COMENTARIO HISTÓRICO ARTÍSTICO DE AUTORRETRATO. LA POSADA DEL CABALLO DEL ALBA
CONTEXTO HISTÓRICO ARTÍSTICO
Desde el principio, la cosa prometía. Nacida en la Inglaterra más rancia (1917), Leonora Carrington pasó su infancia en una mansión victoriana de estilo gótico viendo llover un día sí y otro también. Obviamente, para mantener tremendo casoplón, sus padres (católicos apostólicos romanos) manejaban pasta de lo lindo y oprimían comportamientos «no lícitos» por doquier. Y, claro, teniendo en cuenta que Leonora afirmaba vivir con múltiples espíritus y tener alma de gitana, por lo que sea, no terminaba de encajar.
Mostrando muy poco interés por la vida social femenina que le venía asignada de cuna, su propósito fue no repetir el destino de las mujeres de su familia. Una rebelde sin causa. La oveja negra. Rarita. Modernita… Poco le importó ser expulsada de varios colegios, entre ellos, el Convento del Santo Sepulcro, en la ciudad de Chelmsford, donde estuvo encarcelado Oscar Wilde, otro que desafió la moral victoriana, mira tú por dónde.
“Mis padres me habían preparado para una vida cómoda, para permanecer en Londres y vivir de la forma aceptada en sociedad. Pero si estás poseída por una pasión, como lo estaba yo por la pintura, tienes que obedecerla”
Leonora Carrington
Habiendo mamado del aburrimiento soporífero victoriano acomodado, Leonora se sintió tremendamente cómoda en el otro extremo de la balanza. Desobediencia, aventura, fantasía. Kilos y kilos de purpurina entre unicornios que vuelan entre nubes de algodón de azúcar. Ni siquiera se siente humana, quiere ser caballo o delfín.
Cierto es que, con 15 años, sus padres la envían a Florencia a estudiar arte. Algo es algo. En plena revolución hormonal, cae rendida ante los maestros y, a la vuelta, en pleno subidón, su papis vuelven a tirarse el rollo permitiendo que se forme con el artista cubista Amédée Ozenfant, fundador del movimiento purista junto a Le Corbusier.
Ya en plena vorágine artística, consigue llegar a lo que anda buscando desde el inicio: la primera exposición surrealista en Gran Bretaña. Y encuentra a sus reptilianos, a su tribu, a sus besties. Ya en una muestra individual, se enamora. Y mucho. De un artista, sin saber que el hombre que había detrás también la iba a encandilar. Tanto como para fugarse con él a París. Tenía 26 años años más que ella. Era un truhan, no sabemos si señor. Era Marx Ernst.

En París, la considerada loca se torna diosa y pone y dispone con Picasso, Andrè Breton, Miró, incluso Salvador Dalí. Bebe a raudales del Surrealismo y se «surrealiza» hasta las trancas. Mucho inconsciente, psicoanálisis y erotismo pero también se interesó por la alquimia, la cábala, los mitos ancestrales o la dislocación de la relación espacio-tiempo.
Si bien es cierto que nunca gozó de la fama de sus colegas (igual por el pequeño detalle de ser mujer), y siempre se negó a entrar en el grupo de manera oficial, es una de las figuras más interesantes de los surrealistas franceses del París de los años 20.
De hecho, termina cansándose de un grupo de hombres que considera «decadentes» y se busca la vida en la Provenza junto a Ernst pintando seres híbridos, criaturas protectoras, su casita de piedra. Y, tras un período de calma chicha, lo siento pero la historia no termina bien.
ANÁLISIS FORMAL E ICONOGRÁFICO
No fueron pocos/as los/as que, a lo largo de su vida, le atribuyeron deficiencias y problemas mentales. Igual no le importaba lo más mínimo; quizá quema, duele o termina, simplemente, influyendo. En el cuadro se pinta como una mujer de mirada perdida, melena enmarañada, pálida y acompañada (sólo) por sus fantasías.

Además de pintora, Leonora daba forma a sus fantasías en forma de textos y la interpretación más común relaciona esta escena con las peculiares historias que la artista escribía condicionada, de todas todas, por una inestable salud mental. Sin embargo, una mente enferma, pero brillante al mismo tiempo, puede esconder mucho más.
Para empezar, su pose puede considerarse contraria a la feminidad impuesta, con las piernas abiertas y con ropas en las que no se distinguen sus formas de mujer, podría tratarse de una figura andrógina, si no fuera por los zapatos de tacón y el pelo suelto, que se puede entender como su rebeldía frente a las normas.
¿Y qué pasa con sus acompañantes? La hiena está en pleno arrebato maternal a razón de las tres ubres visibles. La pintora la señala con su mano derecha, aunque ambas miran al espectador sin establecer contacto entre sí, con los dedos índice y meñique levantados. Significado: señal de maldición, demostrando que condena ese encasillamiento patriarcal.
Aunque decíamos que el su outfit no entiende de géneros, si parece claro que está destinado a montar a caballo y en la escena hay dos. El de juguete puede representar el anhelo familiar de que la joven fuera un ser ordenado, perfecto, convencional, quieto. Un adorno del que disfrutas pero sin el riesgo de que pueda desbocarse. Dicho esto, averiguar la función del que corre fuera libre, puede ser más fácil. Ella quiere galopar sintiendo en viento en la cara sin corsés ni ataduras que la liguen a un mundo que le repugna.
En lo que se refiere a la perspectiva, percibimos algo básico, la conjunción de un primer plano interior y un segundo exterior que permite construir un tercer espacio donde confluyen los deseos y la realidad gracias a una mayor técnica en comparación con obras anteriores. Los cuatro elementos del cuadro crean una composición cíclica, haciendo que la vista pueda ir en círculo de uno a otro implicando un efecto visual.
CURIOSIDADES
Decía antes que la historia no acababa bien. Más bien acabó de forma dramática. Mal, peor. La Gran Guerra viene a truncar una vida más y Ernst, como judío, es detenido e internado en un campo de concentración francés. Mientras tanto, Leonora huye y termina aquí, en España. Más concretamente va a buscar asilo en la embajada británica en Madrid en busca de un salvoconducto para Ernst para cruzar al otro lado del Atlántico desde Lisboa.
En la capital, encuentra tiempo para visitar el Museo del Prado y los talentos artísticos se encuentran y explosionan creando una situación maravillosa que es el momento en el que los/as artistas/as se conocen, se perciben y terminan influyéndose. Sobre todo El Bosco, Brueghel el Viejo o Patinir. Desde entonces, en sus cuadros hay gacelas que se transforman en centauros, serpientes que bailan alrededor del árbol del Bien y del Mal, animales que hablan, hadas y brujas poderosas.
Pero, mira, no todo es magia. No siempre es posible escapar y refugiarse en los mundos fantasiosos. La realidad cruel te termina jalando: Leonora es víctima de una violación grupal por parte de tres militares en plena postguerra civil española.
Un hecho que se calló pero que, junto a la desesperación por la traumática separación de Ernst (del que no tenía noticias), le provocarán un ataque psicótico y precipitarán su ingreso en un sanatorio psiquiátrico en Santander donde tenían el gusto de tratarla con Cardiazol, un fármaco tan fuerte que podía conducirte a la muerte.
La que era débil de mente resultó ser una jabata que aguantó tremendas vejaciones y torturas sin desmoronarse. El mismo André Bretón llegó a decir que «se había convertido en una bruja que regresaba del otro lado, tras haber visitado el abismo del subconsciente».

Leonora consigue escapar a Nueva York cuando sus padres pensaban llevarla a otra institución mental de Sudáfrica con la excusa de ir a buscar unos guantes antes de subir al barco. Lo hace a través de un matrimonio de conveniencia con el poeta y diplomático Renato Leduc.
Pero, como son las cosas del destino cuerdo o loco que, en la Gran Manzana se reencuentra con el movimiento surrealista y con Ernst Max vivito y coleando y casado con nada más y nada menos que Peggy Guggenheim que, junto a los artistas surrealistas emigrados, representa el grupo más poderoso de la escena artística neoyorquina.
Chismes amorosos aparte, la explosión artística de Leonora Carrington llega en México, donde se establece a finales de 1942 y donde no cejará en su empeño por retratar la realidad invisible rodeada de inconformistas y revolucionarios. No hay que pasar por alto que la artista termina recalando en un pueblo para el que los rituales en torno a la muerte y las prácticas y rituales de hechicería forman parte de la vida cotidiana.
Hablar de la vida y obra que Leonora desarrolló en México, hasta su muerte en 2011, es pura magia, nunca mejor dicho. Por eso, terminaré con un dato representativo en la historia del arte: pasará a la historia por unir el feminismo y el ecologismo bajo el concepto ecofeminismo a la vez que fue, también, la primera en dar la voz de alarma por la actitud depredadora de la especie humana y su maltrato hacia el ecosistema.
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