del Ega, pero otras teorías sugieren que su origen podría ser celtíbero e incluso anterior (MARTÍNEZ, 1982, pp. 69 y 71). Los que defienden su formación en tiempos andalusíes afirman que fue un refugio seguro ante los ataques enemigos.
San Adrián sería conquistada por el rey pamplonés Sancho Garcés I (905-925), pero la otra orilla del Ebro caería de nuevo en el 924 con Abderramán III. La toma definitiva del territorio acontecería en el 1045 con Sancho el Mayor (1035-1076), y existe la teoría de que, entre esos territorios, estaba San Adrián, por cuyas tierras pasó Almanzor en 1002 (MARTÍNEZ, 1982, pp. 64-65).
La ermita que hemos mencionado en el primer párrafo, la que originó el nombre del pueblo, hoy desaparecida, ya existía en 1084 e incluso antes, según prueban las donaciones realizadas por la princesa Doña Urraca, ampliadas en 1110 (MARTÍNEZ, 1982, pp. 48-49). La prueba de su existencia permite leer entre líneas que, por tanto, en sus cercanías había ya un centro poblacional que llevaba a cabo las labores necesarias para su uso y mantenimiento.
San Adrián pudo tener su origen en el citado poblado de Almunicer, a orillas del río Ega. Los monjes que regentaban el monasterio que daba nombre a esta primitiva población podían realizar retiros espirituales a las mencionadas cuevas del Ega. Este núcleo permaneció aquí hasta trasladarse al territorio de la actual villa.
Se tienen noticias documentales sobre la existencia de una fortaleza en San Adrián, sobre todo a partir del siglo XIII (MARTÍNEZ, 1982, p. 35), aunque quizás llevara ya siglos construida. Tras un intenso e inestable periodo de luchas, el siglo XVI auspició la caída de buena parte de estos conjuntos defensivos, siendo el de San Adrián seguramente víctima de la política demoledora del cardenal Cisneros de 1516, quien encomendó en Navarra tal labor a Antonio Manrique, Duque de Nájera (MARTÍNEZ, 1982, p. 46).
DE LA CRISTIANIZACIÓN AL SIGLO XVII
Tras un breve periodo en el que San Adrián estuvo bajo el poder del Reino de Castilla, en 1127 se reincorporaría para siempre a la jurisdicción navarra tras las Paces de Támara. Fue en estos siglos la villa adrianesa un importante enclave comercial, puesto que su posición en la frontera navarro-castellana hizo que aquí se instalara una aduana secundaria (MARTÍNEZ, 1982, p. 81).
Si damos un salto al siglo XIII, acudimos a las primeras noticias que apuntan a la existencia de una aljama judía. Una fecha clave, ya en el siglo XIV, es 1328, año en que se produce una masacre antisemita en diversas tierras, entre ellas la adrianesa, sufriendo el peor destino la colonia de Estella (MARTÍNEZ, 1982, p. 83). Aunque posteriormente pudieron reponerse, su salida o conversión de Navarra fue inevitable entre 1498 y 1499 (MARTÍNEZ, 1982, p. 85).
En ese mismo siglo XV, aunque un par de décadas atrás, hay que situar el origen del Señorío de San Adrián, concretamente en la Guerra Civil de Navarra (1451-1464). Los bandos beligerantes estuvieron encabezados por los agramonteses, partidarios del rey Juan II, y los beamonteses, a favor de su hijo Carlos, Príncipe de Viana. San Adrián, posicionada a favor de Juan, recibió de su parte el señorío, en la persona de Sancho de Vergara, en 1467 (MARTÍNEZ, 1982, p. 96).
En el siglo XVI hallamos la primera noticia sobre la Cofradía de la Vera Cruz de San Adrián, citada en un testamento de 1572 que lleva a suponer su existencia tiempo atrás (MARTÍNEZ, 1982, p. 185). El rasgo característico de la cofradía adrianesa frente a las demás radica en los pasos procesionales, por los cuales pujan las personas para tener el privilegio de sacarlos a la calle (MARTÍNEZ, 1982, p. 185).
En cuanto a la demografía adrianesa en la Edad Moderna, la población había pasado de 195 habitantes en 1646 a 475 en 1726 (ASOCIACIÓN DE AMIGOS DE LA HISTORIA DE SAN ADRIÁN, 2011, p. 3). Por si no fuera suficiente el bajo índice demográfico, los pueblerinos tenían que hacer frente en el siglo XVII a los asaltos de lobos, que atacaban despiadadamente su ganado y el de las tierras vecinas, en especial Calahorra (MARTÍNEZ, 1982, p. 205).
EL SAN ADRIÁN DIECIOCHESCO, DECIMONÓNICO Y MODERNO
Con Carlos II (1665-1700), último de los Austrias, Joaquín de Magallón y Beaumont, señor de San Adrián, recibió el título de marqués el 13 de octubre de 1696, despachado por Felipe V el 13 de noviembre de 1729 (MARTÍNEZ, 1982, p. 195), pasando entonces la villa de señorío a Marquesado de San Adrián. Uno de estos marqueses sería inmortalizado en 1804 por el pintor zaragozano Francisco de Goya en el cuadro José María Magallón y Armendáriz, marqués de San Adrián.
Ya en el siglo XIX, San Adrián, al igual que el resto de España, sufrió las consecuencias de la Guerra de la Independencia (1808-1814). Dos factores principales determinaron el destino de la localidad estellesa en la contienda: el paso del Ebro, que las tropas francesas utilizaron estratégicamente; y el carácter afrancesado del Marqués de San Adrián, por lo que se sucedieron pocos daños y saqueos (MARTÍNEZ, 1982, pp. 212 y 215).
Otro conflicto bélico, esta vez la Primera Guerra Carlista (1833-1840), reviste cierto interés para el caso adrianés, aunque tampoco sufrió grandes consecuencias. Únicamente señalar que, dentro del conjunto de Navarra, adscrito a la causa de Carlos María Isidro, hermano del fallecido Fernando VII, San Adrián quedó bajo el ámbito de influjo liberal, posicionado del lado de la regente María Cristina y su hija, la futura Isabel II (MARTÍNEZ, 1982, p. 216).
En el mismo siglo XIX, con motivo de la expansión agrícola, se crea la Comunidad de Regantes, órgano fundado para aprovechar al máximo los recursos de la tierra, en especial los del río Ega (MARTÍNEZ, 1982, p. 217).
Pasando ya al siglo XX, es importante retomar brevemente la cuestión demográfica, que se acentúa en esta centuria. En 1900, al término de la era decimonónica, en San Adrián habitaban 959 personas, cifra que se extendería hasta 2836 a mediados de siglo y que sobrepasaría los 6000 “aguachinaos” (manera popular de llamar a los adrianeses) en el censo de inicios del siglo XXI (ASOCIACIÓN DE AMIGOS DE LA HISTORIA DE SAN ADRIÁN, 2011, p. 6).
Al igual que las contiendas del siglo XIX, la Guerra Civil española (1936-1939) causaría estragos en San Adrián, que a su estallido en 1936 quedaría dentro del bando nacional. De no ser por determinados acontecimientos, la villa adrianesa habría pasado la guerra sin mayores preocupaciones, pero la partida de los hijos del pueblo a la batalla, la estancia de militares y los fusilamientos dejaron una fuerte y sanguinaria impronta (MARTÍNEZ, 1982, p. 235).
Hecho fundamental en la evolución de San Adrián a lo largo de este siglo XX fue el paso de municipio agrícola a población industrial. A comienzos de siglo, la industrialización en la sociedad navarra era deficiente. Las primeras iniciativas vinieron del sector agroalimentario, destacando las empresas conserveras, como Conservas Chistu (iniciada en 1911) e Industrias Muerza (creada en 1913) (ASOCIACIÓN DE AMIGOS DE LA HISTORIA DE SAN ADRIÁN, 2011, pp. 6-7). La importancia histórica de la industria conservera en San Adrián propició la creación en 2019 del Museo de la Conserva, también llamado “La Fábrica Vieja”, en pleno centro urbano.
Además del predominante sector de conservas, destaca en San Adrián el sector vinícola, al que se dedican empresas de gran calibre como Bodegas Muerza, cuyos vinos se encuadran en la Denominación de Origen Rioja, y Bodegas Gurpegui, que fabrica un tinto con DO Ribera del Guadiana. Ambas bodegas producen tanto a nivel nacional como internacional.
PATRIMONIO DE SAN ADRIÁN
Conflictos fronterizos por aquí, momentos de aparente tranquilidad por allá, vaivenes demográficos, decididos avances industriales… Como hemos podido comprobar, la historia de San Adrián viene salpicada, de una forma más o menos directa o indirecta, por los embates propios de los cambios de época, los cuales afronta con mayor o menor éxito. Y en esos siglos de devenir histórico no podía faltar, por supuesto, el componente patrimonial, ávido testigo de una serie de momentos que han quedado permanentemente sellados en su ADN.
Para el estudio del patrimonio de San Adrián, en base a las fuentes consultadas y a la información ofrecida por la propia página web de su ayuntamiento, hemos dividido el capítulo en los siguientes subapartados: plazas adrianesas, patrimonio eclesiástico y elementos varios, como el ayuntamiento, los puentes o el palacio.
LAS PLAZAS ADRIANESAS
Aspecto clave del urbanismo adrianés, las plazas son la mejor manera de adentrarse en el conocimiento del patrimonio de este pueblo navarro. La primera que queremos tratar es la Plaza de los Fueros, centro físico de la villa, en la cual se asienta el antiguo edificio del ayuntamiento, y antes de él estaba una ermita dedicada a San Adrián. A esta plaza se la llama popularmente “El Rebote” debido a que antiguamente contenía una pared de juego de pelota.
La siguiente es la Plaza de Fructuoso Muerza, que toma su nombre de este personaje histórico de San Adrián, que convirtió Industrias Muerza, cuya primera sede se hallaba en esta plaza y en las calles aledañas, en una de las mejores empresas conserveras de España (MARTÍNEZ, 1982, p. 581). El hito más emblemático de este espacio es la chimenea, recuerdo de esa primera fábrica, cuyos 31 metros de altura, curiosamente, fueron levantados en 31 días, y a raíz de este hecho recibe el apelativo popular de “Plaza de la Chimenea”.
Pero la joya de las plazas adrianesas es, sin duda, la Plaza de la Villa, sita en el casco antiguo. En su superficie se contienen dos de los edificios más identificativos del patrimonio adrianés, los cuales tendremos ocasión de analizar: uno es el Palacio de Marichalar y el otro la antigua parroquia, conocida como Iglesia de la Virgen de la Palma, a la que pasamos a continuación.
PATRIMONIO ECLESIÁSTICO
LA IGLESIA DE LA VIRGEN DE LA PALMA
Esta iglesia, tesoro indiscutible de San Adrián, fue la parroquia del pueblo desde su construcción en el siglo XVI hasta la edificación de la nueva. Su torre-campanario, como sucede con muchos otros pueblos, gobierna las alturas del término municipal, y el visitante que la aprecia en la lontananza obtiene así prueba certificada de que está pisando tierra adrianesa.
El primer aspecto de su fisonomía en el que nos detenemos al llegar a la Plaza de la Villa es su fachada, erigida en 1744 como consecuencia del recrecimiento del cuerpo del coro ejecutado en ese siglo. Salvo la portada, hecha en piedra, está realizada completamente en ladrillo, material típico de la Ribera del Ebro que contrasta con el sillar y sillarejo del norte de la Merindad de Estella (GAÍNZA, II-1, 1982, p. X). Su disposición de elementos responde al Rococó, con unos chaflanes cóncavos que albergan vanos ciegos rematados por frontones curvos.
El lienzo principal de la fachada está enmarcado por dos pilastras cajeadas de orden gigante que sostienen el entablamento, formado por un friso de triglifos y metopas con óculos y dentellones, al que siguen la cornisa y el frontón triangular. En cuanto a la portada de piedra, permite el acceso al interior mediante un arco de medio punto, al cual flanquean dos pilastras dobladas sobre cuyo entablamento se aloja una hornacina, coronada por frontón mixtilíneo y presidida por una estatua de San Adrián, de marcados aires barroquizantes y engalanada durante la celebración de San Adrián el 9 de septiembre (PAGOLA, 1990, 85). Encima de la portada, un rosetón aligera la carga visual del ladrillo y aporta iluminación al interior.
Tras detenernos un rato a contemplar la majestuosa fachada, la mirada se nos desvía inmediatamente a su portentosa torre-campanario, también rococó, que se integra en un conjunto de torres barrocas del norte de España cuyos modelos principales son la de la Concatedral de Santo Domingo de la Calzada (cuyo análisis podéis leer detenidamente en el artículo dedicado a este pueblo, también participante de esta edición del Grand Prix del verano) y la de la Concatedral de Santa María la Redonda de Logroño (GAÍNZA, II-1, 1982, p. XL). Desde la base hasta el chapitel, consta de cinco cuerpos, los dos primeros de planta cuadrada y los tres últimos octogonales y de tamaño decreciente.
El cuerpo inferior es el único adosado a la iglesia, ya el segundo se desmarca de ella y en él se alojan las campanas, volteadas en arcos de medio punto flanqueados por pilastras; encima están el entablamento y la cornisa, todo ello ornamentado con motivos geométricos en ladrillo, y remata una balaustrada en cuyas esquinas apean unas bolas de piedra sobre pirámides curvas, también presentes en la fachada, que algunos autores califican de “estilo escurialense” (MARTÍNEZ, 1982, p. 123). En lo que respecta a los tres cuerpos octogonales, los lados del inferior están todos horadados, reduciéndose el número de vanos practicados hasta el cuerpo final.
Sin poder detenernos más tiempo en el exterior, cruzamos el umbral para apreciar el interior, donde observamos el esplendor original gótico-renacentista de esta iglesia del siglo XVI. La nave única se articula en tres tramos, más el añadido a los pies en el siglo XVIII, y cabecera, cubierto todo con bóvedas estrelladas de llamativos patrones, alternando nervios rectos y combados, y entre los contrafuertes se alojan capillas laterales, cubiertas con soluciones repetidas más sencillas. Se completa el interior con la sacristía.
Apreciada la arquitectura, toca pararse a observar la dotación artística, focalizada en los retablos, tanto el mayor como los de las capillas laterales. El Retablo Mayor, dedicado a San Adrián y de estilo romanista, fue contratado en 1604, se siguieron las trazas del ensamblador pamplonés Domingo de Bidarte y se policromó en 1616 por Juan de Frías en colaboración con Francisco Adán (GAÍNZA, II-2, 1983, p. 461).
A nivel de arquitectura, consta de banco, cuerpo de tres pisos y tres calles, y es eminentemente escultórico. El predominio de la línea recta conduce la mirada del espectador desde las escenas de la predela hacia el grupo superior del Calvario. No obstante, la presencia de la curva es también manifiesta, sobre todo en los frontones.
A nivel de artes plásticas, el desconocido autor de las tallas y de los relieves demuestra una estimable habilidad (GAÍNZA, II-2, 1983, p. 461). La iconografía se organiza de la siguiente manera: en el banco, se disponen apóstoles y, en especial, los cuatro evangelistas, acompañados de su símbolo del Tetramorfos; en el primer piso, sobresale en la calle central el sagrario, con estructura a modo de tholos, y a sus lados las escenas de la Oración en el Huerto y el Prendimiento de Cristo; en el segundo piso, hay una talla central de San Adrián flanqueada por momentos de su vida; el tercer piso lo preside una talla de la Asunción de la Virgen, a la cual acompañan las escenas de la Anunciación y la Visitación; finalmente, el grupo del Calvario cierra en lo alto y se encuentra con los nervios de la bóveda estrellada.
Aparte del Retablo Mayor, la antigua parroquia de San Adrián cuenta con los retablos de las cinco capillas laterales. Tenemos, en primer lugar, el Retablo de San Pablo, con banco, una sola calle, un piso y ático, muy vistoso por su recargamiento churrigueresco propio del siglo XVIII. La potente diagonal de la gigantesca espada de la estatua de San Pablo capta nuestra atención.
No menor interés revisten el Retablo de San Pedro, de inicios del siglo XVIII, protegido por la figura entronizada de dicho santo, ataviado pontificalmente y flanqueado por columnas salomónicas revestidas con decoración vegetal; y el Retablo de San Pedro Nolasco, de la primera mitad del siglo XVII, esta vez centrado por una pintura tenebrista. También está el Retablo de San José, de finales del siglo XVIII, más contenido a nivel ornamental.
Completamos la visita retablística con el Retablo de la Inmaculada (ca. 1690), estructuralmente semejante a otros por sus columnas salomónicas y su abundante decoración de hojarasca, solo que auspiciado por una talla de la Virgen; y el Retablo del Crucificado, de la primera mitad del siglo XVII, simple en su estructura y remarcado por la talla renacentista de Cristo en la Cruz sobre el Gólgota, colocado sobre una pintura de fondo que completa la escena del Calvario.
No podemos salir de esta maravillosa iglesia sin pasar antes por el coro, que con motivo de la citada reforma dieciochesca tuvo que amoldarse al nuevo espacio. Las tallas de su sillería, de estilo neoclásico y articuladas elípticamente, son de buena factura, y en el centro de sus respaldos cuentan con bustos de personajes sacros habitando medallones de guirnaldas, salvo la del asiento central, que es una hornacina. En esta misma zona está el órgano, datado en 1884 y que sustituye a uno de 1680 (MARTÍNEZ, 1982, p. 154).
LA PARROQUIA DE SAN ADRIÁN
Con el desarrollo demográfico de San Adrián, la iglesia del siglo XVI comenzó a quedarse pequeña, haciéndose necesario a mediados del siglo XX la construcción de una nueva parroquia. La nueva iglesia, ubicada en la plaza de Vera Magallón, fue promovida y financiada en su práctica totalidad por Celso Muerza Garbayo, su aprobación escrita por el Arzobispado de Pamplona tuvo lugar el 15 de diciembre de 1954 (MARTÍNEZ, 1982, p. 335), y las obras finalizaron, con ciertos retrasos y desfases presupuestarios, el 8 de diciembre de 1968, día que, por tanto, se trasladó el culto de la vieja parroquia a la nueva (MARTÍNEZ, 1982, p. 370).
El edificio, obra del arquitecto Francisco Garraus Miqueo, se proyectó, como reza la memoria, procurando “huir de una modernidad que no sería comprendida […]” (MARTÍNEZ, 1982, p. 337). Así, la fachada principal y la torre-campanario, cuyas hiladas de ladrillo evocan el recuerdo de su predecesora, la Iglesia de la Virgen de la Palma, cuentan en su paramento con vanos de medio punto que aligeran la carga de los muros y aportan cierto ritmo y esteticidad al conjunto, así como algunas galerías de arquillos, de reminiscencia románica, y rosetones de piedra, cubiertos con vidrieras de vivos colores.
Al interior, vemos que practica una planta de cruz latina de una sola nave de tres tramos, cabecera pentagonal y coro a los pies, cubriéndose todo el espacio con bóvedas de lunetos, a excepción del crucero y la capilla mayor, que cuentan con bóvedas gallonadas sobre trompas.
En el Retablo Mayor se encuentra una de las mejores tallas de la dotación artística parroquial: la Virgen de la Palma, patrona de San Adrián. Procedía de la primitiva ermita, fue trasladada para su conservación a la Iglesia de la Virgen de la Palma y hoy vigila, con tesón y firmeza, a los que practican su devoción cristiana en la Parroquia de San Adrián. Es una estatua gótica de la Virgen sedente, que porta una granada en su mano derecha, y el Niño en su regazo, que bendice con la derecha y lleva la bola del mundo en la izquierda. Se acusa un profuso trabajo en las telas que permite apreciar la anatomía subyacente.
En la sacristía, se guarda otra imagen gótica de la Virgen con el Niño, del siglo XIV, que recibe el nombre popular de “Correntodilla” y es sacada en algunas procesiones a lo largo del año. Compositivamente, sigue el mismo modelo de “Andra Mari” comentado en la Virgen de la Palma, solo que con una frontalidad más marcada, menor tamaño y modelado más tosco.
Bajo el altar mayor se guarda una de las piezas más emblemáticas de San Adrián: la Arqueta de las Santas Reliquias. Esta arqueta tiene alma de madera y placas de plata claveteadas en su superficie, decoradas con incisiones a buril. Fue contratada en 1663 (GAÍNZA, II-2, 1983, p. 463) y su cometido era guardar los huesos de unos santos, procedentes de unas catacumbas de Roma, y que, según la leyenda, doña Urraca donó a la vieja ermita, donde sus oraciones le valieron ser curada de su enfermedad visual (MARTÍNEZ, 1982, p. 179).
SAN ADRIÁN ES MUCHO MÁS…
Saliéndonos del ámbito eclesiástico, pero tirando un poco del hilo de la parroquia, nos dirigimos al Asilo de San Máximo y Santa Celestina, la otra gran financiación de Celso Muerza, querido ciudadano adrianés recordado por su gran caridad y generosidad. El nombre lo designó el propio Celso en honor a sus padres. El asilo de ancianos fue construido entre 1947-1949 y estuvo activamente regido por monjas hasta 1975, siendo actualmente propiedad de la Iglesia.
El edificio consta de diversas dependencias, como las aulas para la enseñanza primaria, la capilla de tres naves, los dormitorios para ancianos, el patio y el porche, las cocinas y los refectorios. Cuenta con un sótano y dos pisos, resaltando en altura la torre, adosada al recinto del patio.
La nota de identidad del complejo arquitectónico son los vanos de medio punto, al igual que en la parroquia, siendo este por tanto un rasgo de estilo de su arquitecto, Francisco Garraus. En la fachada principal, la agrupación de ventanas en filas de tres genera un ritmo racional y simétrico que se complementa con la pureza blanca del enlucido.
Nos desplazamos ahora al Ayuntamiento, que como hemos indicado estaba antes en la plaza de los Fueros, pero en 1994 las dependencias se movieron de este edificio de moderno trazo a la Villa Garbayo, mansión cedida, una vez más, por D. Celso Muerza, cuyas aportaciones a la villa de San Adrián parecen no tener fin. Su recuerdo queda inmortalizado en una estatua en los jardines delanteros.
Este sería el tercer edificio que ha tenido en su historia el Ayuntamiento de San Adrián, estando el primero ubicado también en la Plaza de los Fueros, pero fue derruido en 1976 para edificar uno nuevo en manos del arquitecto Pagola Lorente, inaugurándose un año después (MARTÍNEZ, 1982, 475). Frente a la modernidad de este, la mansión de Celso Muerza, con su trazado mixtilíneo, el juego formal de los vanos (medio punto, adintelados, carpaneles…), la fina labra de sus sillares y la destacada torre de potentes esquinas, ofrece una vistosa imagen del poder local.
Retornamos un momento a la plaza de la Villa, además de para contemplar de nuevo la antigua parroquia, para detenernos en el Palacio de Marichalar del siglo XVII, que desgraciadamente acusa un mal estado de conservación. Llamado así en honor a sus últimos residentes, cuenta con sótanos del siglo XVIII, planta baja, planta noble, ático y una linterna octogonal que aporta luz a la escalera interior, todo construido en ladrillo. Es el único caserón que permanece en pie en San Adrián, y su fisonomía es el resultado de sucesivas fusiones y ampliaciones (MARTÍNEZ, 1982, p. 171), quedando como testimonio de su evolución, además de la propia arquitectura, un escudo de armas en la fachada principal.
En cuanto a labores de ingeniería, San Adrián cuenta con dos puentes, uno para cruzar el río Ebro y otro para el Ega. Hablemos primero del puente sobre el río Ebro, firmado por el ingeniero Manuel Bellido, comenzado en 1914 e inaugurado el 2 de diciembre de 1921 (MARTÍNEZ, 1982, pp. 282-283). Es una estructura de hormigón armado con una longitud total de 140 metros, y está formada por cuatro arcos escarzanos que descansan en pilas compuestas por tajamares con sombreretes y pilastras con los escudos de España, San Adrián y Calahorra. El aspecto estético se completa con tabiques en las enjutas y ménsulas a eje con las pilastras de los andenes superiores, unidas por barandillas de hierro.
Semejante disposición tiene el puente sobre el río Ega, el cual probablemente fuera utilizado como modelo para el del Ebro, pues la construcción de aquel comenzó en 1911 y fue inaugurado en septiembre de 1913 (MARTÍNEZ, 1982, p. 294). Este puente sustituía a uno más antiguo de madera y lo recorre un único arco cuyas enjutas, en vez de tabiques, se rellenan con arcos de medio punto de altura decreciente hacia la clave. Igual que en el puente sobre el Ebro, los andenes se cierran con barandillas de hierro jalonadas por pilastras de piedra, con las cuales se alinean sendas ménsulas en la parte inferior.
San Adrián, al igual que las demás poblaciones, ha experimentado de primera mano la desaparición de algunos ejemplares patrimoniales por causas naturales o humanas. En este contexto, además del castillo, derruido en el siglo XVI, se documentan un antiguo hospital de la misma centuria, ampliado en el XVIII (GAÍNZA, II-2, 1983, p. 465), y las Escuelas Viejas de Vera Magallón.
CONCLUSIONES
Y esta es, en resumidas palabras, la historia y patrimonio del pueblo navarro de San Adrián, vecino de Calahorra y ciudadano de la riquísima Merindad de Estella. Muchos más datos podrían aportarse sobre los aspectos que jalonan el conjunto adrianés en toda su extensión, pero dejamos ya a elección del lector el seguir indagando por cuenta propia o, incluso, el ir a visitar la localidad para empaparse personalmente de los aires “aguachinaos”.
Quien albergue, después de haber leído el artículo, el deseo de ver San Adrián, podrá respirar su aire limpio y fresco, salpicado por las aguas del Ebro y del Ega. Inmerso ya en la atmósfera del pueblo, se paseará el viajero por sus calles recordando su historia, su posición fronteriza a lo largo de los siglos, y reconocerá todo su esplendor en su patrimonio, desde la Iglesia de la Virgen de la Palma y el Palacio de Marichalar a la Parroquia de San Adrián y los puentes.
Si el lector ya se ha decidido definitivamente a realizar esta pequeña excursión, le recomendamos encarecidamente que lo haga durante la celebración de alguna de sus grandes fiestas. Además de las Fiestas Patronales, celebradas el 8 y 9 de septiembre en honor a la Virgen de la Palma y San Adrián respectivamente, durante la semana del 24 al 30 de julio se convocan las fiestas en honor de las Santas Reliquias, en las que, entre otras cosas, se consume el dulce típico adrianés, un hojaldre conocido como hojas de parra.
La mañana del domingo, a primera hora, se podrá escuchar el clamor de una campanilla y una voz cuyos versos resuenan en todo el callejero municipal. Quien emite tales sonidos es el auroro, figura tradicional de San Adrián cuya misión es cantar la Aurora todos los domingos y fiestas del año (PAGOLA, 1990, p. 75). La tradición pudo pervivir gracias a Ignacio López Sola, al que sucedió Fortunato López Martínez y, luego, Ignacio López Lorente (MARTÍNEZ, 1982, p. 447). Su labor fue inmortalizada con una estatua de bronce inaugurada el 13 de junio de 2010, obra de José Antonio Barquín.
Con todo lo dicho, lo único que nos queda por añadir, para darle el broche al escrito, es desear a todo el pueblo de San Adrián mucho ánimo en el Grand Prix del verano, y también en el Grand Prix patrimonial que estamos realizando en Twitter. En la encuesta de esta semana, ¿quién ganará? Difícil es elegir entre la Iglesia de la Virgen de la Palma de San Adrián y la Iglesia Mayor de Nuestra Señora de la Granada de Llerena. Quién sabe, quizá una de las dos, o incluso las dos, se clasifiquen por el número de votos; tendremos ocasión de saberlo en estos días.
BIBLIOGRAFÍA
ALLO HERNÁNDEZ, J., “Nueva contribución al estudio del topónimo histórico «Palma» de San Adrián”, en Príncipe de Viana (PV), 258 (2013), pp. 713-728
ASOCIACIÓN DE AMIGOS DE LA HISTORIA DE SAN ADRIÁN, Breve historia de San Adrián, San Adrián, 2011
GARCÍA GAÍNZA, M. C. (dir.), Catálogo monumental de Navarra, 9 vols., Pamplona, Institución Príncipe de Viana, 1980-1997
MARTÍNEZ SAN CELEDONIO, F. M., Historia de San Adrián de Palmas, San Adrián, Ayuntamiento de San Adrián, 1982
PAGOLA, J., “Apuntes de etnografía del pueblo de San Adrián”, en Cuadernos de etnología y etnografía de Navarra, 55 (1990), pp. 75-90
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