Categorías
Pintura

La condesa de Vilches

COMENTARIO HISTÓRICO ARTÍSTICO DE LA CONDESA DE VILCHES

Este retrato es una de las obras más emblemáticas del Romanticismo español y un testimonio del virtuosismo de Federico de Madrazo como retratista. A continuación, se presenta un análisis detallado de su contexto, el artista, su composición y los elementos iconográficos que la caracterizan.

CONTEXTO HISTÓRICO ARTÍSTICO

El cuadro La condesa de Vilches fue pintado en 1853, en plena época del Romanticismo. En este periodo, la pintura se aleja de los ideales neoclásicos, que privilegiaban la razón y la disciplina, para centrarse en la emoción, la belleza subjetiva y la individualidad.

En España, la pintura romántica se desarrolló en un contexto dominado por el reinado de Isabel II (1833-1868). La reina promovió el arte como símbolo de la estabilidad y modernización del país. En este marco, el retrato aristocrático vivió un auge sin precedentes, pues era utilizado por la nobleza y la burguesía para reafirmar su estatus social.

Federico de Madrazo, como pintor de cámara de la reina y director del Museo del Prado, fue una figura clave en la escena artística de la época. Su obra combina la precisión académica con una sensibilidad romántica que se traduce en la elegancia y la delicadeza de sus retratos.

El Romanticismo español, sin embargo, no alcanzó el dramatismo del movimiento en otros países como Francia o Inglaterra. En su lugar, predominó un enfoque más equilibrado, que fusionaba el idealismo con la fidelidad al modelo retratado. En este sentido, Madrazo fue un maestro en la representación de la aristocracia madrileña, logrando captar su refinamiento y sofisticación.

FEDERICO DE MADRAZO

Federico de Madrazo y Kuntz nació en Roma en 1815, en el seno de una familia de artistas. Su padre, José de Madrazo, fue un pintor y teórico del Neoclasicismo, además de director del Museo del Prado. Desde joven, Federico mostró un talento excepcional y recibió formación académica en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando en Madrid.

En la década de 1830, Madrazo viajó a París, donde entró en contacto con la obra de Ingres, cuyas influencias son evidentes en su técnica depurada y en su interés por los retratos. En la capital francesa también se relacionó con Franz Xaver Winterhalter, otro gran retratista de la aristocracia europea.

A su regreso a España, se convirtió en uno de los pintores más solicitados de la corte y en 1844 fue nombrado pintor de cámara de Isabel II. En 1860 asumió la dirección del Museo del Prado, cargo que desempeñó hasta 1881. Durante su carrera, Madrazo no solo dejó un legado artístico notable, sino que también promovió el desarrollo de las academias y el estudio de la pintura en España.

Su obra se caracteriza por la elegancia, la precisión técnica y la atención al detalle, elementos que pueden apreciarse claramente en La condesa de Vilches.

ANÁLISIS FORMAL

La Condesa de Vilches
La Condesa de Vilches

El retrato de La condesa de Vilches muestra a una mujer elegantemente vestida, recostada con naturalidad en un sillón ricamente decorado. Se trata de un óleo sobre lienzo en el que Madrazo despliega su maestría en la representación de las texturas, los volúmenes y la luz.

Elementos compositivos:

  • Color: Predominan los tonos fríos, especialmente el azul intenso del vestido, que contrasta con los matices cálidos del rostro y la decoración del sillón.
  • Luz: Madrazo emplea una iluminación suave y difusa, que realza la tersura de la piel y otorga un aire etéreo a la figura.
  • Perspectiva: El fondo está tratado con un difuminado sutil, que otorga profundidad a la composición sin restar protagonismo a la condesa.
  • Textura: La riqueza del vestido, el terciopelo del sillón y la delicadeza de la piel están representados con un realismo excepcional.

El equilibrio y la armonía de la composición reflejan la influencia de Ingres y del academicismo francés, pero con un sello personal que distingue a Madrazo como uno de los mejores retratistas de su tiempo.

ANÁLISIS ICONOGRÁFICO

El retrato no solo es una representación de la condesa de Vilches, sino que transmite su carácter y posición social.

  • Vestimenta y joyas: El lujoso vestido azul, con sus múltiples pliegues y detalles de encaje, es un símbolo de distinción y feminidad. Los accesorios, como la pulsera y el abanico, refuerzan la idea de sofisticación.
  • Expresión y postura: La condesa aparece recostada de manera relajada, con una leve sonrisa y una mirada directa que transmite confianza y encanto. Su actitud es natural, alejándose de la rigidez de los retratos neoclásicos.
  • El abanico: En la pintura romántica, el abanico es un símbolo de coquetería y elegancia, pero también de misterio, pues en la época podía usarse para enviar mensajes codificados en el lenguaje no verbal de la aristocracia.
  • El sillón: La riqueza del mobiliario refuerza la idea de nobleza y refinamiento, sugiriendo que la condesa pertenecía a un círculo privilegiado.

Este retrato no solo muestra el aspecto físico de la condesa, sino que también nos habla de su personalidad y su posición en la sociedad madrileña del siglo XIX.

CURIOSIDADES

  • La modelo: La condesa de Vilches fue Amalia de Llano y Dotres, una influyente aristócrata y escritora de la época. Fue una de las mujeres más cultas y admiradas de su tiempo, promotora de tertulias literarias y cercana a figuras como Gustavo Adolfo Bécquer.
  • Reconocimiento: Este cuadro es considerado una de las cumbres del retrato romántico español y una de las mejores obras de Madrazo.
  • Influencia de Ingres: La suavidad del modelado, la elegancia de la pose y la riqueza en los detalles recuerdan al estilo del pintor francés Jean-Auguste-Dominique Ingres, a quien Madrazo admiraba profundamente.

LA CONDESA DE VILCHES | ANÁLISIS OBRAS DE ARTE

    CONCLUSIÓN

    La condesa de Vilches es una obra maestra del retrato romántico y un testimonio del talento de Federico de Madrazo. Su combinación de precisión técnica, refinamiento estético y profundidad psicológica hacen de este cuadro un referente en la historia de la pintura española.

    Más allá de la destreza pictórica, el retrato nos transporta a la alta sociedad madrileña del siglo XIX, mostrando no solo la belleza y el estatus de la condesa, sino también su carácter y su relevancia cultural.

    Actualmente, la obra se conserva en el Museo del Prado, donde sigue siendo admirada por su elegancia y por la maestría con la que Madrazo supo captar la esencia de su modelo.

    BIBLIOGRAFÍA

    • Azcue Brea, Leticia. Federico de Madrazo y Kuntz: Pintura y sociedad en el siglo XIX. Museo del Prado, 1994.
    • Morales y Marín, José Luis. Pintura romántica en España. Ediciones Cátedra, 1988.
    • Museo del Prado. “La condesa de Vilches”, catálogo en línea.

      GALERÍA DE IMÁGENES

      OTRAS ENTRADAS EN NUESTRA WEB QUE PUEDEN INTERESARTE




      Categorías
      Pintura

      La poción de amor

      Comentario histórico-artístico La poción de amor

      ANÁLISIS FORMAL

      Nos hallamos ante uno de los cuadros más notables de la magistral pintora Evelyn De Morgan (Londres, 30/8/1855-2/5/1919).  

      Se trata de una obra ejecutada en formato vertical en la que se desarrolla una escena de interior, concretamente, en un estudio de corte medieval; y dividida en cuatro planos compositivos bien diferenciados.

      En el primero, observamos un hermoso pavimento realizado con láminas de madera, decorado con una alfombra estampada, a la izquierda; mientras que, a la derecha, aparece tumbado un gato que mira fija y directamente al espectador.

      En el segundo, contemplamos un banco corrido de madera soberbiamente labrado y lacado en su base y con asiento acolchado sobre el que se encuentra sentada, de perfil, una bella mujer. La fémina se halla sumamente concentrada, mostrado esto en la gravedad del gesto del rostro y el estado de abandono de la tela que tiene a sus espaldas, en la labor de verter, con su mano derecha, una suerte de bebedizo en la copa que sostiene con su mano izquierda.

      En lo relativo al vestuario, la dama porta una túnica de seda; de manga de rejilla de perlas y corta; y escote redondo. Completan el atuendo una cinta ornamental con cuentas de punta de diamante que entalla la túnica en su cintura; zapatos cerrados rematados en punta; el turbante de estampado de escamas y perlas que cubre su cabello trenzado; y el anillo de rubí de banda dorada en el dedo corazón de la mano derecha como joya.

      El tercero lo constituyen, visto de izquierda a derecha, un pesado cortinaje corrido, que deja entrever el estampado de leones de la tela; y la ventana abierta con vitral circular emplomado y hoja doble, que se asienta sobre una estantería baja repleta de libros encuadernados en cuero y colocados en posición tanto vertical como horizontal; siendo el cuarto plano, que se vislumbra a través de la ventana abierta, la terraza, donde aparece una pareja abrazándose y el paisaje de tipo montañoso en el que se aprecia, a la derecha, una construcción fortificada.

      Es un cuadro muy luminoso, pues la escena plasmada es diurna y esto influirá, enormemente, en la gama cromática usada, decantándose la artista por una paleta de tonos fuertes donde destaca la intensidad de los rojos; negros; amarillos dorados; blancos; verdes; rosáceos; marrones; grises o azules.

      A tenor de lo descrito, ¿Qué nos quiso contar De Morgan con esta pieza?. Pronto lo descubriremos.

      Visión general del cuadro

      ANÁLISIS ICONOGRÁFICO

      “I put a spell on you
      Because you’re mine
      Stop the things you do
      Watch out
      I ain’t lyin’”

      I put spell on you, Screamin‘, Jay Hawkins

      A priori y en base al título del cuadro, el tema representado nos mostraría la visión de una hechicera preparando un bebedizo amoroso para la pareja enamorada que se abraza apasionadamente en la terraza. Pero, ¿realmente se plasma lo que el sencillo título nos indica?. Ni mucho menos, pues la pintura encierra un significado mucho más profundo y que quiso que conociéramos una de las grandes artistas del Prerrafaelismo.

      Fotografía de Evelyn De Morgan

      Nacida como Mary Evelyn Pickering, empezó su formación artística a los 15 años con su tío el pintor prerrafaelita John Roddam Spencer Stanhope, y, 3 años más tarde, ingresaría en la Slade School of Art. Prontamente, empezaría a exponer su obra pues, hacia la década de 1870, sus cuadros participaron en las exposiciones de la Dudley Gallery o la Grosvenor Gallery, y, diez años más tarde, en la New Gallery con pinturas de clara inspiración alegórica. De su vida personal se sabe que contrajo matrimonio con el diseñador y ceramista William De Morgan y que el ambiente espiritista sería determinante en su obra gracias a su familia política.

      En cuanto a su estilo, se caracterizaría por recibir una fuerte influencia los artistas renacentistas como Botticelli, debido a sus constantes viajes a Italia para visitar a su tío Stanhope; y prerrafaelitas como George Frederick Watts y Edward Burne-Jones; y el espiritismo, que se manifestaría en el valor simbólico y alegórico de las pinturas. Por lo tanto:

      -Del Prerrafaelismo tomaría prestado el uso de tonos de gran fuerza expresiva y brillantez, ya que utilizaba una técnica en la que mezclaba los colores con glicerina; y el empleo de un arquetipo de mujer, escogiendo de modelo a una de las modelos prerrafaelitas por antonomasia como Jane Burden Morris, la esposa del artista William Morris.

      Izq.: Dibujo preparatorio; arriba der.: Detalle del rostro de la hechicera, La poción de amor, Evelyn De Morgan, (1903), abajo der.: Fotografía de Jane Burden Morris

      -Y el espiritismo se vería plasmado en la temática, ya que el cuadro se encuadró en la fase de pinturas alegóricas del progreso del alma hacia la iluminación con cierto aire medieval, donde la mujer tuvo un papel fundamental, debido al espíritu feminista de la autora y que se aprecia en la dualidad del tema:

      -Por un lado, podría contemplarse como una visión negativa y oscura de la mujer como una hechicera malvada de los cuentos de hadas. Una femme fatale sin piedad, de rostro cruel y demacrado que, ensimismada, mezclaría una poción en una copa que, dada la posición de los amantes en la terraza que quedan sobre el cáliz, podría presentar 3 posibles escenarios:

      • El primero, es un encargo de la dama que quiere conseguir el amor del hombre al que abraza.
      • El segundo, es una creación de la hechicera para seducir al hombre que abraza a su amada.
      • El tercero, es una creación sin receta para beberla ella al no obtener el amor del hombre.  

      El acto brujeril de la hechicera malvada se reforzaría con:

      • La presencia de libros de magia negra en la estantería.
      • El rojo de los cabellos de la hechicera que fue un tono capilar mal visto, sobre todo, durante la Edad Media, pues encarnaba el color del Infierno y se asociaba al ideal de una persona apasionada y libre y a los personajes malvados de la Biblia y las hechiceras.
      • Y el gato negro que, recordando al minino del cuadro Olympia de Èdouard Manet (1865) que representaba la prostitución, vendría a ser el animal familiar de la hechicera, una criatura alquímica de la noche y que ejercería de comentario irónico sobre las brujas.

      Por otro, podría ser una escena que, inspirada en La hija del alquimista, obra de William De Morgan, subvertiría el rol estereotipado de la hechicera, planteando, así, una visión más positiva, donde la protagonista se presenta como una mujer erudita poderosa; fuerte e inteligente que pretende alcanzar la iluminación y la armonía por ella misma y que se vería representada en:

      La hija del alquimista, William De Morgan
      • Los títulos de los libros y la gama cromática. En los ejemplares ubicados en la librería de la ventana, encontramos títulos de gran interés para los espiritistas del siglo XIX que buscaban la iluminación y enriquecimiento espiritual. Entre ellos destacan: Philosophia libri III de Agrippa vonNettesheim; Az Opus de Jámbico y Paracelso, del que extrae el simbolismo alquímico de su teoría de los colores sobre las 4 etapas progresivas hacia la iluminación espiritual, en el que:
      • El negro del gato representaría la muerte; la culpa y el pecado.
      • El blanco del paño en el banco escenificaría las primeras etapas de la purificación.
      • El rojo de los leones de la cortina y los zapatos de la hechicera ejemplificarían la iluminación espiritual y la simbología de la fuerza; la sabiduría y el cristianismo.
      • El amarillo dorado de la túnica sería el movimiento hacia el oro de la salvación.
      Arriba izq.: Detalle libros; abajo izq.: Detalle gato; arriba der.: Detalle leones; centro der.: Detalle tela; y abajo der.: Detalle vestido, La poción de amor, Evelyn De Morgan, (1903)

      Etapas que irían en paralelo a las ideas espiritistas del desarrollo del espíritu y cuyos pasos se manifestarían en:

      • La muerte del profano.
      • La purificación y sufrimiento espiritual.

      Y el objetivo final con la unión de los opuestos, que se aprecia en la pareja de amantes de la terraza y en la combinación de la tradición pagana (el tema de la brujería) y cristiana (los leones de la cortina), siendo la unión definitiva la síntesis de la naturaleza corporal en la espiritual propia de los alquimistas en la búsqueda de la sabiduría.

      Como conclusión, comentar que el cuadro lleva la firma de la artista en la esquina inferior derecha y se puede contemplar en la The De Morgan Foundation.

      CURIOSIDADES

      A modo de curiosidad, debemos decir que la pintura de Evelyn De Morgan ha servido como imagen para la portada del libro Drogas, Fármacos y Venenos de David Sucunza, que trata sobre el impacto que han tenido, a lo largo de la historia, los productos naturales; y también ha sido la pieza utilizada para poner cara a una figura histórica un tanto especial como es el caso de Giulia Tofana.

      Y ¿quién es ella?. Pues Giulia Tofana o Toffana fue una química y cosmetóloga italiana de la que se dice que fue la inventora del veneno Acqua Toffana, con el cual se comenta que fue envenenado el compositor Mozart.

      Fue una mujer con una vida singular de la que se conocen muy pocos datos. Se sabe que nació en Palermo al inicio del siglo XVII como Giulia Mangiardi en el seno de una familia de origen desconocido. Su madre fue Teofanía d´Adamo, también química, que fue ejecutada en Palermo el 12/7/1633, acusada de haber envenenado a su esposo Francesco d´Adamo.

      Pasó su infancia y juventud aprendiendo el arte de la botánica de su madre y de los botánicos de los que se rodeaba, lo que le llevó a crear uno de los venenos más potentes y letales en el siglo XVII, aunque se pone en duda que fuera ella la inventora del Acqua Tofana, vendida como Manna di San Nicola, puesto que existen teorías de que fue su madre Teofanía la inventora real delveneno y que luego ellamejoró, ya que no se conoce la composición exacta del mismo.

      No obstante, este veneno fue lo que ensalzó su figura, ya que, en torno al mismo, organizó un negocio criminal clandestino que operó en los bajos fondos de Palermo, Nápoles y Roma, donde ayudó a enviudar a más de 600 mujeres que estaban atrapadas en matrimonios complicados. 

      Un imperio criminal que vio su fin cuando una de las clientas se arrepintió de envenenar a su esposo y confesó la existencia del negocio clandestino. Al saberse descubierta, huyó y se acogió a sagrado en una iglesia para no ser encarcelada. Sin embargo, fue una suerte que no le duró mucho tiempo, pues se extendió el rumor de que había envenenado el agua de Roma y ello motivó a que la policía, forzando la entrada en la iglesia donde estaba, la arrestara. Bajo tortura, confesó sobre su negocio clandestino y acabó siendo ahorcada en Campo de Fiori en Roma en torno al 1651. Otras teorías indican que su final fue en julio de 1659 y que fue ahorcada junto a su hija Girolama y otras colaboradoras que la ayudaron en el negocio.   




      BIBLIOGRAFÍA Y WEBGRAFÍA

      OTRAS ENTRADAS EN NUESTRA WEB QUE PUEDEN INTERESARTE

      Categorías
      Pintura

      Alegoría del triunfo de Venus

      COMENTARIO HISTÓRICO ARTÍSTICO DE ALEGORÍA DEL TRIUNFO DE VENUS

      CONTEXTO HISTÓRICO

      Esta obra se encuentra inscrita en el renacimiento, concretamente en el manierismo, estilo en el que, como su propio nombre indica, se dan las manieras de cada uno de los pintores, el estilo de cada uno. En él se rompe con lo clásico y la belleza clásica, pues ya no se cree que la pintura, para ser bella, deba copiar a la naturaleza; ahora se la mejora, e incluso se supera, a través del arte, en vez de simplemente imitarla. Por lo tanto, se cree que esta pintura, para ser bella, debe mejorar la naturaleza, razón por la cual, para que esta pintura transmita más, encontramos cómo se exageran las proporciones y las formas, abandonando el clasicismo.

      En este movimiento, por influencia del renacimiento y su inspiración en temas grecolatinos, encontramos como temas recurrentes pinturas mitológicas a modo de alegorías o como medio simbólico para transmitir un mensaje o una enseñanza. No obstante, en esta época también encontramos retratos de los grandes señores y pinturas de temática religiosa.

      Esta corriente se da en la Italia de 1500, época en la que el país se enfrentaba a problemas internos entre los ducados y territorios como las guerras entre Milán y Venecia, y entre estados pontificios y Florencia, entre otros. También encontramos guerras con el exterior, tanto contra Francia como contra España; esta última, por Nápoles.

      Esta pérdida de orden y proporción en el arte muchas veces se atribuye al periodo de desasosiego que se vive en Italia, donde acaba de tener lugar el sacco de Roma. A través del caos, descontento y miedo generado en los artistas estos dejan de seguir el canon clásico y tratan de representar en sus obras esa sensación de caos y desasosiego a través de la rotura de las normas y su exageración.

      La Italia el 1500, es una Italia fragmentada, formada a través de las cortes y los señores de la guerra de cada territorio. Por este motivo proliferaban las cortes humanistas y el mecenazgo a los artistas, siguiendo la tradición renacentista. El artista Agnolo Bronzino, autor de esta obra, es un pintor manierista florentino que trabaja para Cosme I de Medici. Realizará un gran numero de retratos y de pinturas mitológicas para la corte florentina.

      ANÁLISIS FORMAL

      Esta es una de las pinturas más complejas que tiene Bronzino. No solo representa a Venus y a Cupido en un beso, sino que realmente entraña un mensaje moral mucho más complejo a través de esa simbología e iconografía.

      Se cree que, tal como dice Vasari, la obra seguramente fue un encargo de Cosme I de Medicci, gran duque de la Toscana, a Bronzino como regalo para el Rey Francisco I de Francia. Este último era conocido por su gusto por el renacimiento italiano, y por la pintura erótica; no obstante, no hay registros de que la pintura haya estado en las colecciones reales de Francia.

      Desde 1860, la obra se exhibe en el National Gallery de Londres, cuando fue comprado al coleccionista de arte francés Edmund Beaucousin. Cabe destacar el estilizamiento de las figuras y el alargamiento de las proporciones, para embellecer los cuerpos.

      En cuanto a la composición, observamos en un primer plano a Venus y a Cupido y, de fondo, un grupo de figuras y personajes secundarios que enfatizan el mensaje de la obra. Es una pintura muy dinámica gracias a los movimientos y las posturas en cotraposto de algunos personajes que producen cierta sensación de caos dentro de la calma de la obra. Esas figuras y el diseño tan delicado, junto con el tratamiento pictórico tan artificial que denota un arte muy sofisticado y estilizado, es el estilo típico del artista Bronzino.

      ANÁLISIS ICONOGRÁFICO

      Alegoría del triunfo de Venus

      La obra representa los peligros y consecuencias del amor. Venus, el personaje principal de la escena, esta dándole un beso en la boca a su hijo Cupido, lo que significa que está cayendo en el incesto y en la lujuria. Ella, diosa del amor y del sexo, está besando a Cupido, quien le devuelve el beso mientras la agarra de un pecho, en alusión a la carnalidad y al acto sexual que se dará inminentemente.

      Venus aprovecha el beso para robarle una flecha de bronce a Cupido; es decir, esto representa cómo el amor es capaz de desarmarnos y dejarnos indefensos. Además, Venus porta en su mano derecha una manzana dorada en alusión a la manzana dorada de la discordia de Eris, que desata la guerra de Troya, y en alusión a la tentación y el pecado original, por lo que aquí se enfatiza ese mensaje de el amor como algo que siembra discordia y dolor.

      Bajo los pies de Cupido vemos unas tórtolas o palomas, los atributos y animales que representan y acompañan siempre a la diosa. Como Cupido está casi aplastándola, muchas veces se considera como alusión a que el amor es el que empieza las guerras y destruye mundos, entendiendo la paloma pisada como paloma de la paz.

      A los pies de Venus se representan unas máscaras de teatro, esto representa las dos caras del amor, que las personas no son como se ven y que el amor nos engaña, es una máscara, pues puede parecer bueno y placentero, pero cuando este placer efímero y fugaz se acaba solo quedan el dolor y la tristeza como consecuencias de este.

      A la derecha de Venus aparece un niño, un putti que les arroja pétalos de rosa, este es la locura o el furor, representa esa locura o pasión que se siente en el amor y que no nos permite ver el daño que nos harán. Este está herido en el pie derecho con una cadena de espinas pero no lo puede ver ni sentir pues esta ciego de amor.

      La locura de amor o el furor que nos produce la pasión no nos permite ver las consecuencias o sufrimiento que sentiremos. Detrás de él, vemos la figura del engaño representada como una hermosa doncella que nos ofrece un panal de miel, pero en realidad esta es un monstruo pues podemos ver como con la otra mano muestra su cuerpo de serpiente rematado por cola de escorpión.

      Esto es otra alusión al amor que se nos presenta como algo dulce, bello y agradable, pero en realidad es algo venenoso y doloroso por lo que al aceptar el panal, aceptamos también la picadura de la cola de escorpión de ella. Aquí se alude a esa doble cara del amor que se presenta como agradable y bondadoso pero en realidad es venenoso y produce mucho sufrimiento.

      Sobre la figura del engaño aparece el tiempo representado como un hombre mayor y con alas ya que el tiempo vuela, y en referencia a que el amor es efímero. El tiempo está retirando la cortina para mostrar esta escena que su compañera al otro lado del lienzo, el olvido, quería tapar. El olvido es representado como una mujer con la cabeza borrada.

      Debajo del olvido vemos una figura dolorida y gritando que se lleva las manos a la cabeza, esta es la sífilis, que ha sido la consecuencia de este amor incestuoso. Por lo que para recapitular, la obra nos transmite un mensaje moral sobre los peligros del amor, de cómo Venus y Cupido representan ese amor que deja a la persona indefensa, que está enfatizado por la figura de la pasión y el engaño mostrándonos la doble cara de este y como el tiempo alude a ese efecto pasajero del amor y destapa la cortina del olvido y muestra sus consecuencias como la sífilis.

      Por lo que el mensaje moral de la obra es que el amor cuando se vive con pasión y sin responsabilidad, es decir, desarmado como Cupido e indefenso, puede parecer magnifico y bello. Pero cuando este placer efímero pasa a través del tiempo vemos las consecuencias y vemos el sufrimiento que produce como el dolor y las enfermedades de carácter sexual. No es de extrañar que Bronzino represente a la sífilis en la obra, pues en la época era una enfermedad muy común en las cortes europeas.

      CURIOSIDADES

      En muchas ocasiones la figura de la sífilis es identificada como los celos, cambiando el significado de la obra, a que el amor nos deja indefensos y somos utilizados por el y cuando no lo tenemos nos sentimos engañados y celosos, mostrándonos aquí Bronzino los celos como una cualidad negativa y a eliminar del ser humano.

      GALERÍA DE IMÁGENES

      BIBLIOGRAFÍA/WEBGRAFÍA

      • National gallery: https://www.nationalgallery.org.uk/paintings/bronzino-an-allegory-with-venus-and-cupid
      • Vasari, G. 1511-1574, Righini, J. B., Bonasso, E., & Estarico, L. (1945). Vidas de pintores, escultores y arquitectos ilustres. Librería y editorial «El Ateneo»
      • Freedberg, S. J. (2007). Pintura en Italia, 1500-1600/ Italian Painting, 1500-1600. Catedra.
      • Langmuir, E. (1994). The National Gallery Companion Guide (0 ed.). Yale Univ Pr.




      Categorías
      Pintura

      La calabaza

      COMENTARIO HISTÓRICO ARTÍSTICO DE LA CALABAZA

      CONTEXTO HISTÓRICO

      La vida y obra de Yayoi Kusama (Matsumoto, 1929) es pura obsesión. No es amor, es delirio y alucinación. Y, precisamente por eso, es brillante. A pesar de la complejidad de su mente y producción artística, (lleva creando más de 70 años) todo comienza a partir de un fundamento muy esencial: ideas de acumulación e infinidad. Este es su sello de identidad porque, desde pequeña, se interesó por los puntos, las redes y las texturas.

      Siendo precisa, lo que ocurrió (y no ha parado desde entonces) es que, una vez que Yayoi fija una forma en su cabeza repite el patrón en todo lo que su ojo acierta a ver. Lo bueno es que encuentra inspiración en cualquier rincón porque ve el mundo lleno de puntos, de protuberancias o de líneas sin fin.

      Lo catastrófico es que no puede parar de hacerlo. Heather Lenz lo explica a la perfección en su documental ‘Infinito‘. Patrones absolutos que lo inundan todo con una arrogancia pasmosa hasta crear una obra maravillosa al mismo tiempo que amenazan con destruir la racionalidad del propio ser humano.

      En el documental, Lenz hila muy fino partiendo de lo que supuso crecer en una familia opresiva del Japón dictatorial (con un padre infiel y una madre tirana) y vivir las mieles de una adolescencia florecida en plena Segunda Guerra Mundial.

      Episodios traumáticos que desembocan en su éxodo a Estados Unidos, en la década de los sesenta, en búsqueda de un proceso de liberación cultural que, sin remedio, se crea sobre la base de numerosas heridas y taras.

      La repetición de esos patrones orgánicos, hasta llegar a la extenuación, le sirve como desahogo de sus traumas, como terapia y válvula de escape. Pero de nuevo, y al mismo tiempo, no deja de tejer una red muy compleja de anhelos y frustraciones.

      De ahí su gran producción expresada a través de perfomances que pretenden alejarse de sí misma para conectar con lo cósmico, para ella, un lugar más seguro. Es en esta etapa cuando apuesta por llenarlo todo de puntos como «agujeros que se conectan y vacían«, según Yoshitake, una de las comisarias de su obra en su exposición en el museo Guggenheim de Bilbao.

      La calabaza
      Yayoi Kusama posando frente a una de sus famosas y recurrentes esculturas «calabaza».

      Es del todo sabido que Kusama ha estado varias veces al borde del precipicio andando cual funambulista por por una cable demasiado delgado. De nuevo, un arma de doble filo. Se repiten los intentos de suicidio y su estado de depresión constante contribuye a modelar una obra que, en muchas ocasiones, se vuelve oscura e inquietante. En este caso, las plantas y las famosas calabazas resultan amenazadoras.

      ANÁLISIS FORMAL E ICONOGRÁFICO

      A través de la canalización de sus inquietantes visiones de patrones absorbentes, estos lienzos fueron en parte un desafío al algo agotado expresionismo abstracto.

      Ya sea en forma de dibujos detallados, esculturas públicas o instalaciones inmersivas, las representaciones estilizadas de la humilde calabaza de Kusama se han convertido en algunas de sus piezas más icónicas tomando como referencia su extensa producción artística.

      La calabaza
      Calabaza, 1990 (una de tantas).

      Fue la ‘Sala de espejos de calabazas‘ para la Bienal de Venecia de 1993 la que colocó a este vegetal en el mapa del arte, con esculturas gruesas, amarillas y negras reflejadas y multiplicadas hasta el infinito. No obstante, Kabocha, una pintura de una calabaza al estilo tradicional japonés (nihonga), fue de las primeras obras que una Yayoi de apenas diecisiete años exhibió en Japón.

      Frente a esta obsesión, Kusama explica que le gustan las calabazas por su forma y humor «humanos». Pero, como señalaba antes, su fijación por la repetición y el infinito es reflejo del lado más oscuro: una especie de obliteración, en la que puedes perderte dentro de la inmensidad de su universo singular.

      La calabaza
      Calabaza instalada en los muelles del exclusivo complejo de arte contemporáneo Benesse Art Site, en la isla de Naoshima, Japón.

      Como la propia autora describe en su autobiografía (Infinity Net), la primera vez que vio una calabaza fue con su abuelo.

      Era una enorme, del tamaño de una cabeza, que de repente cobró vida y se comunicó conmigo. Pero no tuve miedo, tenía una forma tan cautivadora y atractiva que esa verdura gigante sólo me inspiraba confianza. Era casi como una amiga.

      Yayoi Kusama

      CURIOSIDADES

      Es muy probable que el dato que se más se maneje desde la perspectiva morbosa, es que Kusama se internó voluntariamente en una institución psiquiátrica en Japón en 1977 y ha vivido allí desde entonces.

      Algo que, muy al contrario de diezmar su trabajo, potenció su creatividad (y estabilidad) para continuar con su arte desde su estudio cerca del hospital. También escribe poesía y publica libros, 95 años tiene la doña. Además, es sabido que la artista envía cartas escritas a mano a sus fans, a menudo adornadas con sus característicos lunares.

      Otra faceta bien conocida es su vínculo con el mundo de la moda. En la década de los 60, lanzó su propia marca creando vestidos y trajes de vanguardia y, más recientemente, colaboró ​​con la casa de moda francesa Louis Vuitton, para quienes empleó sus conocidos lunares para decorar el icónico monograma en una línea de carteras y maletas.

      ‘White N. 28’, (óleo sobre lienzo, 147.6 x 111.1 cm)

      Antes de eso, y debido a sus problemas financieros producto del fracaso e incomprensión, la magnánima Georgia O’Keeffe le echó un cable persuadiendo a su propio distribuidor para que comprara varios de los trabajos de Yayoi.

      Impensable que, hasta que Jenny Saville se lo arrebatase vendiendo por 10,3 millones de euros su ‘Propped‘, fuera la artista femenina viva más cotizada con su ‘White N. 28’ por 7,1 millones de dólares.

      Yayoi Kusama y sus creaciones artísticas en movimiento

      OTRAS ENTRADAS EN NUESTRA WEB QUE PUEDEN INTERESARTE




      Categorías
      Escultura

      Monumento a la Tercera Internacional 

      COMENTARIO HISTÓRICO ARTÍSTICO DE MONUMENTO A LA TERCERA INTERNACIONAL

      CONTEXTO HISTÓRICO-ARTÍSTICO

      Nadie se confunde al indicar que la vanguardia artística alcanzó lugares y esencias tan remotas que debemos referirnos a ella como una tendencia, un conjunto sin límites precedidos. 

      Al mencionar las vanguardias en un contexto artístico, nuestra cultura educada a lo occidental limita el conocimiento. Conocimiento que se postra abstraído en un infinito de impresión.

      Nos impresionan las figuras de Pablo Picasso, hasta cuando no se habla de Picasso. Nos hacen pensar los colores fauvistas, tanto que apenas podemos despegar la mirada. La vanguardia artística nos eleva de nuestro pequeño paso como merodeadores a un plano pensante, activo, en el que cabe nuestra participación y no solo nuestra mirada absorta. 

      Tratar en un pequeñísimo artículo la vanguardia artística es una labor imposible. Tratar en una tesis doctoral la vanguardia artística es una labor inabarcable. Dedicar toda nuestra vida al tratamiento y asimilación de un conjunto tan extenso y particular sigue siendo una labor inagotable. Quien sabe si juntando las vidas felinas de las pinturas de Karolina Ageena acaso sería suficiente espacio temporal como para abarcar el Vanguardismo. 

      Vladimir Tatlin fue uno de los artistas más destacados del vanguardismo ruso, director de la sección artística o de artes en el instituto de cultura artística izó-moscú. En el plano personal, destacó principalmente en el ámbito pictórico. 

      Vladimir Tatlin, c. 1917

      A pesar de esto, la obra a comentar viene a ser algo similar a la arquitectura, pero no exactamente. El monumento a la Tercera Internacional de Vladimir Tatlin no fue considerado arquitectura, tampoco escultura, sino ‘maqueta’. 

      Primeramente, Tatlin estableció su obra en Petrogrado en el año 1920, entre los meses de marzo y octubre. De la mano de esta maqueta expuesta al público y casi al aire, se encontraba un contexto de nuevo régimen, de surgimiento autoritario en la Unión Soviética. Este surgimiento no debe ser entendido únicamente como una creación de talante político-militar, pues también supuso en el momento una renovación ideológica y claro, cultural. 

      La maqueta, lejos de ser una obra consolidada y estable, tuvo diferentes lugares de recreo. Desde el interior de la casa de los sindicatos también en el año 1920, a una segunda versión -seguramente dispuesta con otros materiales- en la Exposition international des arts décoratifs et industriels modernes, en el año 1925. 

      Antes de introducirnos en el análisis formal de la obra citada, será imprescindible para la comprensión de la obra entender que el Monumento a la Tercera Internacional de Vladimir Tatlin no fue más que una maqueta perenne. La obra, desaparecida y desconocida únicamente posee documentos gráficos de primera mano que nos dejan conocer acerca de su existencia. 

      Nadie actualmente recuerda este trabajo de Tatlin con fervor, sino que es el documento visual el que nos asegura no solo de su existencia, también de su creación.

      ANÁLISIS FORMAL

      Redactar un análisis formal sobre una obra de la que desconocemos los diversos materiales utilizados en su proceso creativo puede resultar sin duda un asunto caótico. La pobreza formal, estética y sobre todo la de rigor cultural viene siendo más que habitual en las sociedades siberianas. Recuérdese aquel cuento de Platónov en el cual un habitante de cierta pedanía rusa no entendía como aquellos que iban predicando el socialismo, hacían máquinas volar. 

      Lejos de algunas ideas de las que dejó el profesor de arte Nikolai Punin, como que este primer monumento era una armadura metálica en espiral, pareciese que este análisis técnico de materiales y composición artística se escapa a nuestro alcance. 

      Lo realmente interesante de esta obra resulta en su característica efímera, en ese carácter de no permanecer nunca en un sitio y en su defecto, acabar desapareciendo. 

      En relación con esa precariedad material y ese hambre que apenas dejaba espacio al pensamiento que las destacadas y diferenciadas clases altas pretendieron desarrollar en las particulares mentes, tenemos como conclusión un caso artístico como el Monumento a la Tercera Internacional de Tatlin. 

      Monumento a la Tercera Internacional, en el Taller de mosaicos del SVOMAS, c. 1920

      Para completar livianamente el aislado caso de la obra comentada, también destacamos el carácter ruso de la producción en grupos sin llegar a desarrollar totalmente esta idea. En la Escuela estatal de Arte en Rusia, la Vjutemás, se enseñó la obra de Vladimir Tatlin, llegando en sus aulas a emular el Monumento a la Tercera Internacional, con una diversidad bastante pobre de los materiales empleados -encontramos la posibilidad de que uno de los materiales empleados en las obras de alumnos, fuese el papel mojado-, así como el propio contexto requería. 

      Por suerte o desgracia, la Vjutemás y su labor de integración artística en un panorama de colapso social ha quedado completamente eclipsada por otra escuela con labor similar al otro lado del orbe, La Bauhaus. 

      Es más que posible que el lector de este artículo conozca diferentes integrantes de esta reconocida escuela artística que ha sido señalada incluso como movimiento por algunos críticos e historiadores del Arte. 

      En la oscuridad, un proyecto de torre, un monumento cuasi desaparecido en la historia del Arte. Un conjunto, un artista de nicho, poco destacado, mas motivos y motivaciones capaces de asombrar al espectador sensible, al lector atento. 

      BIBLIOGRAFÍA

      • Muñoz Guisado, José María. (2022). Maqueta para un monumento. Producción y reproducción de la torre de Tatlin. ASRI. Arte y Sociedad. Revista de investigación en Arte y Humanidades Digitales., (22), 33-50. 
      • Kurz, Juan Alberto. El Monumento a la III Internacional de Vladimir Tatlin.




      Categorías
      Pintura

      El encuentro de Gustav Courbet

      COMENTARIO HISTÓRICO ARTÍSTICO DE EL ENCUENTRO DE GUSTAV COURBET

      CONTEXTO HISTÓRICO ARTÍSTICO

      La pintura El encuentro (1854) de Gustave Courbet se sitúa en el contexto del Realismo, un movimiento artístico del siglo XIX que surgía como reacción contra el academicismo y el idealismo del Romanticismo. El Realismo buscaba representar la vida cotidiana de manera fiel, sin embellecimientos ni idealizaciones. Courbet, una de las figuras centrales de este movimiento, promovía la representación de la realidad tal como era, despojándola de artificios y centándose en la gente común, el paisaje y los eventos del día a día.

      En 1854, Europa estaba inmersa en cambios sociales y políticos. Francia, en particular, vivía las transformaciones del Segundo Imperio de Napoleón III, con un creciente desarrollo industrial y un auge del pensamiento socialista. Courbet, con sus ideales republicanos y críticos de la burguesía, se alejaba del arte tradicional y utilizaba sus obras para desafiar el statu quo. El encuentro es un ejemplo de este interés por capturar escenas comunes con una visión objetiva.

      Además del contexto político, también es importante considerar el panorama artístico. Mientras el Romanticismo aún influía en muchos artistas, con sus representaciones dramáticas y emocionales, el Realismo emergía como una corriente que desafiaba la idealización de la realidad. Courbet no solo rechazaba las normas académicas, sino que también promovía un arte accesible para todos, reflejando la vida real de las personas comunes, en lugar de escenas mitológicas o heroicas.

      BIOGRAFÍA DEL ARTISTA

      Gustave Courbet (1819-1877) nació en Ornans, Francia. Desde joven, mostró una inclinación por la pintura y, tras trasladarse a París, comenzó a estudiar a los maestros del Louvre. Sin embargo, pronto rechazó el arte academicista y buscó una representación más sincera de la realidad. Sus obras iniciales, como Los picapedreros (1849), fueron impactantes por su cruda representación del trabajo manual, alejándose de los temas mitológicos o religiosos predominantes en la época.

      Courbet tuvo una postura política activa. Durante la Comuna de París en 1871, se alineó con los revolucionarios, lo que le costó el exilio en Suiza tras la caída del movimiento. A lo largo de su vida, mantuvo una actitud desafiante ante las instituciones artísticas, promoviendo exposiciones independientes y rechazando las normas de la Academia Francesa. Su obra no solo desafiaba las tradiciones artísticas, sino también las estructuras de poder de su tiempo.

      ANÁLISIS FORMAL

      El encuentro de Gustav Courbet

      El encuentro presenta una composición equilibrada, con tres figuras dispuestas en un triángulo visual sobre un fondo de paisaje rural. El colorido es sobrio, predominando los tonos tierra y verdes naturales, reflejando la paleta propia del Realismo.

      La perspectiva se construye de manera sencilla, con un punto de fuga que dirige la mirada hacia el fondo, donde se observa un carruaje y una pequeña edificación. Las figuras humanas están delineadas con precisión, destacando sus expresiones y vestimenta con gran atención al detalle.

      El uso de la luz es naturalista, sin contrastes dramáticos, reforzando la sensación de una escena cotidiana. La pincelada es firme y detallada, pero sin el acabado pulido característico del academicismo.

      ANÁLISIS ICONOGRÁFICO

      La obra muestra a Courbet mismo (a la derecha) encontrándose con su mecenas Alfred Bruyas y su sirviente Calas. Courbet, vestido de viajero con mochila y bastón, parece representar al artista independiente, un nómada que recorre el mundo en busca de inspiración. En contraste, Bruyas y su sirviente están más formales, lo que sugiere su estatus acomodado.

      El gesto de Bruyas, que se quita el sombrero, y la posición erguida de Courbet, transmiten una sensación de igualdad entre el artista y su mecenas, rompiendo con la relación tradicional de dependencia entre los creadores y sus patrocinadores. El perro que acompaña a Bruyas puede simbolizar la lealtad y la relación de confianza entre ambos personajes.

      CURIOSIDADES

      • La obra fue apodada Bonjour, Monsieur Courbet! debido a la actitud del mecenas, que parece saludar con respeto al artista.
      • En la época, la pintura generó diversas interpretaciones, algunos la vieron como una sátira de las diferencias de clase, mientras que otros la consideraron una representación de la libertad del artista.
      • El cuadro pertenece actualmente al Museo Fabre de Montpellier.

      CONCLUSIONES

      El encuentro es una obra clave dentro del Realismo, ya que encapsula los principios de Courbet sobre la representación honesta de la realidad. Más allá de ser un simple retrato de un encuentro entre amigos, el cuadro refleja la autonomía del artista, la importancia del mecenazgo y la relación entre arte y sociedad en el siglo XIX. La obra destaca por su composición equilibrada, el detallismo de sus figuras y su profundo significado simbólico.

      GALERÍA DE IMÁGENES

      BIBLIOGRAFÍA

      • Nochlin, Linda. Realism. Penguin Books, 1971.
      • Clark, T. J. Image of the People: Gustave Courbet and the 1848 Revolution. Thames & Hudson, 1973.
      • Rubin, James H. Courbet. Phaidon Press, 1997.

      OTRAS ENTRADAS EN NUESTRA WEB QUE PUEDEN INTERESARTE




      Categorías
      Arquitectura

      Mezquita-Catedral de Córdoba

      COMENTARIO HISTÓRICO ARTÍSTICO DE LA MEZQUITA-CATEDRAL DE CÓRDOBA

      CONTEXTO HISTÓRICO-ARTÍSTICO

      Corría la mañana del 8 de noviembre de 2019, el frío otoñal azotaba con inclemencia en Moncloa, iban a dar las siete en el reloj y en el punto donde nos teníamos que reunir los alumnos de segundo de Historia del Arte estaba ya en posición la profesora de la asignatura “Arte bizantino y Arte islámico”, esperando nuestra llegada y la del autobús que nos iba a llevar, ida y vuelta, en uno de los días más exhaustos, pero también más apasionantes e inolvidables de nuestras vidas, a la que fuera capital del califato andalusí: Córdoba (Qurtuba). Cuatro horas y media con descanso incluido, tanto al ir como al volver, hubimos de soportar en nuestros cuerpos para visitar dos de las excelsas maravillas que dejaron los musulmanes a su paso por la península Ibérica: la ciudad de Medina Azahara y la Mezquita de Córdoba.

      De todos los artículos que llevo redactados en este humilde y altruista blog, quizás sea este (por ahora) el que cuente con la introducción más personal de todos, pues responde a un momento de mi andadura existencial en el que se juntaron varios factores que hicieron de aquella etapa algo hermoso de recordar, y sería egoísta de mi parte no haceros partícipes, siquiera un poco, de un fragmento de lo que viví. Concretamente, ese día fue agotador por la pesadez de un viaje así en menos de 24 horas, y más habiendo dormido apenas tres por los nervios; por otro lado, hubo magia en el trayecto, un regreso al pasado califal durante la visita en sí, una compañía insuperable y el primer contacto con el amor, que, si bien concluyó de forma agridulce, servidor lo rememora siempre en términos de enorme felicidad. 

      Si habéis leído mi entrevista personal para este mismo blog, veréis nada más pinchar en la entrada una foto mía en el interior de la mezquita cordobesa, si bien no la más agraciada por mi rostro, sí una muy valiosa tanto por el lugar que estaba presenciando como por las personas fuera de plano que me acompañaron todo el viaje. Dicho lo cual, y ya dejando atrás esta parte más íntima, centrémonos en el objeto del artículo, que se encuadra en esta serie de arquitectura en la que estoy pasando página a una selección cronológica de hitos que del Coliseo de Roma nos llevará al Empire State Building y más allá, pasando en esta ocasión por la milenaria Mezquita de Córdoba.

      En enero recorrimos las tierras del Reino de Asturias al hilo de Santa María del Naranco, en cuyas venas circula el estigma iconográfico de la llamada “Reconquista” cristiana de Al-Ándalus, un largo proceso de guerra santa que terminó con la toma de Granada por los Reyes Católicos el 1 de enero de 1492. Esta vez vamos a darnos una pequeña vuelta por los territorios peninsulares del islam, que fueron integrados como una provincia más del Califato Omeya de Damasco a partir del 711, año en que, a las órdenes del califa al-Walid I, un contingente militar dirigido por Tarik y Muza obtiene la decisiva victoria contra el Reino visigodo de Toledo en la Batalla de Guadalete, saldada, entre otras cosas, con la muerte del rey don Rodrigo, evento trascendental que allana la rápida invasión de casi toda la vetusta Hispania.

      Ahora bien, ¿de dónde viene la dinastía omeya, primera de la historia del islam? Esta familia, descendiente de comerciantes de La Meca, llega al poder de Damasco en el 661 tras poner fin al gobierno de los denominados califas ortodoxos, sucesores directos de Mahoma tras su muerte en el 632. Siguiendo las propias palabras del Profeta, quien aunaba en su persona una carga religiosa, política y militar, los califas damascenos emprenden en tiempo récord una serie de campañas que los llevan a obtener el dominio de un imperio que abarca desde el Indo hasta la ciudad francesa de Poitiers, ambas regiones en las que perdieron cruciales batallas en 732 y 738 respectivamente, marcando con ello la extensión territorial máxima del poder omeya.

      Mapa que muestra el avance territorial del islam desde sus orígenes hasta el Califato Omeya de Damasco. Wikimedia Commons

      El proyecto de conquista del Mediterráneo emprendido por los omeyas durante sus casi 90 años de califato conllevó, por un lado, la división del Mare Nostrum en norte cristiano y sur musulmán, pero, por otra parte, ello no supuso una absoluta e inmediata imposición de su cultura, tradiciones y valores artísticos sobre las zonas dominadas. La islamización de estos territorios fue un proceso, al igual que la romanización de antaño, lento, progresivo y, bastantes veces, no terminado de cuajar, por eso nos referimos al Arte omeya desarrollado en Al-Ándalus como un episodio con entidad e identidad llamado Arte hispanomusulmán. Quienes mejor explican esto son otros dos grandes especialistas del mundo islámico, Richard Ettinghausen y Oleg Grabar:

      “Todas las tierras conquistadas por los musulmanes en el siglo VII, que durante mucho tiempo fueron el núcleo del imperio islámico, habían recibido la influencia del arte clásico de Grecia y Roma en su sentido más amplio”

      (ETTINGHAUSEN, 1996, p. 28)

      Este siglo de esplendor, que situó a las fuerzas de Alá en el mapa de la Edad Media, en las últimas décadas fue apagándose por varias razones, una de las más importantes las luchas internas entre clanes y tribus que no aprobaban las medidas del gobierno dirigente. Fue la facción abasí la que derrocó a la dinastía omeya en el 750, pasando a cuchillo a casi todos sus familiares, protagonizando con ello uno de los episodios más cruentos y sanguinarios de la historia. Y digo casi porque el único miembro de la masacrada familia omeya que consiguió huir de la carnicería abásida fue el luego conocido Abderramán I, que exiliado en tierras hispanas obtuvo suficiente apoyo como para ser nombrado emir en el 756. De no haber escapado a tiempo este único individuo de Damasco, quién sabe si hubiéramos presenciado en nuestra época una maravilla como la Mezquita de Córdoba.

      Previamente a la llegada de Abderramán I al trono andalusí, este se definía como un emirato dependiente de Damasco, etapa que, por tanto, va del 711 al 756. Con el príncipe omeya ya convertido en emir, se da inicio al emirato independiente, paso previo a lo que acontecerá en el 929 con Abderramán III, que proclamará el Califato de Córdoba, volviéndose así Al-Ándalus independiente del Estado abasí, con capital en Bagdad, tanto en lo político como en lo religioso. Estos tres siglos de gobierno omeya son considerados por muchos como los más florecientes del Arte hispanomusulmán, y sin duda alguna un capítulo áureo dentro del Arte islámico en general, dicho sea esto sin desprestigiar las producciones posteriores: que nadie pase por alto el pequeño detalle de la Alhambra que nos legaron los nazaríes en Granada.

      Conjunto de cuatro mapas que ilustran la evolución política de Al-Ándalus desde sus tiempos de emirato hasta la fragmentación en taifas. Web UnProfesor.com

      Por tanto, lo que se está viviendo en “España” en estos momentos no es ya una simple influencia de Oriente, no hablamos de un contacto entre civilizaciones, sino de un “verdadero desplazamiento de la cultura oriental a nuestro suelo” (CHUECA, 2000, p. 292). Aplicado al Arte, y al hilo de lo que hemos apuntado en el anterior párrafo, el Arte hispanomusulmán en toda su extensión, y el omeya en particular, si bien parte de un contexto genérico como es el Arte islámico, es también, como explica el doctor especialista en la materia Antonio Eloy Momplet Míguez, “heredero y receptor de otras tradiciones artísticas que son las que colaboraron a darle su riqueza y su propia caracterización” (MOMPLET, 2008, p. 11). Es decir, el Arte hispanomusulmán es islámico, por supuesto, pero en verdad es mucho más.

      A la fuerte impronta dejada por los romanos en Hispania hay que sumar el legado visigótico y el influjo coetáneo ejercido por el Imperio bizantino, todas ellas fuentes artísticas de primer nivel que van a ser clave para comprender la gestación del Arte andalusí en los tres primeros siglos de su existencia (MOMPLET, 2008, p. 20). Hasta la disgregación del califato cordobés en taifas independientes, si bien se entiende que hubo de desenvolverse una amplia y rica producción material en toda Al-Ándalus, lo cierto es que no se conservan tantos ejemplos como nos gustaría, de ahí que la Mezquita de Córdoba vea multiplicado exponencialmente su valor, pues en ella se codifica la historia de la dinastía omeya en la península Ibérica (JIMÉNEZ, 1989, p. 24).

      Desde el diseño inicial de Abderramán I hasta la última ampliación de Almanzor, la mezquita aljama (mezquita mayor) de Córdoba fue ganando en monumentalidad y esplendor hasta convertirse en el emblema de la familia omeya en su rama andalusí, símbolo físico de la consolidación de su poder y estructura política (SOUTO, 2007, p. 40). A diferencia de otras construcciones, avasalladas por el imparable avance cristiano desde el septentrión, hemos de agradecer que este conjunto no fuera totalmente demolido, sino que “solo” se erigiera en su interior la catedral de la diócesis. Creo que no hará falta explicar con detalle al lector por qué escribo la palabra solo entre comillas.

      ANÁLISIS COMPOSITIVO Y FORMAL I: LA MEZQUITA

      La edificación cordobesa responde a la tipología de mezquita hipóstila, primera del islam y modelo preferente en la zona occidental de sus territorios. El origen de este tipo hemos de hallarlo, primeramente, en espacios al aire libre como plazas, lugar primitivo donde se efectuaban los rezos diarios y la oración del viernes, y, materialmente hablando, su punto de partida puede rastrearse en la casa de Mahoma en Medina, cuyo patio exterior fue adquiriendo poco a poco la función de centro para fieles. En función de la bibliografía consultada, uno puede leer en ocasiones la defensa de estas mezquitas de pórticos múltiples como “las verdaderas mezquitas, mientras que los otros tipos son, al fin y al cabo, degeneraciones del puro concepto de mezquita” (CHUECA, 2000, p. 288).

      Esquema longitudinal de una mezquita hipóstila con sus partes debidamente indicadas. Blog Arte Cabañas

      No entraremos al debate puritano de la esencia de la mezquita, mas sí debemos explicar cómo se estructura una mezquita hipóstila para poder entender en profundidad el ejemplo de Córdoba. Una mezquita, a diferencia de una iglesia, no se planifica como la casa de Dios ni el asiento de una asamblea jerarquizada (CHUECA, 2000, p. 286), ya que la religión musulmana sigue otros derroteros, el significado de la propia palabra islam nos da la clave de su interpretación: “sumisión”. El primer pilar dice que Alá es el único Dios y Mahoma su Profeta, por lo que el centro neurálgico de un templo de estas características es la sala de oraciones, donde los fieles se postran ante el Todopoderoso. No existe la figura del sacerdote, sino la del imán, guía espiritual que pronuncia desde el mimbar (púlpito) la jutba, un discurso con carácter político más que religioso.

      Estructuralmente, a diferencia de las iglesias cristianas occidentales, que se desarrollan longitudinalmente al hacer uso del modelo basilical, las mezquitas hipóstilas se desenvuelven transversalmente, tomando como referencia el muro de quibla, orientado hacia La Meca, en cuyo centro se practica un punto que centra la atención, el mihrab, y lo precede un recinto privado donde se situaba el califa o sus dignatarios durante los rezos públicos, la macsura. De forma paralela o perpendicular, se disponen una serie de naves que constituyen la sala de oraciones (haram), la cual es precedida por un patio porticado (sahn) en cuyo centro se ubica la fuente para abluciones (sabil).

      Esta tipología remata en altura con el alminar o minarete, torre desde la que el almuédano o muecín llamaba a oración a la población, hoy sustituido por una grabación emitida por megafonía. En los alminares construidos a lo largo y ancho de la historia de las mezquitas puede uno hallar un sinfín de variantes y modelos, formando un nutrido repertorio formal y estructural que los convierte en los elementos más icónicos de los templos musulmanes. En particular, los del islam occidental son de planta cuadrada y la escalera de subida se articula en torno a un núcleo central, siendo el de Córdoba una notable excepción.

      La Mezquita de Córdoba y otras de Al-Ándalus cuentan, así mismo, con otra destacada excepción, y es que tienen su “Meca particular”, pues no están como tal orientadas hacia La Meca, sino desviadas al sur o ligeramente al sureste (JIMÉNEZ, 1989, p. 33). Se han apuntado varias hipótesis sobre este hecho, y casi todas tienen claro que no se trata de un error en los cálculos por parte de los arquitectos, al contrario, existe la posibilidad de que un refinamiento en los mismos resultara en esas coordenadas, o quizás se estuvieran fijando en la orientación de las mezquitas orientales de Siria (MOMPLET, 2008, p. 29), patria natal de Abderramán I, quien, con esta alteración del eje, por tanto, podría estar reivindicando el origen de la familia omeya. Los límites del solar y la inclinación del terreno hacia el Guadalquivir pudieron también ser factores decisivos (SOUTO, 2007, p. 42).

      Plano de la Córdoba omeya donde se señalan la Mezquita de Córdoba (en verde), su orientación (en rojo) y el eje direccional hacia La Meca (en azul). Blog Reflexiones sobre un clasicismo contemporáneo

      Con este preámbulo, vamos ya a sumergirnos en el análisis de las fases constructivas y ampliaciones de la mezquita cordobesa, reservando este epígrafe única y exclusivamente a la susodicha, tiempo tendremos en el siguiente apartado de analizar las intrincadas obras cristianas que se insertaron en el tejido arquitectónico de la obra andalusí. El punto de partida, como ya hemos anticipado, es Abderramán I, “el Emigrado” (756-788), quien sienta con su recinto las características constructivas, estéticas y espaciales que determinaron su procedural desenvolvimiento a lo largo del emirato primero y el califato después, razón por la que esta fase, junto a la de al-Hakam II, va a ser en la que más tiempo debamos detenernos dada su importancia.

      Previamente al edificio musulmán, existía en Córdoba la Basílica de San Vicente Mártir, iglesia que con alta probabilidad tuvo que formar parte de un conjunto episcopal, ya que sus modestas proporciones no eran aptas para un culto compartido entre cristianos y musulmanes. Así, cabe suponer que, inicialmente, ambos pobladores convivieran sin mayores problemas hasta que el aumento demográfico y, con ello, el crecimiento de la comunidad islámica, llevara al propio emir a adquirir el solar cristiano en el 784-785. Gracias a las excavaciones emprendidas por Félix Hernández en los años 30 del pasado siglo, hoy pueden observarse expuestos vestigios de aquella basílica, destacando los mosaicos del pavimento, de notable raigambre romana.

      Fragmento conservado del pavimento de la Basílica de San Vicente Mártir, decorado con mosaicos. Wikimedia Commons

      Comprado el solar, Abderramán I puede entonces pensar en “levantar el chapitel simbólico que corone su obra de treinta años, la gran mezquita de Córdoba” (CHUECA, 2000, p. 294), es decir, inició la construcción a pocos años de morir, por lo que fue su hijo, Hisham I, quien culminó la empresa del padre. Vamos a empezar realizando una inspección de la planta, para cuyo estudio nos valdremos del plano situado bajo estas líneas, donde se señalan adecuadamente los límites de cada una de las etapas constructivas de la mezquita previamente a los aditamentos cristianos. Inicialmente, se proyectó una mezquita casi cuadrada, dividida en patio y sala de oraciones, conformada por once naves, la central más ancha y las de los extremos más estrechas, proyectadas perpendicularmente al muro de quibla y no paralelas, como en el que pudo ser su referente, la Gran Mezquita de Damasco.

      Planta de la Mezquita de Córdoba donde se delimitan con colores sus fases constructivas. Wikimedia Commons

      Yendo de fuera hacia dentro, lo primero que observamos son los muros perimetrales, construidos con sillares bien escuadrados, animados con gruesos resaltes prismáticos, coronados a su vez por merlones escalonados, y practicados por una serie de puertas cuya organización de fachada va a ser repetida con pocos cambios en las siguientes ampliaciones. No podemos denominar a los susodichos resaltes como contrafuertes en el sentido estricto del término, ya que no están contrarrestando ningún empuje, por lo que su eliminación no devendría en colapso estructural (FERNÁNDEZ, 1981, p. 8).

      En cuanto a las puertas, tomamos como referencia para su análisis la más emblemática de todas, hoy conocida con el nombre de Puerta de San Esteban, originalmente Puerta de los Visires, abierta en el lado occidental. Se aprecia en ella una estructura tripartita, con dos cuerpos laterales de menor anchura y uno central que focaliza la atención, con el vano enmarcado por un arco de herradura y un alfiz, el más antiguo conservado de la arquitectura andalusí (MOMPLET, 2008, p. 39), y rematado por un tejaroz sostenido por unos elementos muy característicos del Arte hispanomusulmán que vamos a cansarnos de ver en el interior: los modillones de rollos. Este cuerpo central fue ampliamente reformado por el emir Mohammed I (852-886).

      Fachada de la Puerta de San Esteban, abierta en el muro oeste de la Mezquita de Córdoba. Wikimedia Commons

      Es el espacio interno el que proyecta la imagen que más ha calado en la cultura popular y en la Historia del Arte: todo el que vea una fotografía de aquí sabe que esta fue sacada en la Mezquita de Córdoba. Las once naves cuentan con doce tramos y, como hemos dicho en la planta, se trazan de forma perpendicular al muro de alquibla, no solo por una cuestión compositiva básica que ayuda a dirigir la mirada del fiel durante las oraciones, sino también por un tema estructural que resultó decisivo “en la ordenación espacial de la mezquita” (MONEO, 1985, p. 28). Todas se cubren con techumbres de madera a una altura de unos 9,5 metros por una razón más psicológica que puramente estructural, pues la población musulmana, particularmente los guerreros, aún acostumbrados a rezar al aire libre, no toleraban los espacios claustrofóbicos (FERNÁNDEZ, 1981, p. 14).

      Vista interior de la Mezquita de Córdoba desde la sección de Abderramán I, mirando hacia el sureste. Wikimedia Commons

      Para solventar esto, el arquitecto de la mezquita cordobesa exprimió su ingenio y sabiduría, diseñando una solución brillante para el alzado de las naves que supuso un notable progreso en relación a la Gran Mezquita de Damasco y otros precedentes. Partiendo de columnas reaprovechadas de edificios romanos y visigodos, unos arcos de herradura con dovelas alternas de piedra y ladrillo se asientan sobre cimacios y arriostran pilares que se enlazan a los mismos con los ya conocidos modillones de rollos. En vez de rellenar con muro macizo el espacio restante hasta el techo, se aligera el material y, con ello, los pesos, mediante un segundo nivel de arquerías, esta vez de medio punto, y dejando sin enjutar las del primero, decisión arriesgada pero que, a la postre, se demostró eficaz y “verdaderamente ingenieril” (FERNÁNDEZ, 1981, p. 14).

      Parándonos un momento a pensar en esta hábil disposición, uno seguramente no tardará en preguntarse lo siguiente: si las columnas fueron extraídas de edificios diferentes, ¿no son sus alturas, por tanto, variables? Efectivamente, las dimensiones de unas y otras adolecen medidas diversas, razón por la que se tuvo que nivelar la altitud para que el primer nivel de arquerías arrancara de una imposta común. La solución adoptada fue un sillar cruciforme que, a la vez que actúa de salmer de dos arcos adyacentes, constituye la base de los modillones de rollos sobre los que van los pilares. Esta decisión, en cuanto escaseó el material de acarreo y se tuvo que fabricar desde cero, se volvió innecesaria, pues las piezas comenzaron a labrarse de forma estandarizada.

      Estas mismas columnas de la fase de Abderramán I son las únicas de toda la mezquita que tienen basa, ya que en sucesivas ampliaciones los arquitectos prescindieron de ella. No fue esta, como os podéis imaginar, una decisión arbitraria, sino fruto de una cimentación individual para cada soporte y deficiente en calidad que comprometió la estabilidad de la estructura, una de cuyas consecuencias fue el hundimiento de las basas por debajo del nivel del suelo. De esta forma, a partir de Abderramán II, con la intención de mantener la continuidad formal, se prescinde de este elemento.

      La alternancia bícroma que se practica en los arcos, además de enriquecer estéticamente el conjunto emiral, responde a una funcionalidad no siempre comentada, y es que la conjunción de las resistencias de la piedra y el ladrillo genera una flexibilidad capaz de soportar los procesos de dilatación y contracción (MOMPLET, 2008, p. 33). Esta solución arquitectónica no es original de los omeyas, sino que hunde sus raíces en el pasado Imperio romano y el coetáneo Imperio bizantino, de donde, a través de continuos trasvases, acabó penetrando en el ámbito musulmán.

      Además de sustentar las techumbres de madera, el segundo nivel de arcadas funciona también como desagüe, ya que circula por su engrosada superficie un canalón que drena el agua de la lluvia hacia unas gárgolas situadas en los extremos del mismo. De esta manera, las once naves de la mezquita de Abderramán I actúan como si fueran acueductos que recorren el largo de la sala de oraciones, y por este motivo los tejados son a dos aguas e individuales por nave, para desempeñar así una labor canalizadora más efectiva.

      Dibujo del alzado y la sección de las naves de la Mezquita de Córdoba. Blog Reflexiones sobre un clasicismo contemporáneo

      Completarían este conjunto el mihrab, posiblemente una hornacina de la que hoy solo se conserva un nicho con forma de venera, y el primer alminar de la historia de la mezquita, levantado ya por el hijo de Abderramán I, Hisham I (788-796), cuyas marcas excavadas dan unas dimensiones aproximadas de 6 x 6 x 18-20 metros, pudiendo constituir uno de los primeros alminares turriformes del islam, aunque sobre su alzado aún se plantean serias dudas (MOMPLET, 2008, p. 35). Hixem I también proyectó una galería para mujeres y una fuente de abluciones en el patio.

      Así llegamos a la primera ampliación de la Mezquita de Córdoba, planificada por el emir Abderramán II (822-852), desarrollándose las obras entre 833-848. Es ya en este punto donde constatamos por primera vez lo que hemos dicho anteriormente de que la estructura delineada por el arquitecto de Abderramán I, muchas veces definida como un “bosque de columnas”, resultó clave en la posterior ordenación espacial, pues se fijó un esquema perfectamente extensible en todas direcciones. Aquí radica una de las mayores ventajas de la mezquita hipóstila frente a los otros modelos, ya que, al disponer un espacio “indiferenciado y monótono, carece de límites, como el mismo desierto o un palmeral en el oasis” (CHUECA, 2000, p. 289).

      Consciente de la enorme maleabilidad de la Mezquita de Córdoba, y ante el crecimiento demográfico de la capital del emirato, el arquitecto de Abderramán II, que auspició un periodo de bonanza para Al-Ándalus, emprendió una extensión hacia el sur de las once naves en ocho tramos. Esto supuso el derribo del primer muro de quibla y mihrab, mas no al completo, dado que habría ocasionado problemas de estabilidad estructural, sino que ciertos puntos fueron mantenidos en su posición y aprovechados con una doble intencionalidad: contrarrestar los empujes de las arquerías y marcar una separación visual entre la zona antigua y la nueva. Con ello, hubo de levantarse un segundo mihrab, el cual, según la información de que disponemos, tuvo un mayor desarrollo arquitectónico, anticipando así el que analizaremos de fechas del califa al-Hakam II (MOMPLET, 2008, p. 38).

      Vista interior de la Mezquita de Córdoba desde la ampliación de Abderramán II hacia la Capilla del Lucernario de tiempos de al-Hakam II; donde hoy vemos la portada que da acceso a la misma estuvo el segundo mihrab. Wikimedia Commons

      Con el fin de evitar los problemas vistos y comprobados en la obra de su predecesor, esta vez se optó por el uso de una cimentación corrida y no independiente para cada soporte, medida óptima que se perpetuó en el tiempo junto con la comentada prescindencia de las basas columnarias, propiciada por la necesaria elevación de la cota de suelo. Se mantiene también la tendencia a reaprovechar fustes de otras construcciones, pero también se va implementando gradualmente el trabajo ex profeso, destacando especialmente los capiteles, aunque solo conservamos de esta fase en torno a una docena de un total de ochenta (MOMPLET, 2008, p. 37). En ellos se perfila una estética propiamente hispanomusulmana que, partiendo de modelos corintios y compuestos, avanza hacia algo autóctono.

      En el año 912 llega al trono emiral Abderramán III, quien, en el 929, empujado por la acuciante presión del Califato Fatimí de El Cairo, a su vez independizado del Califato Abasí de Bagdad, da el paso y se convierte él también en califa, fundando con ello el Califato Omeya de Córdoba, tercer gran califato en este contexto de disgregación de la unidad islámica. Ostentando tal título, entre el 951-958 promueve la tercera ampliación de la mezquita cordobesa, pero, a diferencia de la anterior, esta se proyecta hacia el norte y centra su programa constructivo en tres objetivos: ampliar el patio, erigir un nuevo alminar y reforzar la fachada septentrional del oratorio, sobre todo tras los daños que sufrió en el terremoto del 880-881.

      La ampliación del patio llevó aparejada la construcción de galerías abiertas (riwaks) en todos los lados, salvo, evidentemente, en el que da acceso al oratorio, y aunque fueron rehechas en el siglo XVI, se respetó su estructura original en buena medida, basada en sucesiones de triples arcos entre potentes machones (MOMPLET, 2008, p. 42). En cuanto al refuerzo de la fachada hacia la sala de oraciones, lo que se ideó fue una duplicación de la misma tanto para suplir los daños del terremoto, que amenazaron con su desplome, como contrarrestar las cargas de las prolongadas arquerías, decisión que iba a ser crucial para la ampliación de al-Hakam II.

      Pero qué duda cabe de que la joya de la política constructiva de Abderramán III fue el alminar, que sustituyó al de tiempos de Hisham I. Su estructura hoy yace bajo la torre-campanario de la catedral, y gracias a que no fue destruida se ha podido reconstruir su aspecto hipotético: era un coloso prismático de unos 47 metros de altura, con un primer cuerpo de fachadas simétricas dos a dos, animadas por vanos de herradura con alfices, y un segundo concéntrico y de menor diámetro con una sola apertura por lado y coronado por la cúpula con el yamur; las cornisas se animan con merlones escalonados. El elemento excepcional de este alminar es que, en vez de una única escalera en torno al núcleo central, alberga dos diferenciadas, acorde a las dos entradas al mismo, una desde el exterior y otra por el patio.

      Maqueta a escala reducida que reconstruye el posible aspecto original del alminar de Abderramán III. Museo Arqueológico de Córdoba

      Advertido estaba el lector desde el principio de qué dos fases iban a acaparar una notoria mayor atención en esta primera parte del análisis: la de Abderramán I ya la hemos abordado, toca ahora introducirnos en la ampliación de al-Hakam II (961-976). En sus momentos como príncipe heredero, su padre, Abderramán III, encargó a su hijo la tarea de supervisar las obras de la ciudad palatina de Medina Azahara (936-976), cuyo conocimiento todavía nos es parcial, pero en estos decenios del siglo X se detectan en la Mezquita de Córdoba patrones que, claramente, beben de allí, barajándose la posibilidad de que trabajaran en el templo algunos de aquellos talleres constructivos.

      Este hecho y la circunstancia de que al-Hakam II, nada más suceder en el califato a su padre el 16 de octubre del 961, tomara como primera decisión en el cargo una nueva ampliación de la mezquita cordobesa, han llevado a la historiografía a pensar en que llevara fraguando su ambicioso plan desde que ostentara el puesto de supervisor de obras de Medina Azahara (MOMPLET, 2008, p. 41; ABAD, 2009, p. 10). Y salta a la vista, al contemplar su proyecto, que el pensamiento detrás de todas y cada una de sus partes no se concibió en poco tiempo, sino que se trata de una muy bien urdida empresa en el plano arquitectónico, decorativo y simbólico con la que se prestigia y sanciona el poder del califa como sucesor de Mahoma (ABAD, 2009, p. 10).

      Con justicia se ha denominado a la ampliación de al-Hakam II como una “mezquita dentro de la mezquita”, ya que en tamaño se equipara más o menos a la de Abderramán I, y de igual manera que hiciera Abderramán II, esta se va a efectuar hacia el sur, siendo la última vez que se avance en esta dirección. La principal razón de que posteriormente no se prolongara la mezquita por el flanco meridional se debe a que, conforme se acercaban al río Guadalquivir, el desnivel aumentaba a marchas forzadas, y para poder mantener la cota de suelo vigente se tuvieron que realizar unos cimientos de siete metros de grosor y más de tres de altura, con todo el gasto económico y material que ello supone.

      Planta general de la ampliación de la Mezquita de Córdoba proyectada por al-Hakam II. ABAD, 2009, p. 11

      Consecuencia del espesor de la cimentación fue la erección de un muro no menos grueso, de unos seis metros, en este lado sur, hecho que permitió compartimentar su superficie en una serie de estancias donde se van a desplegar las mejores y más ricas soluciones arquitectónicas de la mezquita, fruto de un gobernante con altos niveles de exquisitez y refinamiento. El mihrab, que como veremos en unos instantes ya no es un simple nicho en la pared, está flanqueado por cinco habitáculos de planta cuadrada a cada lado, siendo las más relevantes las adyacentes, una destinada al pasadizo privado del califa (sabat) y otra a la sala del tesoro (bayt al-mal).

      Antes de analizar en profundidad el que sería el tercer mihrab de la historia de la Mezquita de Córdoba, debemos preguntarnos primero qué se hizo con el segundo, el de Abderramán II. De igual manera que pasó con el de Abderramán I, si bien la demolición del muro de quibla era necesaria para efectuar la transición hacia los doce nuevos tramos del oratorio, esta no fue absoluta para eludir posibles percances estructurales, sino que se reformó como arquería transversal que actuara a modo de contrafuerte, por un lado, y también como elemento delimitador hacia la ampliación de al-Hakam II, por otro. Esta diferenciación de espacios va a quedar resaltada y engrandecida en el tramo central y sus laterales, estableciendo en estas naves de principio a fin un sector privilegiado y aislado del entorno que se ha convertido en el epicentro de numerosas investigaciones e hipótesis.

      A modo de pórtico, el arquitecto de al-Hakam II diseñó en el inicio de la nave central, de cara al mihrab, por tanto, la llamada Capilla del Lucernario, rebautizada en el siglo XVII como Capilla de Villaviciosa al trasladarse a su interior una imagen de la Virgen procedente de la localidad de Villaviciosa de Córdoba. Tanto este como los tramos colindantes, en vez de ser proyectados con arcos de herradura, lo hacen con bellos arcos polilobulados, que, si bien ya habían sido empleado con anterioridad, ahora por primera vez se emplean con fines constructivos y no solo ornamentales (MOMPLET, 2008, p. 45). El arco que permite el acceso a esta capilla desde la zona de Abderramán II fue reemplazado por una portada cristiana de estilo renaciente, en cuya composición podéis deteneros un par de imágenes más arriba.

      Interior de la Capilla del Lucernario o Capilla de Villaviciosa. Wikimedia Commons 

      La Capilla del Lucernario, acogida como cabecera de la primera catedral gótica incrustada en el interior de la mezquita, está delimitada por tres intercolumnios por lado, con columnas que alternan fustes rosados y azulados, y cuyos capiteles mantienen la esencia compositiva del orden compuesto. Sobre ellos apean elaborados juegos de arquerías en varios niveles, el inferior de arcos polilobulados, el superior de herradura con otros tantos polilobulados superpuestos a sus roscas, y uno de remate, también polilobulado, sin función sustentante, meramente decorativo. Buena parte de sus superficies están ricamente cuajadas de yeserías caladas con motivos geométricos y de ataurique que anticipan lo que veremos magnificado en la zona del mihrab.

      Mirando hacia arriba apreciamos en toda su gloria una de las grandes aportaciones de la arquitectura hispanomusulmana de este esplendoroso periodo: las bóvedas de crucería califal. Al igual que los alfices o los modillones de rollos, estas bóvedas pasan a nutrir la riqueza del lenguaje arquitectónico andalusí, apreciando ya en la Mezquita de Córdoba las enormes posibilidad plásticas y creativas de entrecruzar los nervios periféricamente. La bóveda de la Capilla del Lucernario, en concreto, dispone de cuatro pares de nervios paralelos que delimitan un cuadrado central y una serie de espacios auxiliares, cubiertos casi todos con gallones, y plementos por donde se abren ventanas que iluminan el interior y la senda hacia el mihrab.

      Vista de la nave central hacia la macsura y el mihrab de al-Hakam II. Página web oficial de la Mezquita-Catedral de Córdoba

      Desde aquí seguimos recorriendo la nave central camino al mihrab, observando en el trayecto que se ha respetado casi íntegramente el alzado de doble nivel de arquerías con dovelaje bícromo alterno vigente desde tiempos de Abderramán I, únicamente se han adosado a los pilares del segundo nivel pilastras con profusos relieves. Corre por el perímetro superior de la nave central una cenefa epigráfica cuyos fragmentos han permitido leer un mensaje religioso en loor de la fe y recordando la constante intervención de Dios en el destino humano (ABAD, 2009, p. 18). La nave central se cruza en su extremo con un transepto delimitado por una arquería, generando ello una planta en T, cuyos orígenes radican en la arquitectura abasí y cuyo “tímido anuncio” pudo ya trazarse en la ampliación de Abderramán II (SOUTO, 2007, p. 50).

      Cruzada la arquería transversal, donde vuelve a practicarse un primer nivel de polilobulados y un segundo de herradura, aunque sin las pretensiones vistas en la Capilla de Villaviciosa, quedamos cobijados por el vestíbulo del mihrab, espacio perfectamente acotado y resaltado en planta y alzado que, por ende, recibió un tratamiento de primer orden. Estos seis tramos son considerados tradicionalmente la macsura de al-Hakam II, mas se ha formulado en este sentido otra hipótesis bajo la cual la macsura englobaría el total de las tres naves centrales, desde la Capilla del Lucernario hasta el mihrab, espacio longitudinal que quedaría separado del público mediante mamparas de madera, creándose así un oratorio privado para el califa (ABAD, 2009, p. 14).

      Perspectiva aérea de la mezquita de al-Hakam II, apreciando a ambos lados de las tres naves centrales las mamparas de madera. ABAD, 2009, p. 15

      A este ámbito privativo del poder se accedía mediante un pasadizo secreto que conectaba la mezquita con el alcázar, situado justo en frente, que cruzaba por encima de la calle: el sabat. Se tienen noticias de esta práctica en la Mezquita de Córdoba desde tiempos del emir Abdalá I (888-912), quien se desplazaba sin ser visto hacia la macsura construida por Mohammed I. Siguiendo esta práctica del “soberano oculto” o “soberano distante”, propia del ceremonial abasí (SOUTO, 2007, p. 52), al-Hakam II mandó construir un pasadizo cubierto que conectara el alcázar con un postigo en la fachada occidental de la aljama, todavía hoy visible, desde donde, cruzando la puerta alojada en el muro de quibla, llegaría a su oratorio evitando la mirada civil.

      El secretismo del califa solo podía hacer intuir al grueso de la población el poder del que era dueño, reflejado, como hemos dicho, en su ampliación de la Mezquita de Córdoba en general, en las tres naves centrales en particular, y en el vestíbulo del mihrab en concreto. Los dos tramos finales de dichas naves quedan agrupados en forma de tres espacios cuadrangulares delimitados por dos intercolumnios en cada lado, separándose unos de otros mediante la misma solución en altura usada en este sector de la arquería transversal. Así mismo, todas se cubren con intrincadas bóvedas de crucería califal que tejen estrellas de ocho puntas cuyos nervios descansan en sendas columnillas y generan vanos que inundan de luz este sagrado espacio.

      Bóveda de crucería califal que cubre el “antemihrab” de la Mezquita de Córdoba, ornada con brillantes mosaicos bizantinos. Wikimedia Commons

      Por su cercanía al mihrab, es el espacio de la nave central, el “antemihrab”, en el que más énfasis se puso a la hora de diseñar su estructura y programa decorativo. La transición de la planta cuadrada a la octogonal se efectúa por medio de arquillos polilobulados en las esquinas que actúan como trompas. De aquí parte la estrella, diferente a la de las bóvedas laterales, pues nace de la convergencia de dos cuadrados girados 45º, los cuales auspician un octógono concéntrico de menos diámetro. Paulatinamente, se va evolucionando hacia una cubrición de base mixtilínea formada por gallones separados por nervaduras, y todo se recubre, en vez de con decoraciones caladas, con suntuosos mosaicos de fondo dorado que dibujan motivos vegetales principalmente.

      Tanto para estos mosaicos como los de la fachada del mihrab el propio califa, mediante correspondencia, pidió al basileus Nicéforo II Focas que enviara a un artista musivo de renombre desde el Imperio bizantino al Califato omeya de Córdoba, y en verdad solo así se explica tanto el estilo compositivo como la riqueza y finura de las teselas con que se urden estas decoraciones. En esta elección del mosaico como medio artístico con el que recubrir los espacios más importantes de la mezquita puede notarse la voluntad de al-Hakam II de emular monumentos de aquella Siria omeya de la que desciende, como la Gran Mezquita de Damasco, que también contó con artistas bizantinos para acometer la decoración teselada de sus superficies.

      La obra maestra del artista bizantino que intervino en la Mezquita de Córdoba es, sin duda, la fachada del mihrab, si bien por ello no merecieron menor atención las de la sala del tesoro y el sabat, hábilmente trazadas y organizadas en cada uno de sus detalles. La fachada principal se divide en tres registros: el inferior lo conforman placas verticales caladas con ataurique, el intermedio sería el principal, con el arco de herradura, seccionado en falsas dovelas ricamente cubiertas con teselas rojas, azules, verdes y doradas, con enjutas o albanegas con profusos relieves florales que tienden al horror vacui y enmarcado por varios alfices cuyos espacios intermedios se rellenan con caligrafía cúfica; y el superior, articulado por siete arcos trebolados sobre columnillas que acogen nuevos mosaicos de temática vegetal.

      Fachada del mihrab de al-Hakam II en la Mezquita de Córdoba. Wikimedia Commons

      Las columnas que guardan el paso del “antemihrab” al mihrab fueron trasladadas desde el viejo mihrab de Abderramán II, constituyendo un homenaje simbólico del pasado y una clara muestra de respeto hacia los ancestros. Pasado el umbral, nos espera el primer mihrab habitacional de la arquitectura islámica (MOMPLET, 2008, p. 50), que ha trascendido con creces la condición de simple nicho practicado en el muro de quibla para convertirse en un espacio de planta poligonal cubierto con bóveda con forma de venera. Sus paredes se dividen en dos registros: uno inferior, con placas lisas de mármoles rematadas por una cenefa de caligrafía dorada; y uno superior, integrado por arcos trilobulados en cada paño del muro, el cual se orna con exuberantes estucos calados y remata en una inscripción coránica. Se registran aquí firmas de algunos artistas también documentados en Medina Azahara, nueva prueba del trasvase de talleres constructivos.

      Vista del interior del mihrab de al-Hakam II, protagonizado por su excelsa bóveda conquiforme. Wikimedia Commons

      La ampliación de al-Hakam II se completaba con un mimbar móvil de nueva factura que desapareció en el siglo XVII, leyéndose en las fuentes escritas alabanzas sobre su excepcional calidad; y la apertura de nuevas puertas en el lado occidental. Estas fueron restauradas por Ricardo Velázquez Bosco, quien llevó a cabo una labor cientificista y rigurosa entre 1887-1918 centrada no solo en las puertas, sino también en las recargadas techumbres lignarias de las naves del mismo al-Hakam II. Lo que más debate ha generado de esta restauración es la libertad con que el arquitecto dispuso una falsificación epigráfica que da prueba de su intervención en la Puerta del Espíritu Santo, alegando ante la RABASF que lo hizo porque el turista no sabe leer árabe y ya no resultaba adecuada una inscripción coránica (LAGUNA, 2013, pp. 76-77); por desgracia para él, ahora todos sabéis este secreto.

      Fachada occidental de la mezquita cordobesa en tiempos de al-Hakam II; el vano más a la derecha, hoy aislado del acceso de la calle, fue en origen la puerta del sabat. Wikimedia Commons

      Cabría tomar tan magnífica empresa como un ideal epílogo a la Mezquita de Córdoba, pero hay una última ampliación que no por menos espléndida debemos omitir, ya que estaríamos faltando a uno de los pilares del oficio del historiador del Arte. Cuando accede al trono califal Hisham II (976-1009), quien verdaderamente maneja los hilos del poder es su visir, Almanzor, ingenioso político y militar que provocó serios daños a los núcleos cristianos del norte mediante numerosas y violentas aceifas que ocasionaron el saqueo e incluso destrucción de ciudades importantes como León, Santiago de Compostela y Barcelona. Como usurpador del poder real, Almanzor vio en la mezquita cordobesa la oportunidad perfecta de justificar su imagen ante el pueblo y entroncarse legítimamente con la familia omeya.

      Con esto en mente, ordena entre 987-994 una nueva extensión de la mezquita hacia el este en ocho naves con el correspondiente sector de patio, dotado de un pabellón de abluciones y un aljibe subterráneo; con ello, la suya fue en superficie la más grande de todas las ampliaciones ejecutadas en la Mezquita de Córdoba, pues casi duplicó todo lo anteriormente construido. La mayor parte de la historiografía especializada, sea desde el campo de la Historia del Arte, de la Historia de la Arquitectura u otro relacionado, califica con escasas concesiones esta fase como la menos interesante del conjunto, pues predomina la cantidad sobre la calidad y se prima la proyección de la posición política de Almanzor por encima de una obra con personalidad artística como vimos con al-Hakam II. Ello, por ende, se traduce en un predominio de la copia de la estructura anterior en vez de realizar una aportación creativa y original.

      Ahora bien, y buscando siempre ser objetivos en lo que exponemos, hay que señalar, en primer lugar y para bien de Almanzor, que con su ampliación la mezquita cordobesa superó los 22000 m2, posicionándose con ello como la tercera mezquita más grande del islam en aquel entonces (MOMPLET, 2008, p. 57). En segundo lugar, la extensión proyectada no fue solo motivada por el deseo del visir de reflejar su grandeza, sino también por una evidente cuestión de crecimiento demográfico, ya que la población estaba aumentando de forma natural y también debido a la afluencia masiva de inmigrante bereberes. Tercero, elegir el este como punto hacia el que aumentar la superficie del edificio, aunque fue por razones prácticas, permitió a su vez que se conservara el mihrab de al-Hakam II, la zona más bella de la mezquita.

      Dibujo de Miguel Sobrino González que muestra la reconstrucción hipotética de la mezquita aljama cordobesa previamente a las intervenciones cristianas. Historia National Geographic

      Para conectar las zonas anteriores con la nueva de Almanzor, se tuvo que horadar el muro oriental por completo, usando como elemento de transición amplios arcos de herradura apeados en pares de columnas. El arquitecto que diseñó estas ocho naves pudo simplemente haberse limitado a copiar el esquema de dobles arquerías en toda la superficie, pero la imitación de la planta y alzado anteriores llegó también a asumir como parte del programa constructivo los contrafuertes de las mezquitas de Abderramán I y Abderramán II, aquellos que resultaron del derribo parcial de sus respectivos muros de quibla. Evidentemente, en esta extensión ya no tienen el mismo sentido que sus originales, sino que constituyen una nueva medida de legitimación política del puesto de Almanzor en el califato andalusí.

       Por otro lado, la ampliación de Almanzor supuso la desvirtuación de algunos de los principios que se habían logrado en el templo cordobés a lo largo de su historia. Primeramente, el sentido longitudinal que fue adquiriendo con las sucesivas fases se perdió, otorgando al conjunto una planta algo más cercana al cuadrado que remite hasta cierto punto al plan original de Abderramán I. Esto llevó aparejado también la descentralización del eje que lleva al mihrab de la quibla de al-Hakam II, que no fue continuada en las nuevas obras, sino que ese espacio fue rellenado con sendas arcuaciones; de esta forma, la pieza maestra del anterior reinado quedó desplazada y se rompió la simetría.

      ANÁLISIS COMPOSITIVO Y FORMAL II: LA CATEDRAL Y MÁS ALLÁ

      La época dorada que supuso el Califato de Córdoba para la historia de Al-Ándalus se truncó para siempre en el 1031, año en el que el territorio hispanomusulmán, completamente unificado hasta entonces, se disgregó en una serie de reinos independientes llamados taifas, perpetrando un debilitamiento irreversible del islam en la península que no fue pasado por alto por los monarcas cristianos. Aprovechando la ruptura de su integridad, la “Reconquista” avanzó sin dar ya marcha atrás, cayendo Córdoba a manos del rey Fernando III, “el Santo”, en 1236.

      Se inicia así una nueva etapa de la historia de Córdoba, entre cuyas medidas estuvo la cristianización de la Mezquita de Córdoba no solo en el plano simbólico y titular, sino también en el arquitectónico, pues el que fuera emblema de la saga familiar omeya iba a convertirse en el protagonista de una serie de remodelaciones estructurales que, para bien o para mal, prolongaron la vida del edificio emiral y califal. El primer paso como tal no conllevó modificaciones del tejido arquitectónico islámico, tan solo se celebró su consagración oficial como iglesia de la Virgen María el 29 de junio de 1236, y tres años más tarde, en 1239, adquiere rango de Catedral de Nuestra Señora de la Asunción, siendo su primer obispo Lope de Fitero.

      Durante dos siglos y medio, pese a pequeñas intervenciones destinadas a acomodar una parte de la mezquita a las necesidades del culto católico, el espacio fue muy respetado, pero es que incluso cuando se erigió la gran catedral del siglo XVI la resolución adoptada fue levantarla en medio de la sala de oraciones en lugar de derruir por completo la estructura islámica, como sucedió en ciudades como Toledo o Sevilla. La belleza de la Mezquita de Córdoba fue la principal razón de su salvación, ya que fue apreciada como maravilla única en el mundo por musulmanes y cristianos, como reflejan las fuentes, y si hasta alguien del rango de Jiménez de Rada, arzobispo de Toledo, ensalzó las virtudes de un edificio hereje bajo su perspectiva, qué decir del propio cabildo cordobés.

      En este punto de la historia, está claro que la aljama cordobesa había trascendido su condición de “edificio de culto para erigirse en símbolo de la ciudad e incomparable trofeo para los vencedores” (SOBRINO, 2009, p. 154). Con esa idea de respeto y admiración hacia la obra de sus predecesores, eligieron como ámbito en el que celebrar los actos litúrgicos el inicio de la zona de al-Hakam II, convirtiendo la Capilla del Lucernario en el presbiterio de la primera catedral, dado su mayor nivel de iluminación, y el tramo adyacente al este en sacristía. Para ello, se cegaron los arcos del lado oriental, se elevó esta sección mediante unas gradas, se ubicaron las sillas de los canónigos en el cuerpo del coro, fundido en el bosque columnario, y se decoró la cabecera con un programa iconográfico al fresco datado hacia 1351 (ABAD, 2019, pp. 395-397).

      Dibujo hipotético de la reforma inicial para la Catedral de Córdoba. ABAD, 2019, p. 396

      Nos desplazamos ahora al siglo XIV para analizar las siguientes disposiciones adoptadas en el espacio hispanomusulmán, que siguen manteniendo un marcado afán de conservación de la estructura original. En esta centuria, se reforma la Puerta del Perdón, acceso desde el exterior al patio tal y como fue proyectado en tiempos andalusíes, y, sobre todo, se construye la Capilla Real, anexa al este de la Capilla del Lucernario. El debate en torno a su origen sigue candente en el ámbito académico, hallando posturas que, por un lado, defienden que se trata de una construcción califal o almohade, y otras que la califican de obra mudéjar mandada erigir por Pedro I (1350-1369) o su hermano Enrique II de Castilla (1369-1379) como panteón en el que descansaran los restos de su abuelo, Fernando IV, y su padre, Alfonso XI.

      Buena parte de las fuentes afirman con abrumadora certeza que fue Enrique II de Trastámara quien ordenó su edificación en 1369, pero la idea de llevar a cabo una capilla funeraria en la Catedral de Córdoba es anterior, y de igual manera puede también serlo su origen. Alfonso XI mostró en vida el deseo de ser sepultado junto a su padre, Fernando IV, pero su cuerpo permaneció en la Catedral de Sevilla hasta su traslado a Córdoba en 1371 (ABAD, 2019, p. 403). Fue su hijo Pedro I quien mostró gran preocupación por cumplir aquel deseo, por lo que, aunque las crónicas han legado el nombre de su hermano, el fratricida Enrique II, como promotor de la Capilla Real cordobesa, es probable que él terminara en dos años una obra ya comenzada por aquel (ABAD, 2019, p. 406).

      Se data una primera remodelación del presbiterio y la sacristía a la muerte de Fernando IV en 1312, año en que el nivel de suelo de la segunda, la que luego sería Capilla Real, se eleva metro y medio, alojando en un plano subterráneo una especie de cripta abovedada a la que se accede mediante una triple arquería tanto en el norte como en el sur. Si bien inicialmente los cuerpos de Fernando IV y Alfonso XI pudieron reposar en la planta baja, fue el ámbito superior donde finalmente se guardaron sus sepulcros (ABAD, 2019, p. 409), hasta que en 1736 se decidiera trasladarlos de forma definitiva a la Real Colegiata de San Hipólito.

      Vista del ámbito superior de la Capilla Real de Córdoba. Página web oficial de la Mezquita-Catedral de Córdoba

      Compositivamente, el interior de la Capilla Real de la Catedral de Córdoba se organiza en dos registros: uno inferior menos armónico y otro superior, más homogéneo. El primer nivel se divide a su vez en un zócalo de azulejería y arcos ciegos, ambas partes separadas por frisos; la disposición de arcadas en los lados occidental y oriental es tan diferente que casi parecen ejecuciones de periodos distintos (ABAD, 2019, p. 412). Pero nada iguala en belleza al segundo nivel, cuajado de decoraciones de raíz islámica cuyo máximo exponente es su bóveda, formada por pares de arcos entrecruzados a la manera de la Capilla del Lucernario, solo que adaptándose a una planta cuadrada, llenando toda la superficie de deliciosos mocárabes de yeso y abriendo dieciséis vanos en la base para inundar de luz natural el interior.

      En caso de tratarse de una creación mudéjar, estaríamos ante uno de los múltiples ejemplos de la arquitectura cristiana hispana que demuestran el enorme influjo generado por las soluciones arquitectónicas de la arquitectura hispanomusulmana, concretamente de la Mezquita de Córdoba. La dispersión de las bóvedas de crucería califal podemos verla, por ejemplo, en la Iglesia del Santo Sepulcro de Torres del Río (Navarra), cuyo interior se cubre con una bóveda cuyos nervios se cruzan periféricamente y dejan un octógono en el centro. De igual manera, elementos como los alfices y los modillones de rollos van a permear la debatida arquitectura mozárabe o de repoblación, y en este caso la procedencia cordobesa es indiscutible.

      Hecho este inciso, debemos avanzar hacia el reinado de los Reyes Católicos, época en la que, con el nombramiento del obispo Íñigo Manrique de Lara (1485-1496), se planifica la primera gran alteración estructural de la vieja mezquita cordobesa. Se traza en este espacio de recepción de la ampliación de al-Hakam II una verdadera nave gótica, cubierta con techumbre apuntada de madera sobre pilares y arcos fajones de piedra cuya superficie se cuadricula en casetones que alternan en patrón ajedrezado decoraciones vegetales e inscripciones latinas y griegas alusivas al Salvador. La cabecera, una vez más, fue la Capilla del Lucernario, y a los pies, cuadrando con la Puerta del Espíritu Santo, se abrió un rosetón. Ya no es la mezquita quien atraviesa el recinto cristiano, sino que ahora es la catedral la que invade el espacio musulmán.

      Nave gótica de la primera catedral cordobesa. Wikimedia Commons

      Si para esta primera catedral hubo que derribar una pequeña parte de las arquerías de al-Hakam II y desmontar el techo original, lo que se fraguó pocas décadas después en medio del oratorio fue un par de escalas mayor. Esta segunda catedral, que es la que sobresale en el horizonte de Córdoba, es la viva prueba de que, como dice el célebre arquitecto Rafael Moneo:

      “El tiempo no es tan sólo pátina para la obra de arquitectura, y con frecuencia, los edifios [sic] sufren ampliaciones, incorporan reformas, sustituyen o alteran espacios y elementos, transformando la imagen, cuando no perdiéndola, que en su origen tuvieron.”

      (MONEO, 1985, p. 26)

      La arquitectura no solo pasa a través del tiempo, sino que el tiempo pasa a través de ella, pues ha sido, es y siempre será la más viva de todas las artes, y que hoy nos refiramos a tan magna construcción como mezquita-catedral convierte el caso cordobés en “uno de los edificios que mejor desempeñan su papel de testimonio de la historia” (MOMPLET, 2008, p. 27). El artífice de esta magnánima empresa fue el obispo Alonso Manrique de Lara (1516-1523), sobrino de Íñigo y hermano del famoso poeta Jorge Manrique (todos hemos leído en la ESO o bachillerato las Coplas a la muerte de su padre), y fue su decisión una de las más controversiales que puedan recordar los anales de la historia.

      Volvemos a recordar en este momento el enorme aprecio que sentía la población e incluso la Iglesia castellana por el monumento omeya, lo que se tradujo en este periodo en la oposición frontal del pueblo cordobés y el cabildo catedralicio hacia la propuesta del obispo. Sin embargo, este apeló al mismísimo Carlos I, quien aprobó su plan en 1523, aunque las fuentes relatan que, durante su visita a Córdoba de 1526, al ver el boquete donde se instalaría la catedral, expresó que “Yo no sabía lo que era esto, pues no hubiera permitido que se llegase a la antigua; porque hacéis lo que puede hacerse en otras partes, y habéis deshecho lo que era singular en el mundo” (PONZ, 1988, vol. IV, p. 485).

      No vamos a entrar al debate de si fue adecuado o no el derribo de una parte del patrimonio hispanomusulmán para hacer hueco a la catedral, nuestra intención es sintetizar esta nueva fase histórico-arquitectónica de la ya con derecho denominada Mezquita-Catedral de Córdoba. El arquitecto que se encargó de diseñar las trazas fue Hernán Ruiz I, “el Viejo”, maestro de obras ya presente en la catedral sevillana que acometió una difícil tarea al tener que ensamblar un edificio tardogótico-renacentista en la malla columnaria de una mezquita hipóstila, y que su proyecto triunfara nos habla del profundo conocimiento que poseía de ambas arquitecturas (MONEO, 1985, p. 33).

      Antonio Almagro Gorbea, planta de la Mezquita-Catedral de Córdoba. Colecciones de la RABASF

      De una forma eficaz, práctica y económica, Hernán Ruiz desarrolló una planta con la que se aprovechaban las propiedades estructurales de algunos de los elementos más destacados del templo islámico. Diseñó una iglesia de cruz latina, con una única nave de seis tramos de grosor cuya pared septentrional empleaba como contrafuertes los restos del muro de quibla de Abderramán I y su idéntica prolongación en la ampliación de Almanzor, teniendo tan solo que construir nuevos refuerzos en el lado meridional y los correspondientes soportes para los arbotantes. Por su parte, el transepto comprende el espacio de dos naves del oratorio musulmán, sus brazos tienen un largo de tres tramos y el crucero toma forma elíptica en vez de circular debido a que su anchura es solo de dos tramos y no de cinco como la nave.

      Antonio Almagro Gorbea, planta de bóvedas de la Catedral de Córdoba. Colecciones de la RABASF

      Hernán Ruiz I no pudo ver su obra concluida, razón por la que este proyecto terminó convirtiéndose en una verdadera empresa familiar, continuada primero por su hijo Hernán Ruiz II, quien levantó los muros del transepto y las recargadas bóvedas de crucería de los brazos del mismo y del tramo de la Capilla Mayor, que combinan nervios rectos y combados. En un paréntesis continúa la labor Juan de Ochoa, encargado de abovedar la zona del coro con medio cañón al más puro estilo renacentista y el crucero con una majestuosa cúpula oval, y finalmente la catedral es consagrada en 1607 mientras está de maestro de obras Hernán Ruiz III, nieto del primero.

      Fotografía de la bóveda del coro y parte de la cúpula del crucero a mano derecha. Wikimedia Commons

      La pared de los pies de la iglesia quedó perfectamente alineada con la que fuera nave central de la Mezquita de Córdoba, luego descentralizada axialmente por la ampliación de Almanzor, que dirigía hacia el mihrab, de tal forma que el acceso principal, enmarcado por la Puerta de las Palmas, conduce los pasos del espectador. En estos tramos se configura un trascoro renacentista con el que se monumentaliza la entrada al recinto cristiano, amparada por una fachada de sencillas líneas constituida por un primer cuerpo con dos vanos flanqueados por pares de columnas dórico-toscanas y coronados por frontones triangulares, y un segundo a modo de ático cuyo marco central, guardado por columnas jónicas, sirve de morada a una estatua sedente de San Pedro.

      Trascoro de la Catedral de Córdoba. Wikimedia Commons

      En el extremo opuesto la estructura de la iglesia queda cerrada por el trasaltar, concebido como un muro anexo a las arcuaciones de una de las naves de Almanzor, apreciando en la solución ingeniada un claro ejercicio de respeto y adaptación a los elementos islámicos. Se divide en dos niveles, el inferior sustentado por arcos carpaneles cuyos entrepaños se rellenan con tracerías góticas, mientras que en el superior se concentra un programa escultórico con episodios del ciclo de Pasión y Resurrección, adaptándose sus tímpanos a la forma de los arcos de herradura hispanomusulmanes.

      Parte del trasaltar de la Catedral de Córdoba. Wikimedia Commons

      Antes de hablar del retablo y del coro, debemos volver a retomar la labor de Hernán Ruiz I y su nieto, autores de otras importantes reformas de la mezquita-catedral. El primero acometió la remodelación de las galerías del patio entre 1510-1516, que fueron rehechas respetando la estructura omeya, como ya dejamos apuntado, y su superficie se pobló de árboles y fuentes en tiempos del obispo Francisco Reinoso (1597-1601), conociéndose ya con el nombre de Patio de los Naranjos, al igual que su homólogo de Sevilla.

      Por su parte, Hernán Ruiz III diseñó la estructura de la torre-campanario con que se cubrió el alminar de Abderramán III, un coloso de 54 metros de altura que constituye el punto álgido del skyline de Córdoba. El antiguo alminar fue reutilizado con funciones de campanario hasta que en 1589 un terremoto afectara a su estructura, proyectándose en 1593 una nueva torre que se concluyó en 1617, aunque una serie de condicionantes climáticos posteriores motivaron otras tantas restauraciones de su arquitectura. Compositivamente, consta de tres cuerpos de planta cuadrada, separados por sendas cornisas y balaustradas, y en sus esquinas se erigen pináculos rematados por bolas escurialenses; el cuerpo inferior queda anexo a la Puerta del Perdón, el tercero alberga las campanas bajo vanos de serlianas y se corona el conjunto con una linterna sobre la que se yergue una estatua de San Rafael.

      Fotografía del Patio de los Naranjos con sus galerías y la torre-campanario de la Catedral de Córdoba. Wikimedia Commons

      Tanto el abuelo como el nieto intervinieron también, aunque en periodos distintos, en lo que hoy es la Parroquia del Sagrario, situada en el ángulo sureste de la Mezquita de Córdoba. Hernán Ruiz I se encargó de reformar lo que fue la antigua Capilla de Santiago para acoger la librería capitular, y Hernán Ruiz III la transformó en sagrario a finales del siglo XVI. Este espacio, que abarca cinco tramos de tres naves, representa un nuevo capítulo del respeto profesado por los cristianos hacia la estructura musulmana, ya que mantuvieron las arquerías intactas en lo formal y reaprovecharon todos los elementos de época andalusí como soportes renovados de un programa de frescos iniciado en 1583 por el pintor piamontés César Arbasia.

      Parroquia del Sagrario. Página web oficial de la Mezquita-Catedral de Córdoba

      Podemos, ahora sí, volver al interior para analizar, en primer lugar, el Retablo Mayor, diseñado por el arquitecto jesuita Alonso Matías, cuya propuesta fue aprobada por el cabildo en 1618, aunque en 1625 se vio forzado a abandonar su puesto de maestro de obras (NIETO, 1997, p. 52). Su plan consiste en un retablo de mármol formado por predela, dos cuerpos y tres calles, todo enmarcado por columnas de orden compuesto y frontones curvos rotos. Se combinan óleos de mártires cordobeses, entre ellos San Acisclo, patrón de Córdoba, con esculturas exentas de bronce dorado, aportando más empaque y barroquismo a la estructura. En el centro del primer cuerpo se encuentra el tabernáculo, que configura una “metaestructura” de dos alturas rematadas por una cúpula con linterna también cupulada.

      Retablo Mayor de la Catedral de Córdoba. Blog del proyecto de investigación Encrucijada de mundos: Identidad, imagen y patrimonio de Andalucía en los tiempos modernos

      En frente del Retablo Mayor se dispone la sillería del coro, cuya esmerada talla corrió a cargo del escultor Pedro Duque Cornejo, que la comenzó en 1747 y la terminó en 1757, año de su fallecimiento, por lo que fue la obra final de su vida, valiéndole ello ser enterrado a los pies de la misma. No solo el material elegido es excepcional (caoba de las Antillas), sino también los relieves de los estalos, de un abigarramiento propiamente tardobarroco, siendo el culmen el trono del obispo, protagonista del conjunto donde Cornejo volcó sus máximos esfuerzos, pues la concibió al modo de un retablo (NIETO, 1997, p. 54). Esta espléndida pieza, ejemplo de manual de lo que significa la expresión horror vacui, queda presidida por la escena de la Ascensión de Cristo.

      Sillería del coro de la Catedral de Córdoba, presidida por el trono del obispo. Wikimedia Commons

      El patrimonio de la catedral es mucho más amplio, pero como no queremos seguir extendiéndonos mucho más, señalaremos únicamente los dos púlpitos, los dos órganos y el tesoro. Los púlpitos, realizados entre 1762-1779, están tallados en madera, igual que la sillería coral, y descansan sobre grupos marmóreos de los evangelistas. Los órganos, por su parte, fueron completados respectivamente en 1671 y 1827, y en el transcurso de su historia han sido objeto de varias restauraciones. En cuanto al tesoro catedralicio, está expuesto en la Capilla de Santa Teresa o del Cardenal Salazar, anexa a la sala del tesoro omeya, y su pieza estrella es la custodia, exquisitamente concebida por el orfebre Enrique de Arfe entre 1514-1518, a excepción de la base, que es un añadido dieciochesco (NIETO, 1997, p. 72).

      Patrimonio de la Catedral de Córdoba: a la izquierda, púlpito del Lado del Evangelio; a la derecha, custodia del tesoro. Wikimedia Commons

      Fuera de los límites de la nave y el transepto de la Catedral de Córdoba, otras reformas fueron ejecutadas en los siglos XVII y XVIII, la más destacada de las cuales fue la sustitución de las antiguas techumbres de madera con bóvedas de lunetos de yeso. Junto a este cubrimiento se disponen en cada nave una serie de lucernarios con los que se pretendía solucionar el problema de la escasa iluminación de la antigua mezquita, concluyendo de forma definitiva “la transformación cristiana del edificio” (CAPITEL, 1985, p. 45). También en el siglo XVIII se abren en la fachada sur de al-Hakam II una serie de balcones distribuidos en dos pisos que aportan todavía más luz al interior.

      Cerramos esta segunda parte del análisis mencionando algunas capillas abiertas en los laterales del oratorio que destilan un notable interés histórico-artístico. En la nave oeste se halla la Capilla de Nuestra Señora de la Concepción, construida entre 1679-1672 y destacable tanto por la calidad de su retablo escultórico como los frescos de la antecapilla. Al sur tenemos la ya mencionada Capilla de Santa Teresa, sede del tesoro de la catedral que cuenta con un gran desarrollo en planta, cubriéndose al interior con una cúpula sobre tambor finamente ornamentada y mostrándose al exterior con perfil octogonal. Finalmente, traemos a colación, también en el lado sur, la Capilla de San Esteban por acoger en su seno la tumba del poeta cordobés Luis de Góngora y Argote.

      Frescos de la antecapilla de la Capilla de Nuestra Señora de la Concepción de la Mezquita-Catedral de Córdoba. Wikimedia Commons

      CONCLUSIÓN: ¿MEZQUITA, CATEDRAL O MEZQUITA-CATEDRAL?

      Un viaje de más de un milenio como el que hemos experimentado todos juntos por la Mezquita-Catedral de Córdoba se merece un descanso, y ahora que tenéis conocimientos suficientes para valorar en su justa medida el paradigma de organismo arquitectónico vivo que supone, debo formular obligatoriamente la siguiente pregunta: ¿habría sido mejor que la mezquita hubiera permanecido intacta, que la catedral se luciera por encima de aquella mediante el derribo total de la sala de oraciones, o consideráis que con la sabia combinación de ambas se forjó una simbiosis digna de elogio y respeto?

      Sabéis bien lo peligroso que es caer en los extremos, y más en un caso tan delicado como el que nos atañe, pues década tras década se ha ido generando desde el siglo XIX un profundo debate y polémica que ha acaparado la atención de los medios de comunicación. Por un lado, los viajeros románticos han legado una visión según la cual la España cristiana es un periodo oscuro frente a la luz que arrojó la extinta Al-Ándalus al Arte y cultura en la península Ibérica (SOBRINO, 2009, p. 171), y en ella hemos de rastrear la raíz que motivó las numerosas restauraciones del edificio musulmán, en un posible intento de “re-islamizar” el monumento cordobés (LAMPRAKOS, 2018, p. 49).

      Actuando bajo ese platillo de la balanza, ya durante la Segunda República comenzó a proliferar una propuesta de traslado de la catedral cristiana piedra a piedra para así poder restaurar del todo la mezquita omeya. Esta idea cogió fuerza en las décadas del franquismo, pues el propio caudillo la apoyó dado el interés diplomático que suscitaba de cara a la política exterior, ya que ello le permitiría reforzar lazos con el mundo islámico (LAMPRAKOS, 2018, p. 50). El líder de este bando que anhelaba fervientemente mover la catedral de sitio fue el arquitecto Rafael de la Hoz Arderius, el mismo que investigó hasta el final de sus días la llamada proporción cordobesa, cuyo desglose no podemos ya permitirnos; aunque incluso recibió el apoyo del Ayuntamiento, la conferencia del ICOMOS (Consejo Internacional de Monumentos y Sitios) de 1973 frustró para siempre sus planes (LAMPRAKOS, 2018, pp. 50-51).

      Tirando del otro lado de la cuerda se encuentran los defensores a ultranza de la Iglesia cristiana, que, al igual que los de la otra facción, están en posesión de posturas y perspectivas harto radicales y nocivas para la conservación patrimonial. El fortalecimiento de estas tiene un primer eslabón en la Transición y los estatutos de autonomía, coyuntura en la que, mientras Andalucía buscaba reivindicar su pasado islámico, la Iglesia llegó a negarlo rotundamente (LAMPRAKOS, 2018, pp. 52-53). Obcecada en este objetivo de aplicar la damnatio memoriae a la Mezquita de Córdoba, las autoridades eclesiásticas promovieron una serie de campañas y actuaciones propagandísticas con las que pretendían vender al público la “verdadera” historia del templo (LAMPRAKOS, 2018, p. 53).

      Querido lector, te ruego que analices bien toda la información que has estado procesando en este tiempo para que no caigas en el error de inclinarte hacia un lado u otro, busca el equilibrio. Esa es precisamente la postura que lleva reflejando la UNESCO desde que declarara el centro histórico de Córdoba Patrimonio de la Humanidad allá por 1984. Ante esta declaración oficial, la Iglesia no tuvo más remedio que respetar el nombre de mezquita del monumento, ahora bien, no cejaron en su empeño de alegar que es la propietaria histórica y legítima (LAMPRAKOS, 2018, p. 54). En fin, contentémonos con haber deleitado nuestros sentidos con la Mezquita-Catedral de Córdoba.

      Vista aérea de la Mezquita-Catedral de Córdoba. Wikimedia Commons

      FUENTES Y BIBLIOGRAFÍA

      FUENTES

      ANTONIO PONZ, Viaje de España, 4 vols., Madrid, Aguilar, 1988 (1ª ed. 1947)

      BIBLIOGRAFÍA

      • ABAD CASTRO, C., “El “oratorio” de al-Hakam II en la mezquita de Córdoba”, en Anuario del Departamento de Historia y Teoría del Arte, 21 (2009), pp. 9-30
      • ___, “La Capilla Real de la Catedral de Córdoba. Algunas hipótesis sobre el mecenazgo real de la misma y su proceso de construcción”, en Anuario de Estudios Medievales, 49/2 (2019), pp. 393-426
      • CAPITEL, A., “La Catedral de Córdoba. Transformación cristiana de la Mezquita”, en Arquitectura: Revista del Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid (COAM), 256 (1985), pp. 37-46
      • CHUECA GOITIA, F., Historia de la arquitectura occidental I. De Grecia al Islam, Madrid, Dossat, 2000
      • ETTINGHAUSEN, R. y GRABAR, O., Arte y arquitectura del Islam, 650-1250, Madrid, Cátedra, 1996 (orig. ing. 1987)
      • FERNÁNDEZ CASADO, C., “La estructura resistente de la mezquita de Córdoba”, en Quaderns d’arquitectura i urbanisme, 149 (1981), pp. 1-20
      • JIMÉNEZ MARTÍN, A., El Arte islámico, Madrid, Historia 16, 1989
      • LAGUNA BOLÍVAR, A., “Las restauraciones de Velázquez Bosco en la Mezquita de Córdoba”, en Al-Mulk: Anuario de Estudios Arabistas, 11 (2013), pp. 69-80
      • LAMPRAKOS, M., “Arquitectura, memoria y futuro. La mezquita-catedral de Córdoba”, en Quintana, 17 (2018), pp. 43-74
      • MOMPLET MÍGUEZ, A.E., El arte hispanomusulmán, Madrid, Ediciones Encuentro, 2008
      • MONEO VALLÉS, J.R., “La vida de los edificios. Las ampliaciones de la Mezquita de Córdoba”, en Arquitectura: Revista del Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid (COAM), 256 (1985), pp. 26-36
      • NIETO CUMPLIDO, M., La Mezquita-Catedral de Córdoba, Barcelona, Editorial Escudo de Oro, 1997
      • SOBRINO GONZÁLEZ, M., Catedrales: las biografías desconocidas de los grandes templos de España, Madrid, La Esfera de los Libros, 2009SOUTO LASALA, J.A., “La Mezquita Aljama de Córdoba”, en Artigrama, 22 (2007), pp. 37-72

      MEZQUITA-CATEDRAL DE CÓRDOBA

      OTRAS ENTRADAS EN NUESTRA WEB QUE PUEDEN INTERESARTE




      Categorías
      Pintura

      La Última Cena de Plautilla Nelli

      CONTEXTO HISTÓRICO ARTÍSTICO DE LA ÚLTIMA CENA DE PLAUTILLA NELLI

      CONTEXTO HISTÓRICO

      Plautilla Nelli vivió en la Florencia del siglo XVI, siendo priora del Convento de Santa Catalina de Siena. Esta época está profundamente marcada por las reformas religiosas impulsadas por Girolamo Savonarola. Si bien este fraile dominico vivió en el siglo XV sus ideas contra la corrupción y la ostentación arraigaron y permanecieron, hasta mucho
      tiempo después, en la orden dominica a la que pertenecía Plautilla.

      A Nelli estas ideas también le llegaron a través del arte, gracias a Fray Bartolomeo, fiel seguidor de Savonarola – de quien pintó un retrato que hoy se conserva en el Museo Nacional de San Marcos de Florencia-. Fray Bartolomeo influenciado por Savonarola, y tras la muerte de este, entrará al convento dominico de San Marcos donde seguirá
      creando pero ahora mucho más solemne, centrándose en lo sagrado.

      Giorgio Vasari recoge en la segunda edición de su Vite sobre Fray Bartolomeo: “nel monasterio di Santa Caterina da Siena in sulla piazza di San Marco, apresso a una monaca che dipigne di cui se ne farà al suo luogo memoria” (en el monasterio de Santa Catarina de Sina en la plaza de San Marcos, junto a una monja que pinta). Dando por hecho que se refiere a Plautilla.

      ANÁLISIS FORMAL

      Esta obra destaca no sólo por su belleza, sino por ser la primera obra conocida que representa la Última Cena pintada a manos de una mujer. Y no una mujer cualquiera, sino a la que se le considera la primera mujer artista de la Florencia del Renacimiento. De todas -haciendo referencia a la mujeres artistas- la primera es Sor Plautilla nos dirá Vasari (“Di queste la prima è suor Plautilla”).

      Plautilla Nelli, no sólo como religiosa sino como mujer nunca tuvo acceso a la enseñanza formal del arte, ni por supuesto al estudio de desnudos masculinos. Es así como lo recoge Vicenzo Fortunato Marchese: “È tradizione che Suor Plautilla, volendo studiare il nudo per la figura del Cristo, si giovasse di quello di una monaca defunta, e le altre suore celiando fossero solite dire, che la Nelli in luogo di Cristi faceva Criste”, (es tradición que Sor Plautilla, queriendo estudiar el desnudo para la figura de Cristo, utilizó el de una monja difunta, y las otras monjas solían reírse diciendo que Nelli en vez de Cristo hizo a “Crista”).

      ANÁLISIS ICONOGRÁFICO

      La Última Cena de Plautilla Nelli
      La Última Cena de Plautilla Nelli

      En esta obra se presenta la Última Cena en el momento de la institución de la Eucaristía (“Mientras comían, Jesús tomó pan y, después de pronunciar la bendición, lo partió, lo dio a los discípulos y les dijo: «Tomad, comed: esto es mi cuerpo” Después tomó el cáliz, pronunció la acción de gracias y dijo: «Bebed todos; porque esta es mi sangre de la alianza, que es derramada por muchos para el perdón de los pecados. Mt 26:26-28).

      En la parte central nos encontramos a Jesús, destacado por su túnica roja y su capa azul, que divide en dos grupos de seis a los apóstoles. Enfrente de él está Judas Iscariote que agarra una bolsa de dinero mientras coge el pan que le tiende Jesús. Destaca también San Juan, que abraza cariñosamente a Jesús.

      La pintura alcanza altísimos niveles de detalle como destaca la conservadora Silvia Colucci: es impresionante ver algunos detalles como los pies de los santos debajo de la mesa o la gesticulación de las manos. Así como Rosella Nelli habla de cómo Nelli fue capaz de poner gran atención al cuerpo humano en su representación de los tendones, las venas o las uñas.

      La pintura en tonos cálidos muestra también habilidad técnica en los colores, pues Nelli hará uso del Cangiante, haciendo cambios de color en los ropajes por ejemplo de la figura que cierra la composición por nuestra izquierda.

      La calidad de la obra no se limita a los personajes sino que se aprecia también en la mesa, donde se despliega todo un bodegón, donde podemos ver no sólo el pan y el vino sino un cordero justo en el centro de la mesa, en alusión al sacrificio de Jesús. Es destacable además el mantel que viste la tabla, en el que se puede apreciar incluso los pliegues.

      CURIOSIDADES

      La obra de la Última Cena de Plautilla Nelli fue trasladada durante época Napoleónica al Monasterio de San Salvi, aunque un par de siglos más tarde volverá a su emplazamiento original. A principios del siglo pasado, concretamente en 1918 se hizo una primera restauración de la obra, aunque sin mucho éxito. Fue hace unos años cuando la organización Advancing Women Artists impulsó una campaña para restaurar la obra y darle su merecido valor. Finalizada la restauración en 2019 la obra fue exhibida en el Museo de Santa María Novella.

      Este proyecto fue posible gracias a dos etapas. La primera, comenzó en marzo de 2015 cuando se lanzó la campaña de crowdfunding ‘TheFirstLast’, en la que participaron personas de 19 países. Más tarde se comenzó el Programa “Adopta un Apóstol” permitió que los donantes emparejarse a uno de los apóstoles. Es curiosa la participación de dos canadienses, Margaret MacKinnon y Wayne McArdle, que decidieron adoptar a San Judas Tadeo en honor a Wayne, Beverley McLachlin, primera
      mujer en alcanzar la presidencia de las Cortes de Justicia de Canadá.

      Por último, no se debe pasar por alto que esta obra está firmada por Plautilla, acompañada por la inscripción “Orate pro Pictora”. Una mujer que quiso ser admirada por su obra.

      GALERÍA DE IMÁGENES

      BIBLIOGRAFÍA Y WEBGRAFÍA

      OTRAS ENTRADAS EN NUESTRA WEB QUE PUEDEN INTERESARTE




      La matanza de Quíos

      COMENTARIO HISTÓRICO ARTÍSTICO DE LA MATANZA DE QUÍOS

      La matanza de Quíos” es una de las obras más impactantes del Romanticismo pictórico y una pieza clave en la trayectoria de Eugène Delacroix. La pintura no solo representa un episodio trágico de la Guerra de Independencia de Grecia, sino que también rompe con las convenciones de la pintura histórica al evitar la glorificación del conflicto y centrar la atención en el sufrimiento humano. En este análisis detallado, exploraremos el contexto histórico, la biografía del artista, los aspectos formales e iconográficos, así como su influencia y legado.

      CONTEXTO HISTÓRICO ARTÍSTICO

      La Guerra de Independencia de Grecia y la Masacre de Quíos

      El conflicto griego contra el Imperio Otomano (1821-1830) fue un episodio fundamental en la historia europea del siglo XIX. Grecia, dominada por los otomanos desde el siglo XV, inició una sublevación nacionalista en 1821 con el apoyo de sectores filohelénicos de Europa, quienes veían a Grecia como la cuna de la civilización occidental.

      Uno de los episodios más atroces de esta guerra ocurrió en 1822 en la isla de Quíos, donde miles de griegos fueron asesinados y esclavizados por las fuerzas otomanas en represalia por su participación en la revuelta. La comunidad internacional reaccionó con horror, lo que generó un fuerte apoyo europeo a la causa griega. Este contexto inspiró a Delacroix a plasmar la crueldad de la guerra en una obra que se aleja del heroísmo clásico y se centra en las víctimas.

      El Romanticismo y Delacroix

      La obra se inscribe dentro del Romanticismo, un movimiento artístico que enfatizaba la emoción, la pasión y el dramatismo sobre la racionalidad del Neoclasicismo. Frente a la rigidez académica, los románticos como Delacroix buscaban plasmar intensidad emocional, colores vibrantes y composiciones dinámicas.

      Cuando La matanza de Quíos se presentó en el Salón de París de 1824, recibió una acogida dividida. Mientras algunos la elogiaban por su intensidad y emotividad, otros criticaban su aparente desorden y la falta de una figura heroica central. No obstante, la obra consolidó a Delacroix como un artista innovador y adelantado a su tiempo.

      BIOGRAFÍA DEL ARTISTA

      Eugène Delacroix: vida y trayectoria

      Ferdinand Victor Eugène Delacroix nació en 1798 en Charenton-Saint-Maurice, Francia. Desde joven mostró talento artístico y fue discípulo de Pierre-Narcisse Guérin, aunque pronto desarrolló un estilo propio. Su primera gran obra, Dante y Virgilio en el Infierno (1822), ya mostraba una influencia clara de Géricault, en especial de La balsa de la Medusa (1819).

      Tras La matanza de Quíos, Delacroix continuó explorando temas históricos y políticos, destacando obras como La muerte de Sardanápalo (1827) y La libertad guiando al pueblo (1830), esta última convertida en un ícono revolucionario.

      En la década de 1830, viajó a Marruecos, experiencia que enriqueció su paleta de colores y su interés por el orientalismo, evidente en obras como Las mujeres de Argel en su apartamento (1834). Su carrera culminó con grandes murales en edificios públicos, consolidándolo como una de las figuras clave del arte francés. Murió en 1863, dejando un legado fundamental en la evolución de la pintura moderna.

      ANÁLISIS FORMAL

      La matanza de Quíos
      La matanza de Quíos

      Composición y estructura visual

      Uno de los aspectos más innovadores de La matanza de Quíos es su composición abierta y descentralizada. A diferencia de la pintura histórica tradicional, donde suele haber una figura heroica central que organiza la escena, aquí Delacroix distribuye el drama en todo el lienzo, generando una sensación de caos y desesperación.

      Las figuras están organizadas en dos planos principales:

      • En el primer plano, se agrupan las víctimas, todas en diversas posturas de dolor, resignación o muerte.
      • En el fondo, la violencia continúa con un ejército en movimiento y un paisaje devastado, incluyendo una ciudad en llamas.

      El efecto logrado es una sensación de inestabilidad y desesperanza, ya que el espectador no encuentra un punto focal claro que le otorgue orden o significado heroico a la escena.

      Uso de la luz y el color

      La iluminación en la obra sigue un esquema dramático y contrastado:

      • La luz proviene de la parte superior izquierda, iluminando los cuerpos en el suelo y acentuando su vulnerabilidad.
      • El fondo está oscurecido con tonos fríos y grises, contrastando con los cálidos de la piel y la sangre.

      El color juega un papel fundamental en la carga emotiva de la obra:

      • Los tonos cálidos predominan en los cuerpos de las víctimas, resaltando su humanidad y sufrimiento.
      • El azul y el rojo en las vestimentas crean un contraste dinámico y expresivo.
      • El cielo, de tonos fríos y sombríos, refuerza la sensación de tragedia inminente.

      Pincelada y técnica

      La pincelada de Delacroix es suelta y expresiva, alejándose del detallismo académico. Este enfoque prefigura técnicas que más tarde influirían en los impresionistas, quienes admiraban su uso del color y la luz.

      ANÁLISIS ICONOGRÁFICO

      Figuras principales y su simbolismo

      Grupo de víctimas en primer plano
      • Un hombre herido, apoyado en una mujer moribunda, mira hacia adelante con expresión de desesperanza.
      • Una madre muerta con su hijo sugiere el impacto de la guerra en los inocentes.
      • Una mujer con el torso desnudo evoca la vulnerabilidad de los esclavizados.
      El jinete otomano en la derecha
      • Montado en un caballo agitado, simboliza la brutalidad del invasor.
      • Su vestimenta oriental refuerza el exotismo y la distancia cultural.
      El fondo con la ciudad en llamas
      • Indica que la violencia aún continúa.
      • El humo y la destrucción subrayan la magnitud del desastre.

      Mensaje y significado

      La obra no glorifica la guerra, sino que la presenta como un espectáculo de dolor y desolación. A diferencia de la pintura neoclásica, que exaltaba la victoria y la heroicidad, aquí Delacroix muestra a los derrotados, resaltando la humanidad en su sufrimiento.




      INFLUENCIA Y LEGADO

      Influencias en Delacroix

      • Géricault (La balsa de la Medusa): composición caótica y enfoque en el sufrimiento humano.
      • Rubens: uso vibrante del color y dramatismo en la composición.
      • El Barroco: contrastes lumínicos y dinamismo en las figuras.

      Influencia en otros artistas

      • Impresionistas: Monet y Renoir adoptaron su uso del color y la pincelada suelta.
      • Picasso: Guernica comparte su estructura caótica y mensaje antibélico.
      • Realismo y Expresionismo: su enfoque emotivo inspiró a Courbet y Van Gogh.

      CONCLUSIÓN

        La matanza de Quíos” es una de las primeras pinturas que denuncian la violencia de la guerra desde la perspectiva de las víctimas. Su composición innovadora, su expresividad y su carga emocional la convierten en una obra maestra del Romanticismo. Aún hoy, sigue siendo un testimonio de los horrores del conflicto y una obra de referencia en la historia del arte.

        GALERÍA DE IMÁGENES

        OTRAS ENTRADAS EN NUESTRA WEB QUE PUEDEN INTERESARTE

        Categorías
        Pintura

        La Duquesa de Alba de blanco

        COMENTARIO HISTÓRICO ARTÍSTICO DE LA DUQUESA DE ALBA DE BLANCO

        CONTEXTO HISTÓRICO ARTÍSTICO

        España en la época de Goya (siglo XVIII)

        La pintura La Duquesa de Alba de blanco fue realizada en 1795, durante el reinado de Carlos IV (1788-1808), un periodo de importantes cambios sociales, políticos y culturales en España. A finales del siglo XVIII, la monarquía borbónica intentaba consolidar las reformas ilustradas iniciadas por Carlos III, pero la influencia de la Revolución Francesa (1789) generaba tensiones dentro del país.

        En este contexto, la aristocracia española aún conservaba un papel preponderante, pero comenzaban a surgir conflictos entre la nobleza tradicional y la emergente burguesía ilustrada. La Duquesa de Alba, retratada por Goya, pertenecía a este sector privilegiado, pero también se distinguía por su personalidad independiente y su apoyo a ciertos valores ilustrados.

        El panorama artístico en España

        El siglo XVIII estuvo dominado en Europa por el neoclasicismo, una corriente que buscaba recuperar los principios del arte grecorromano y que en España fue impulsada por Anton Raphael Mengs y otros artistas de la corte borbónica. Sin embargo, Goya, aunque trabajó para la monarquía y la nobleza, desarrolló un estilo mucho más personal, en el que combinaba influencias del barroco tardío con una gran expresividad y experimentación técnica.

        Durante los años en que pintó este retrato, Goya ya era un artista consolidado. Había sido nombrado pintor de cámara de Carlos IV en 1789 y disfrutaba del favor de la aristocracia, para quienes realizaba retratos que no solo captaban la apariencia de sus modelos, sino también su carácter y emociones.

        BIOGRAFÍA DEL ARTÍSTA

        Francisco de Goya y Lucientes nació en 1746 en Fuendetodos, Aragón. Desde joven mostró un gran talento para la pintura y se formó en Zaragoza con José Luzán. Luego viajó a Madrid, donde intentó sin éxito ingresar en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. No obstante, su perseverancia lo llevó a completar su formación en Italia, donde estudió a los grandes maestros del Renacimiento y del Barroco.

        A su regreso a España, comenzó a trabajar en la Real Fábrica de Tapices de Madrid, donde realizó cartones para tapices con escenas costumbristas que reflejan su aguda observación de la sociedad española. Su prestigio creció rápidamente, y en 1789 fue nombrado pintor de cámara del rey Carlos IV.

        La vida de Goya estuvo marcada por una grave enfermedad en 1793, que lo dejó sordo y afectó profundamente su visión del mundo. Su arte se volvió más introspectivo y expresivo, alejándose de los cánones académicos para explorar el lado oscuro de la sociedad y la condición humana. En sus últimos años, afectado por el exilio tras la Guerra de la Independencia (1808-1814) y la restauración absolutista de Fernando VII, se refugió en Burdeos, donde falleció en 1828.

        ANÁLISIS FORMAL

        La Duquesa de Alba de blanco
        La Duquesa de Alba de blanco

          Composición y estructura

          El retrato La Duquesa de Alba de blanco presenta una composición sencilla pero impactante. La duquesa aparece de pie, en un paisaje abierto, con el horizonte bajo y un fondo neutro que resalta su figura. Su postura es firme y segura, con el brazo derecho extendido y señalando hacia el suelo.

          Color y luz

          La obra se caracteriza por un uso delicado del color. El vestido blanco de la duquesa, con transparencias y detalles dorados, contrasta con el cinturón rojo que resalta su cintura. El rojo también aparece en los adornos del cabello y en el collar, estableciendo un equilibrio visual en la composición.

          La iluminación es suave y difusa, con una luz que incide desde la izquierda y modela los volúmenes del rostro y el cuerpo con gran delicadeza.

          Técnica pictórica

          Goya emplea pinceladas sueltas y rápidas, especialmente en el tratamiento de las telas y los detalles del paisaje. A diferencia del realismo minucioso de otros pintores de la corte, su estilo es más libre y expresivo, anticipando el romanticismo.

          ANÁLISIS ICONOGRÁFICO

          Este retrato está cargado de simbolismo, lo que ha generado diversas interpretaciones a lo largo del tiempo.

          La figura de la Duquesa de Alba

          María Teresa de Silva Álvarez de Toledo, XIII Duquesa de Alba, era una de las mujeres más poderosas de España y una figura popular por su fuerte carácter y su relación con Goya. Se ha especulado mucho sobre la naturaleza de su vínculo con el pintor, y algunos historiadores han sugerido que pudieron haber tenido una relación sentimental.

          La duquesa aparece vestida de blanco, un color que en este contexto simboliza la pureza, pero también la libertad e independencia. Su gesto de señalar el suelo ha sido interpretado de diversas maneras, aunque algunos creen que es un mensaje hacia el pintor o hacia su propio linaje.

          El perro

          A los pies de la duquesa aparece un pequeño perro blanco con un lazo rojo, un elemento frecuente en los retratos aristocráticos como símbolo de fidelidad. Algunos investigadores creen que el animal refuerza la idea de la lealtad de la duquesa a su clase y posición social.

          La inscripción en la arena

          Uno de los elementos más enigmáticos del cuadro es la inscripción en la parte inferior izquierda, donde se pueden leer las palabras “Solo Goya”. Se ha especulado mucho sobre su significado: algunos creen que indica una relación especial entre la duquesa y el pintor, mientras que otros consideran que es simplemente la firma de la obra.

          CURIOSIDADES

          • La duquesa también fue retratada por Goya en La Duquesa de Alba de negro (1797), donde su atuendo cambia radicalmente y su expresión es más melancólica.
          • Se dice que la duquesa tenía un carácter fuerte e independiente, lo que generó envidias y conflictos en la corte.
          • En 1802, tras la muerte de la duquesa sin descendencia, su fortuna pasó a la Casa de Medinaceli, debilitando el linaje de los Alba por varias generaciones.
          • Algunos historiadores creen que este retrato pudo haber sido encargado por la propia duquesa para reforzar su imagen de poder e influencia.

          CONCLUSIONES

            La Duquesa de Alba de blanco es una de las obras más enigmáticas de Goya. Más allá de ser un retrato aristocrático, el cuadro transmite una fuerte personalidad y un aire de misterio que ha generado múltiples interpretaciones.

            Desde el punto de vista técnico, la obra es un excelente ejemplo del dominio de Goya en el retrato, combinando realismo, expresividad y un uso magistral del color y la luz. En cuanto a su simbolismo, la pintura sigue siendo objeto de debate, especialmente por la inscripción en la arena y la actitud desafiante de la duquesa.

            En definitiva, esta pintura es un testimonio no solo de la relación entre Goya y la duquesa, sino también de una España en transición, en la que la nobleza aún mantenía su poder, pero donde se vislumbraban ya los cambios sociales que marcarían el siglo XIX.

            GALERÍA DE IMÁGENES

            BIBLIOGRAFÍA

            • Tomlinson, Janis A. Goya en tiempos de guerra. Madrid: Museo del Prado, 2008.
            • Hughes, Robert. Goya. Barcelona: Editorial Debolsillo, 2006.
            • Glendinning, Nigel. Goya y sus críticos. Madrid: Cátedra, 2007.

            OTRAS ENTRADAS EN NUESTRA WEB QUE TE PUEDEN INTERESAR




            Esta web utiliza cookies propias y de terceros para su correcto funcionamiento y para fines analíticos y para fines de afiliación y para mostrarte publicidad relacionada con sus preferencias en base a un perfil elaborado a partir de tus hábitos de navegación. Al hacer clic en el botón Aceptar, acepta el uso de estas tecnologías y el procesamiento de tus datos para estos propósitos. Configurar y más información
            Privacidad