COMENTARIO HISTÓRICO ARTÍSTICO DE ECCE HOMO DE CARAVAGGIO
Contexto histórico-artístico
Bien es sabido por cada uno de los fieles a la Historia del Arte aquellos concursos encargados de reunir a grandes artistas en competición por conseguir encargos que se tornaron importantes o relevantes no solo en el porvenir de los grandes artistas, como cita Patricia Fride, sino en la inacabable Historia del Arte, de nuevo.
¿Quién entre los lectores no recuerda el concurso de las llamadas Puertas del Paraíso de Lorenzo Ghiberti? Al nivel de este, en el periodo barroco -recuérdese, un periodo de contradicción y de opuestos- vamos a tener presencia de concursos pictóricos, en la voluntad de focalizar nuestro estudio en Caravaggio.
Caravaggio resulta un viejo amigo para aquellos quienes leen habitualmente los artículos de un servidor, y aunque sea necesario contextualizar la vida y obra del artista, no remitiré datos personales ajenos a la obra a comentar, aunque sí una calidosa -que no extensa- bibliografía.
El Ecce Homo de Caravaggio relativo al año 1604 es una de las más excelentes obras del Italiano. A pesar de no ser una de sus más conocidas.
Esta obra es fruto de un concurso convocado por el arzobispo de Florencia, que quizás quisiera colocar alguna pintura de algún gran maestro de la pintura en vaya usted a saber qué estancia litúrgica o profana.El caso es que Michelangelo Merisi se animó, pintando uno de los mejores ejemplos de Ecce Homo que se conservan en la metropolitana Liguria.
Y salió Jesús, llevando la corona de espinas y el manto de púrpura. Y Pilato les dijo: ¡He aquí el hombre!
He aquí el hombre fueron las palabras de Poncio Pilato, gobernador romano, que sometió a Jesús de Nazaret frente al pueblo tras momentos complejos de la Pasión de Jesucristo, como su atadura a la columna y su coronación como ‘Rey de los Judíos’ bajo la corona de espinas.
Podríamos asociar la iconografía del Ecce Homo a otros momentos y reacciones del Señor. Cristo del dolor, de la paciencia o en penumbra son algunas de las normativas iconográficas que encontramos asociadas directamente con el modelo pictórico del Ecce Homo.
Como breve alusión o anotación directa, cabe mencionar el nuevo Ecce Homo de Caravaggio encontrado y confirmado en España. Habiendo estado situado en el Museo Nacional Del Prado desde su primera exposición pública en mayo del 24 hasta febrero del 25, somos testigos directos de un verdadero hito en la historia de la pintura.
Que nadie se alarme si con los años, las autoridades artísticas siguen confirmando más caravaggios en las zonas mediterráneas; recordemos que Merisi fue pintor de serie, de multitud de trabajos y obras, lo que nos hará reflexionar sobre los modelos expuestos -como es el caso de ‘El Caravaggio del Prado’-.
Análisis formal e iconográfico
Ecce Homo de Caravaggio
Una vez contextualizada la obra, podremos apreciar las características particulares de la pintura caravaggista en este Ecce Homo. Desde el claroscuro que nos permite diferenciar el fondo de los personajes y que da ese elemento de contraste llamado tenebrismo del cual Merisi fue el máximo exponente hasta el estudio anatómico presente en los cuerpos y posturas.
Jesucristo, presentado al pueblo por un Poncio Pilato que nos mira, que rompe el respeto entre el cuadro y la realidad casi juzgando nuestra perspectiva, muestra un despojo de sus vestiduras y un rostro dolorido. Y es que es en la Pasión de Jesús de Nazaret cuando vamos a rastrear el dolor y el sufrimiento de aquel que se hizo como nosotros, de aquel que fue enviado para la salvación humana.
La composición pictórica es cerrada, presentando un triángulo entre Jesucristo, aquel que le muestra y Poncio Pilato. Normalmente, en los modelos de presentación al pueblo, de Ecce Homo no se da esta composición, con Jesucristo a la izquierda siendo lo clarividentemente luminoso en la pintura y los otros cuerpos figurativos al margen. Es de los pocos ejemplos pictóricos conservados en el que Jesús aparece como figura inconclusa, casi al margen de lo que sucedía.
En el otro lado, las vestiduras de un ayudante desconocido y de un Poncio Pilato juez sorprenden a diestros y zurdos. Los contrastes propios del Barroco entre las pinceladas suaves y las gruesas junto a los tonos oscuros y claros dotan de una absurda calidad a este modelo de Ecce Homo.
El ‘Jesucristo anatómico’ de Caravaggio sostiene un látigo propio de época romana imperial con el que tuvo que autoflagelarse en su camino a ser presentado, en su camino al Calvario, a su muerte directa y dolorosa.
Por eso levanta la ceja, aceptando su destino y siendo testigo directo del crimen cometido contra el enviado de Dios.
Las interpretaciones de esta ceja levantada pueden ser variadas y quizás todas inciertas. Por el carácter del pintor, una de las teorías asociadas a este leve gesto sería la inmediata venganza de Jesucristo, plagando la territorialidad de crisis, plagas y dolor cuasi en espejo a su sufrimiento.
Pero no. Jesús es amor, no venganza ni dolor infundado. Su presentación al pueblo de Israel y su sangrar fue entornado para la salvación humana. Debemos entender los modelos de Ecce Homo como otra muestra de humanidad de Jesucristo y como paso. Paso para el Mesías, que asumió su cruz, su Pasión.
El lienzo de Caravaggio viene siendo un auténtico modelo representativo. La frialdad de un Jesucristo que se nos postra justo antes de su muerte es un factor evocativo para el espectador. Nos mira, nos quiere hacer pensar, reflexionar sobre nuestra labor humanitaria y con ello, sobre su propia labor.
En el año 1604 Caravaggio pudo verse reflejado en muchos modelos de Jesús, aunque esto puede incluso ser una ofensa litúrgica debido al carácter cretino de Merisi. Quién sabe qué camino, qué modelo debemos imitar y si es la redención ese motivo.
Galería de imágenes
Ecce Homo de Caravaggio
Bibliografía
Fride R. Carrassat, P. (2005). Maestros de la pintura. Spes Editorial.
Gombrich, E. (2008). la Historia del arte. Per le Scuole superiori. Phaidon Press.
Graham-Dixon, A. (2022). Caravaggio: una vida sagrada y profana (B. Urrutia, Trans.). Taurus.
Longhi, R. (2022). Caravaggio (A. Ramon i Navarro & A. Ramón, Eds.; J. R. Monreal, Trans.). EDITORIAL ELBA,S.L.
CARAVAGGIO: GENIO DEL TENEBRISMO
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COMENTARIO HISTÓRICO ARTÍSTICO DE ALEGORÍA DE LA JUSTICIA Y LA PAZ
CONTEXTO HISTÓRICO ARTÍSTICO
Antes de pasar a contaros qué muestra esta exquisita obra de Corrado Giaquinto, quisiera centrarme en la figura de este artista para poder comentaros cuál era el contexto histórico-artístico de ese momento. Giaquinto, artista italiano nacido en la localidad costera de Molfetta, situada en la provincia de Bari – Italia –, se forma en Nápoles con la influencia del tardo-barroco de Francesco Solimena y la herencia de Luca Giordano, trabajando a su vez bajo la tutela de Nicola Maria Rossi. Su contacto con el estilo que posteriormente trabajará, el rococó, se produce en Roma, donde colaborará con Sebastiano Conca, y lo perfeccionará en su estancia en Turín, donde tendrá la oportunidad de conocer la producción de diversas escuelas europeas.
En 1753, con la marcha de Louis-Michel van Loo, Corrado Giaquinto viaja a Madrid, donde entrará a trabajar en la decoración del Palacio Real, y con ello será nombrado pintor de cámara de Fernando VI, director de la Academia de San Fernando y director artístico de la Real Fábrica de Tapices de Santa Bárbara, enriqueciendo el patrimonio de los Reales Sitios de frescos y lienzos.
LA OBRA
Alegoría de la Justicia y la Paz
El reinado de Fernando VI se caracterizó por una situación política bastante pacifica, por lo que este es el motivo dónde recae el peso de la temática de la alegoría. En el cuadro podemos ver representadas a dos figuras femeninas que vertebran toda composición: son la Justicia y la Paz. Las vemos adoptando una actitud de cercanía, abrazándose, como si pareciese que sus rostros se acercasen lentamente queriendo besarse.
Esta es la manera en la que Corrado Giaquinto recogió el momento tan plácido que se estaba viviendo en la corte española, aunque la representación podría estar ligada a su vez con el Salmo 85, en el que se anuncia la Paz eterna entre Dios y los hombres, o la Salvación, dando como resultado la necesidad de la consolidación de la paz terrenal: El amor y la lealtad, la paz y la justicia, sellarán su encuentro con un beso. La lealtad brotará de la tierra, y la justicia se asomará desde el cielo; Dios nos dará bienestar, nuestra tierra dará buenas cosechas, y la justicia, como mensajera, anunciará la llegada de Dios.
La Justicia, tocada por una corona y portando en su mano derecha un cetro, se manifiesta como la máxima autoridad en la representación. La paloma blanca simboliza el Espíritu Santo, aparece a su costado, y nos hace conocer a su vez que esta queda inspirada por Justicia Divina. Los atributos habituales que forman parte de su iconografía también quedan recogidos en la composición, como el avestruz, ave que hace alusión a la equidad. La espada hace referencia a la separación del Bien y del Mal, identificados a través de la balanza, también representada en el suelo junto a las columnas.
Se nos muestra a una Justicia vencedora, que ha cumplido con su deber derrotando a la Discordia – también conocida como la Guerra –, es la figura que aparece representada moribunda en la esquina inferior izquierda. Hacia ella, Cupido dirige una de sus flechas, que se guardan en un estuche, símbolo de la Concordia. Otros dos amorcillos avivan, delante de un templo de la Paz, el fuego que servirá para quemar la armadura que se representa al lado del cuerpo muerto.
Por otro lado, la figura de la Paz aparece representada portando una rama de olivo, ello nos hace conocer que esta es efecto propio de la misma justicia, gracias a la cual el bienestar del pueblo es posible, y ello se enfatiza gracias al cuerno de la abundancia que Giaquinto coloca a sus pies, además del trigo y los frutos.
Si recordamos el salmo que se ha nombrado con anterioridad, podremos comprender el por qué de la representación del león y el cordero – Cristo como león de Judea y cordero –, harían alusión a la llegada de Dios, aunque ciertamente también tienen que ver con la idea de la fortaleza y la apacibilidad, como el mismo reinado de Fernando VI.
BIBLIOGRAFIA Y WEBGRAFIA
VVAA. (2019). La guía del Prado. Museo Nacional del Prado.
VVAA. (2012). Todo el Museo del Prado. Museo Nacional del Prado.
COMENTARIO HISTÓRICO ARTÍSTICO DE ALEGORÍA DE HÉRCULES
ANÁLISIS FORMAL
Antes de analizar Alegoría de Hércules, hay que comentar que la obra de Dosso Dossi – uno de los artistas más importantes del Renacimiento en Ferrara – comprende un estilo enigmático y alegórico que era muy común en la casa de los Este entre los siglos XV y XVI. De hecho, el artista, trabajó para Alfonso (1476-1534) y su hijo, el duque Ercole II (1508-1559) quien decoró sus estancias con magníficas obras de artistas venecianos, romanos y florentinos.
La corte de Ferrara fue una de las más esplendorosas de toda Italia y su dominio se extendía desde el mar Adriático hasta la bahía de Génova. Además, «Ferrara formaba parte de los Estados Pontificios, pero estaba en manos de la casa Este en calidad de feudo».
Dosso Dossi se encaja dentro del llamado «taller de Ferrara» y fue contemporáneo de grandes pintores como Rafael, Giovanni Bellini y el propio Tiziano. Así mismo, se rodeó de poetas de la corte como Ludovico Ariosto(1474-1533) y logró atrapar en sus cuadros escenas que representaban temas mitológicos y alegóricos, paisajes pastorales, retratos, etc.
Se dice que sus obras contienen claves que los espectadores – y especialistas – aún no son capaces de comprender y entender, pero que sin duda forman parte de un contexto en el que la diversión, la ironía y la burla formaba parte de la cotidianidad de la casa Este y de sus máximos representantes.
ANÁLISIS ICONOGRÁFICO
Alegoría de Hércules
Brujería o Alegoría de Hércules fue un título que se le dio en el siglo XX, cuando su obra fue redescubierta, y hace alusión al llamado género neerlandés de las «escenas populares o tabernarias», en donde también se ha querido ver la representación de una «bacanal», sin embargo, en la escena no hay ninguna representación de bebida ni de copas.
Por ello, algunos especialistas han identificado al anciano que se encuentra en la izquierda del cuadro como Hércules, aunque este no porte su piel de león ni su maza, que son sus máximos atributos.
El motivo por el cual nos lleva a pensar que este personaje sea el héroe griego son dos elementos deportivos que se utilizaban en la Antigüedad en los lanzamientos de peso y de martillo. Además, el anciano porta en su cabeza la corona de rosas que es el símbolo del triunfo de cualquier atleta.
Hércules fue uno de los personajes simbólicos más importantes para los soberanos, ya que muchos de ellos se identificaban con este por su fuerza, valor y poder. Los muros del palacio ducal de Ferrara contenían los frescos de los «12 trabajos» de Hércules y en su patio se levantaba la figura del semidios.
Los Este utilizaron a Hércules para su propaganda dinástica y buscaron legitimarse para lograr sus aspiraciones. Tanto Biordo y Ariosto, los poetas de la corte, elevaron a Hércules a la condición de santo protector pagano convirtiéndolo en un antepasado de la dinastía de Este.
El duque Ercole II es probable que haya encomendado Alegoría de Hércules a Dosso Dossi entre 1540 y 1542. En ella observamos a un Hércules poco corriente, ya que se lo ha representado sentado tranquilamente en medio de un grupo de hombres y mujeres que mantienen un aspecto burlesco, con barba y pelo gris, es decir, se ha representado a un Hércules envejecido.
Esta escena se desarrolla en la corte de Onfalia en donde, según el mito, la reina retuvo a Hércules por tres años como castigo por un delito de «violación del derecho de hospitalidad». Hércules tuvo que servir como esclavo a la reina y tuvo que acatar las órdenes que ella quería, como cardar lana vestido de mujer sentado a los pies de la reina. Por ello, en el centro del cuadro, vemos una rueca que hace referencia a esos quehaceres de la vida doméstica que estaban destinados a las mujeres.
Esta escena responde a las alusiones eróticas del momento pues la idea es burlarse de determinados personajes que, aún siendo importantes y poderosos, no dejan de ser humanos. A la derecha del cuadro observamos a dos hermosas mujeres, una de ellas tiene los pechos descubiertos y quizás podría encarnar esa fuerza o poder de la mujer para seducir a un hombre, un estereotipo adjudicado normalmente a las princesas de los bárbaros.
Las mujeres de la corte de los Este eran conocidas por sus buenos modales y la más notable era la propia esposa del duque Alfonso I, Lucrecia Borgia (1480-1519), hija ilegítima del papa Alejandro VI. Fue una mujer muy inteligente, bella, y atrajo a los mejores artistas y poetas de la época. Además, Lucrecia, contribuyó a las buenas relaciones políticas con otros reinos y estados, lo que supuso el éxito de la casa de Este y de Ferrara.
Lucrecia fue madre de Ercole II quien durante su gobernanza jamás quiso emprender guerras. Su lema, según su mentor, Giambattista Geraldi, fue la consigna de Virgilio: Superanda omnis fortuna(‘Todo destino está hecho para ser superado’).
La casa de Este era aficionada a todo tipo de celebraciones y diversiones, como las mascaradas, las bromas, los juegos de azar, etc. En sus viajes se acompañaban de sus bufones quienes portaban sus cabras – símbolos del amor carnal y libertinaje -, y representaban una labor importante dentro de la cultura renacentista italiana.
Los bufones desempeñaban funciones tan variadas, desde saltar de los pasteles de los banquetes hasta narrar anécdotas obscenas. Así mismo, se dedicaban a idear eventos de carácter burlesco. En esta escena los bufones no están representados con sus vestuarios tradicionales, compuestos de gorros de cascabeles, sino que portan trajes cortesanos.
Un aspecto curioso es que unos bufones aparezcan dentro de otra escena, aparentemente mitológica, pero lo cierto es que el artista ha querido jugar con el espectador para confundirlo. Por ello, nos encontramos con un Hércules envejecido, sin fuerza y sin poder acceder a los deseos que en la mesa se le presenta.
Los pechos descubiertos de una de las mujeres mezclados con las frutas de la bandeja simbolizan ese deseo inalcanzable; el queso en primer plano estaba asociado a lo afrodisiaco; la máscara y el pandero aluden al mundo del teatro antiguo y a las fiestas carnavalescas que se celebraban en la corte Ferrara; es un repertorio de alusiones y referencias ocultas en las que la danza, el engaño, el amor y la fantasía se convierten en elementos constantes y comunes.
Probablemente, el duque Ercole II tuvo un sentido de la ironía muy agudo, ya que los estudios que se han realizado sobre esta obra invitan a pensar que aquel personaje anciano no es otro que el propio Ercole. De ser así, estaríamos ante una escena en donde no solo se mezclan los aspectos lúdicos y burlescos, sino también la parte racional del propio duque al tomar como virtud la paciencia.
Tanto es así que en su palacio reservó la llamada camera della pazienzia, en donde este cuadro pudo estar colgado. El soberano y duque Ercole soberano quiso plasmar su idea acerca de la vida en la corte de Ferrara, él «pensaba que un soberano prudente […] debía evitar guerras en la medida de lo posible, pues todas ellas estaban más en función de la autoafirmación del soberano que del bien de la población». Sin embargo, su pasividad no evitó que se produjeran continuas guerras y que terminase perdiendo legitimidad y poder.
BIBLIOGRAFÍA
-Hagen, R. M., Hagen, R. (2014), Los secretos de las obras de arte, Taschen.
-Pandiello, M., «Hércules», en Revista Digital de Iconografía Medieval, vol. IV, nº 8, 2012, pp. 67-78.
GALERÍA DE IMÁGENES
Alegoría de Hércules
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COMENTARIO HISTÓRICO ARTÍSTICO DEL CUADRO MARÍA ANTONIETA CON VESTIDO DE MUSELINA BLANCA
CONTEXTO HISTÓRICO
Míralo. Míralo bien. Otra vez. ¿Ya? ¿Algo raro, indecoroso? ¿Lo ves? ¿No? Pues créeme si te digo que este retrato fue literalmente un “escándalo mayúsculo”. Tanto es así, que fue retirado a trompicones del Salón de París en 1783.
‘María Antonieta con vestido de muselina blanca’. Élisabeth Vigée Le Brun, 1783. National Gallery of Art
La retratada es María Antonia Josefa de Habsburgo-Lorena, archiduquesa de Austria y reina de Francia. O, lo que es lo mismo, María Antonieta. A su artífice, Élisabeth Vigée Le Brun, la pusieron a caer de un burro y son muchas las voces que, incluso, le atribuyen la culpa del funesto destino de la reina. Así, todo lo malo entre mujeres. No vayamos a cuestionar o dañar la reputación de los hombres que generaron el propio desaguisao que se estaba gestando. Y así todo.
Pero vayamos por partes. Élisabeth Vigée Le Brun era la pintora de cámara de María Antonieta y, como tal, destacaba por su delicadeza, elegancia y buen gusto. Se regodeaba en el llamado “intimismo pictórico” y la monarca le ofrecía, justo, lo que necesitaba. Cuando se conocieron, la reina se encontraba en plena huida de la pompa palaciega de Versalles refugiada en el palacete de Trianon (a poco más de dos kilómetros de distancia, pero lo suficiente). Allí, había creado a su imagen y semejanza un universo paralelo en el que se respiraba una falsa sencillez rural ataviada con pesadas y coloridas cortinas de terciopelo.
La cosa es que reina y pintora encajaron demasiado bien. Y, por supuesto, no hay nada de malo en ello pero María Antonieta tenía necesidad de mostrar el mundo esa intimidad como contraposición a las habladurías y postureos cortesanos que analizaban y cuestionaban cada paso de la reina extranjera. En el Trianon solo había espacio para los elegidos/as; sin tanto formalismo, sin tanto rango, sin vestimentas encorsetadas. Una quedada en casa, con amigas. Comiendo gusanitos naranjas y bebiendo Coca-Cola. Sin sujetador.
Honestamente, el beef máximo entre Versalles y María Antonieta era muy real. Y a la joven monarca austríaca (que, por eso, muchos/as señalaban como espía), se refugió en la moda como táctica de repulsa al sistema. Y vaya si lo consiguió. Se armó un verdadero escándalo, chiquillo.
En esta versión, la pintora, retrata a María Antonieta luciendo traje de corte para sustituir el «inadecuado» retrato en «robe chemise». 1783, óleo sobre lienzo.
Decidida a utilizar su apariencia como arma y parcela de poder, nombró a la diseñadora Rose Bertin como «Ministra de la moda». Y su principal obsesión fue encadenar un estilismo tras otro, a cada cuál más inapropiado para la época. Recogió alabanzas y críticas a partes iguales; la quieres o la odias, eso era así. Propulsora de esos tocados tan altos y desfachatados que hacían que las damas tuvieran que ir agachadas en su carruajes. Promotora de utilizar prendas masculinas; simpatizante del folclore polaco y de las salvajes e inapropiadas ropas de las amazonas inglesas. Vamos, las uñas de la Rosalía en el Antiguo Régimen francés.
ANÁLISIS FORMAL
Una vez analizado el contexto, volvamos al inicio del problema: el cuadro en el que Élisabeth pinta a la reina vistiendo un ligero vestido blanco en contra posición a los rígidos y recargados vestidos de corte. Y así es como se penaliza la sencillez y vulgaridad de quien se presupone tiene que mostrar lo mucho y bueno que tiene que ponerse. Según un crítico de la época, las gentes de bien “encontraron ofensivo ver a esas augustas personas en público llevando prendas reservadas para la intimidad del palacio”. Por su parte, la propia artista declaró:
“He retratado varias veces a la Reina… y siempre preferí hacerlo sin el gran traje de corte… Uno de ellos la muestra luciendo un gorro de paja y un vestido de muselina blanca […] Cuando se exhibió este retrato en el Salón, las mentes más perversas no tardaron en decir que la Reina se había pintado en camisa […] Sin embargo, el retrato tuvo gran éxito”
Élisabeth Vigée Le Brun
No obstante, hay que recordar que el primer encargo que Le Brun ejecuta (vaya, igual el verbo no es el más adecuado… pido perdón) era un retrato plenamente áulico, a pesar de las flores y del uso de una luz tamizada que aligera y desenfoca visualmente los tejidos. Así que, el atuendo es cortesano; la pose, majestuosa; y no se olvida de colocar la corona reposando junto a la mesa y, desde lo alto, un busto del rey que supervisa la escena.
‘Retrato de María Antonieta’, 1780.
Digamos que, una vez cumplido el primer trámite, la reina se quitó el corsé y soltó la melena que, realmente, era lo que a ella le gustaba. Al inmortalizarla en chemise à la reine, la pintora de confianza no solo escandalizó al mundo sino que despojó a la monarca de toda solemnidad, de todo simbolismo político. La bajó del trono al pueblo, la alejó del Palacio y la confirmó en su Casa de Campo. Incluso se vió como una forma de antipatriotismo aludiendo a que rehuía de la seda, un pilar de la industria francesa, en favor del algodón proveniente de las Indias británicas.
Si con eso no bastase, este no fue el único cuadro que la artista presentó ese año 1783 en el Salón de Paris. Bajo el brazo, se llevó otras dos obras muy semejantes: un autorretrato y un retrato de la duquesa de Polignac, en ambos casos las protagonistas visten informales vestidos camiseros y sombreros de paja, casi idénticos a los de la reina.
Y, ¿para qué queríamos más? Los tres retratos, inspirados en el ambiente campestre y desenfadado del Trianon en el que la nobleza no encontraba sitio, desataron las iras de la corte. Más, nuevas, perennes. El motivo era repetitivamente cansino, no se apreciaba la debida diferencia jerárquica entre aquellas tres bellezas frívolas y descaradas que, quisieran o no, tenían el deber de representar a los estamentos a los que pertenecían. Burguesía en el caso de Élisabeth, la aristocracia de la duquesa y la sangre imperial de la propia reina. Todo mal, otra vez.
A pesar del gesto indecoroso por parte de la reina que, a su vez, la corte percibía como una insólita muestra de igualitarismo, el pueblo también lo despreciaba. A los ojos de los ciudadanos, María Antonieta ya era célebre por su tendencia al despilfarro y, nunca mejor dicho, ‘el horno no estaba para bollos’ teniendo en cuenta que los franceses se morían de hambre. Y en esos términos, la indignación era la misma tanto mirando a Versalles como al Trianon.
Polémicas de lado, y centrándonos en la parte más formal, el estilo de Vigée Le Brun está muy presente en la obra. Sobresalen su habitual equilibrio, armonía y monumentalidad. La figura se enmarca y destaca en un fondo neutro, oscuro y desprovisto de elementos que desvíen la atención, para remarcar la personalidad de una reina brillante y llena de luz, incluso más que las flores que la acompañan.
Sin duda, el blanco de la camisola intencionada intensifica el efecto y contrasta con el dorado del sombrero y las mejillas excesivamente sonrojadas dando pie a divagaciones de índole sensual (y sexual). Élisabeth logra, por tanto, una composición en el que la personaje parece sobresalir del lienzo y acercarnos la flor que sostiene en la mano.
CURIOSIDADES
Dejando de lado la fama de María Antonieta, Élisabeth Vigée Le Brunfue una de las pintoras más importantes de su siglo y prueba de ello es que su trabajo fue muy apreciado por todas las cortes europeas. Aunque, reafirmando la historia de siempre de menosprecio hacia las artistas femeninas, sabemos que, según un artículo del MET, siempre estuvo ligada a difamaciones y rumores que afirman que era el artista Monsieur Ménageot quien terminaba sus pinturas.
Pero nada más lejos de la realidad. Tenía un talento innato y fue propio padre quien la animó a dar clases de pintura desde niña. La jugada no le salió nada mal porque Élisabeth aportó dinero a la economía familiar desde bien jovencita gracias a su arte.
En esas circunstancias, ninguna necesidad tenía ella de contraer matrimonio pero su madre le hizo el lío con el Monsieur LeBrun y el que terminó liándola fue él gastándose todo su dinero en juegos varios. Lo que sí obtuvo a cambio fue a su hija Julie a la que la pintora amaba con toda su alma e hizo protagonista de muchas de sus obras.
Este autorretrato pintado junto a ella, tampoco se libró de la quema al considerar imprudente que mostrara sus dientes mientras sonreía. Y es que, desde el Renacimiento y, probablemente, desde mucho antes, existía la máxima de que las personas educadas tenían que mantener sus bocas cerradas ya que, de lo contrario, mostrarían una señal de falta de refinamiento y, quizá, de descontrol emocional e, incluso, locura.
Elisabeth Vigée Le Brun y su hija en un autorretrato de 1786.
Antes de la caída en picado de María Antonieta, la pintora la ayudó en su último intento por librarse de lo que parecía un destino muy negro. En ese propósito colaboró en crear su propia propaganda haciendo hincapié en su imagen de madre, alineada con los valores familiares que el propio Rousseau defendía para las mujeres.
Pero, ¿qué pasó con la pintora siendo amiga de una reina guillotinada por la Revolución? Pasó que tuvo que irse de un país que la consideraba enemiga si no quería terminar como su reina. De ese modo, escapa a Italia con Julie comenzado un exilio por toda Europa. Durará doce años y le permitió ganarse bien la vida con su obra, hasta conseguir volver a casa convirtiéndose en una compañía regular de Josefina, primera esposa de Napoleón. Élisabeth recuperó su hueco entre la aristocracia francesa de la época. Pintó hasta su muerte. 86 años.
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COMENTARIO HISTÓRICO ARTÍSTICO DE LA CONDESA DE VILCHES
Este retrato es una de las obras más emblemáticas del Romanticismo español y un testimonio del virtuosismo de Federico de Madrazo como retratista. A continuación, se presenta un análisis detallado de su contexto, el artista, su composición y los elementos iconográficos que la caracterizan.
CONTEXTO HISTÓRICO ARTÍSTICO
El cuadro La condesa de Vilches fue pintado en 1853, en plena época del Romanticismo. En este periodo, la pintura se aleja de los ideales neoclásicos, que privilegiaban la razón y la disciplina, para centrarse en la emoción, la belleza subjetiva y la individualidad.
En España, la pintura romántica se desarrolló en un contexto dominado por el reinado de Isabel II (1833-1868). La reina promovió el arte como símbolo de la estabilidad y modernización del país. En este marco, el retrato aristocrático vivió un auge sin precedentes, pues era utilizado por la nobleza y la burguesía para reafirmar su estatus social.
Federico de Madrazo, como pintor de cámara de la reina y director del Museo del Prado, fue una figura clave en la escena artística de la época. Su obra combina la precisión académica con una sensibilidad romántica que se traduce en la elegancia y la delicadeza de sus retratos.
El Romanticismo español, sin embargo, no alcanzó el dramatismo del movimiento en otros países como Francia o Inglaterra. En su lugar, predominó un enfoque más equilibrado, que fusionaba el idealismo con la fidelidad al modelo retratado. En este sentido, Madrazo fue un maestro en la representación de la aristocracia madrileña, logrando captar su refinamiento y sofisticación.
FEDERICO DE MADRAZO
Federico de Madrazo y Kuntz nació en Roma en 1815, en el seno de una familia de artistas. Su padre, José de Madrazo, fue un pintor y teórico del Neoclasicismo, además de director del Museo del Prado. Desde joven, Federico mostró un talento excepcional y recibió formación académica en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando en Madrid.
En la década de 1830, Madrazo viajó a París, donde entró en contacto con la obra de Ingres, cuyas influencias son evidentes en su técnica depurada y en su interés por los retratos. En la capital francesa también se relacionó con Franz Xaver Winterhalter, otro gran retratista de la aristocracia europea.
A su regreso a España, se convirtió en uno de los pintores más solicitados de la corte y en 1844 fue nombrado pintor de cámara de Isabel II. En 1860 asumió la dirección del Museo del Prado, cargo que desempeñó hasta 1881. Durante su carrera, Madrazo no solo dejó un legado artístico notable, sino que también promovió el desarrollo de las academias y el estudio de la pintura en España.
Su obra se caracteriza por la elegancia, la precisión técnica y la atención al detalle, elementos que pueden apreciarse claramente en La condesa de Vilches.
ANÁLISIS FORMAL
La Condesa de Vilches
El retrato de La condesa de Vilches muestra a una mujer elegantemente vestida, recostada con naturalidad en un sillón ricamente decorado. Se trata de un óleo sobre lienzo en el que Madrazo despliega su maestría en la representación de las texturas, los volúmenes y la luz.
Elementos compositivos:
Color: Predominan los tonos fríos, especialmente el azul intenso del vestido, que contrasta con los matices cálidos del rostro y la decoración del sillón.
Luz: Madrazo emplea una iluminación suave y difusa, que realza la tersura de la piel y otorga un aire etéreo a la figura.
Perspectiva: El fondo está tratado con un difuminado sutil, que otorga profundidad a la composición sin restar protagonismo a la condesa.
Textura: La riqueza del vestido, el terciopelo del sillón y la delicadeza de la piel están representados con un realismo excepcional.
El equilibrio y la armonía de la composición reflejan la influencia de Ingres y del academicismo francés, pero con un sello personal que distingue a Madrazo como uno de los mejores retratistas de su tiempo.
ANÁLISIS ICONOGRÁFICO
El retrato no solo es una representación de la condesa de Vilches, sino que transmite su carácter y posición social.
Vestimenta y joyas: El lujoso vestido azul, con sus múltiples pliegues y detalles de encaje, es un símbolo de distinción y feminidad. Los accesorios, como la pulsera y el abanico, refuerzan la idea de sofisticación.
Expresión y postura: La condesa aparece recostada de manera relajada, con una leve sonrisa y una mirada directa que transmite confianza y encanto. Su actitud es natural, alejándose de la rigidez de los retratos neoclásicos.
El abanico: En la pintura romántica, el abanico es un símbolo de coquetería y elegancia, pero también de misterio, pues en la época podía usarse para enviar mensajes codificados en el lenguaje no verbal de la aristocracia.
El sillón: La riqueza del mobiliario refuerza la idea de nobleza y refinamiento, sugiriendo que la condesa pertenecía a un círculo privilegiado.
Este retrato no solo muestra el aspecto físico de la condesa, sino que también nos habla de su personalidad y su posición en la sociedad madrileña del siglo XIX.
CURIOSIDADES
La modelo: La condesa de Vilches fue Amalia de Llano y Dotres, una influyente aristócrata y escritora de la época. Fue una de las mujeres más cultas y admiradas de su tiempo, promotora de tertulias literarias y cercana a figuras como Gustavo Adolfo Bécquer.
Reconocimiento: Este cuadro es considerado una de las cumbres del retrato romántico español y una de las mejores obras de Madrazo.
Influencia de Ingres: La suavidad del modelado, la elegancia de la pose y la riqueza en los detalles recuerdan al estilo del pintor francés Jean-Auguste-Dominique Ingres, a quien Madrazo admiraba profundamente.
LA CONDESA DE VILCHES | ANÁLISIS OBRAS DE ARTE
CONCLUSIÓN
La condesa de Vilches es una obra maestra del retrato romántico y un testimonio del talento de Federico de Madrazo. Su combinación de precisión técnica, refinamiento estético y profundidad psicológica hacen de este cuadro un referente en la historia de la pintura española.
Más allá de la destreza pictórica, el retrato nos transporta a la alta sociedad madrileña del siglo XIX, mostrando no solo la belleza y el estatus de la condesa, sino también su carácter y su relevancia cultural.
Actualmente, la obra se conserva en el Museo del Prado, donde sigue siendo admirada por su elegancia y por la maestría con la que Madrazo supo captar la esencia de su modelo.
BIBLIOGRAFÍA
Azcue Brea, Leticia. Federico de Madrazo y Kuntz: Pintura y sociedad en el siglo XIX. Museo del Prado, 1994.
Morales y Marín, José Luis. Pintura romántica en España. Ediciones Cátedra, 1988.
Museo del Prado. “La condesa de Vilches”, catálogo en línea.
GALERÍA DE IMÁGENES
La Condesa de Vilches
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Nos hallamos ante uno de los cuadros más notables de la magistral pintora Evelyn De Morgan (Londres, 30/8/1855-2/5/1919).
Se trata de una obra ejecutada en formato vertical en la que se desarrolla una escena de interior, concretamente, en un estudio de corte medieval; y dividida en cuatro planos compositivos bien diferenciados.
En el primero, observamos un hermoso pavimento realizado con láminas de madera, decorado con una alfombra estampada, a la izquierda; mientras que, a la derecha, aparece tumbado un gato que mira fija y directamente al espectador.
En el segundo, contemplamos un banco corrido de madera soberbiamente labrado y lacado en su base y con asiento acolchado sobre el que se encuentra sentada, de perfil, una bella mujer. La fémina se halla sumamente concentrada, mostrado esto en la gravedad del gesto del rostro y el estado de abandono de la tela que tiene a sus espaldas, en la labor de verter, con su mano derecha, una suerte de bebedizo en la copa que sostiene con su mano izquierda.
En lo relativo al vestuario, la dama porta una túnica de seda; de manga de rejilla de perlas y corta; y escote redondo. Completan el atuendo una cinta ornamental con cuentas de punta de diamante que entalla la túnica en su cintura; zapatos cerrados rematados en punta; el turbante de estampado de escamas y perlas que cubre su cabello trenzado; y el anillo de rubí de banda dorada en el dedo corazón de la mano derecha como joya.
El tercero lo constituyen, visto de izquierda a derecha, un pesado cortinaje corrido, que deja entrever el estampado de leones de la tela; y la ventana abierta con vitral circular emplomado y hoja doble, que se asienta sobre una estantería baja repleta de libros encuadernados en cuero y colocados en posición tanto vertical como horizontal; siendo el cuarto plano, que se vislumbra a través de la ventana abierta, la terraza, donde aparece una pareja abrazándose y el paisaje de tipo montañoso en el que se aprecia, a la derecha, una construcción fortificada.
Es un cuadro muy luminoso, pues la escena plasmada es diurna y esto influirá, enormemente, en la gama cromática usada, decantándose la artista por una paleta de tonos fuertes donde destaca la intensidad de los rojos; negros; amarillos dorados; blancos; verdes; rosáceos; marrones; grises o azules.
A tenor de lo descrito, ¿Qué nos quiso contar De Morgan con esta pieza?. Pronto lo descubriremos.
Visión general del cuadro
ANÁLISIS ICONOGRÁFICO
“I put a spell on you Because you’re mine Stop the things you do Watch out I ain’t lyin’”
A priori y en base al título del cuadro, el tema representado nos mostraría la visión de una hechicera preparando un bebedizo amoroso para la pareja enamorada que se abraza apasionadamente en la terraza. Pero, ¿realmente se plasma lo que el sencillo título nos indica?. Ni mucho menos, pues la pintura encierra un significado mucho más profundo y que quiso que conociéramos una de las grandes artistas del Prerrafaelismo.
Fotografía de Evelyn De Morgan
Nacida como Mary Evelyn Pickering, empezó su formación artística a los 15 años con su tío el pintor prerrafaelita John Roddam Spencer Stanhope, y, 3 años más tarde, ingresaría en la Slade School of Art. Prontamente, empezaría a exponer su obra pues, hacia la década de 1870, sus cuadros participaron en las exposiciones de la Dudley Gallery o la Grosvenor Gallery, y, diez años más tarde, en la New Gallery con pinturas de clara inspiración alegórica. De su vida personal se sabe que contrajo matrimonio con el diseñador y ceramista William De Morgan y que el ambiente espiritista sería determinante en su obra gracias a su familia política.
En cuanto a su estilo, se caracterizaría por recibir una fuerte influencia los artistas renacentistas como Botticelli, debido a sus constantes viajes a Italia para visitar a su tío Stanhope; y prerrafaelitas como GeorgeFrederick Watts y Edward Burne-Jones; y el espiritismo, que se manifestaría en el valor simbólico y alegórico de las pinturas. Por lo tanto:
-Del Prerrafaelismo tomaría prestado el uso de tonos de gran fuerza expresiva y brillantez, ya que utilizaba una técnica en la que mezclaba los colores con glicerina; y el empleo de un arquetipo de mujer, escogiendo de modelo a una de las modelos prerrafaelitas por antonomasia como Jane Burden Morris, la esposa del artista William Morris.
Izq.: Dibujo preparatorio; arriba der.: Detalle del rostro de la hechicera,La poción de amor, Evelyn De Morgan, (1903), abajo der.: Fotografía de Jane Burden Morris
-Y el espiritismo se vería plasmado en la temática, ya que el cuadro se encuadró en la fase de pinturas alegóricas del progreso del alma hacia la iluminación con cierto aire medieval, donde la mujer tuvo un papel fundamental, debido al espíritu feminista de la autora y que se aprecia en la dualidad del tema:
-Por un lado, podría contemplarse como una visión negativa y oscura de la mujer como una hechicera malvada de los cuentos de hadas. Una femme fatale sin piedad, de rostro cruel y demacrado que, ensimismada, mezclaría una poción en una copa que, dada la posición de los amantes en la terraza que quedan sobre el cáliz, podría presentar 3 posibles escenarios:
El primero, es un encargo de la dama que quiere conseguir el amor del hombre al que abraza.
El segundo, es una creación de la hechicera para seducir al hombre que abraza a su amada.
El tercero, es una creación sin receta para beberla ella al no obtener el amor del hombre.
El acto brujeril de la hechicera malvada se reforzaría con:
La presencia de libros de magia negra en la estantería.
El rojo de los cabellos de la hechicera que fue un tono capilar mal visto, sobre todo, durante la Edad Media, pues encarnaba el color del Infierno y se asociaba al ideal de una persona apasionada y libre y a los personajes malvados de la Biblia y las hechiceras.
Y el gato negro que, recordando al minino del cuadro Olympia de Èdouard Manet (1865) que representaba la prostitución, vendría a ser el animal familiar de la hechicera, una criatura alquímica de la noche y que ejercería de comentario irónico sobre las brujas.
Izq.: Detalle del rostro de la hechicera; der.: Detalle copa y pareja, La poción de amor, Evelyn De Morgan, (1903)Arriba: Detalle libros; centro: Detalle cabellos; abajo: Detalle gato, La poción de amor, Evelyn De Morgan, (1903)
Por otro, podría ser una escena que, inspirada en La hija del alquimista, obra de William De Morgan, subvertiría el rol estereotipado de la hechicera, planteando, así, una visión más positiva, donde la protagonista se presenta como una mujer erudita poderosa; fuerte e inteligente que pretende alcanzar la iluminación y la armonía por ella misma y que se vería representada en:
La hija del alquimista, William De Morgan
Los títulos de los libros y la gama cromática. En los ejemplares ubicados en la librería de la ventana, encontramos títulos de gran interés para los espiritistas del siglo XIX que buscaban la iluminación y enriquecimiento espiritual. Entre ellos destacan: Philosophia libri III de Agrippa vonNettesheim; Az Opus de Jámbico y Paracelso, del que extrae el simbolismo alquímico de su teoría de los colores sobre las 4 etapas progresivas hacia la iluminación espiritual, en el que:
El negro del gato representaría la muerte; la culpa y el pecado.
El blanco del paño en el banco escenificaría las primeras etapas de la purificación.
El rojo de los leones de la cortina y los zapatos de la hechicera ejemplificarían la iluminación espiritual y la simbología de la fuerza; la sabiduría y el cristianismo.
El amarillodorado de la túnica sería el movimiento hacia el oro de la salvación.
Arriba izq.: Detalle libros; abajo izq.: Detalle gato; arriba der.: Detalle leones; centro der.: Detalle tela; y abajo der.: Detalle vestido, La poción de amor, Evelyn De Morgan, (1903)
Etapas que irían en paralelo a las ideas espiritistas del desarrollo del espíritu y cuyos pasos se manifestarían en:
La muerte del profano.
La purificación y sufrimiento espiritual.
Y el objetivo final con la unión de los opuestos, que se aprecia en la pareja de amantes de la terraza y en la combinación de la tradición pagana (el tema de la brujería) y cristiana (los leones de la cortina), siendo la unión definitiva la síntesis de la naturaleza corporal en la espiritual propia de los alquimistas en la búsqueda de la sabiduría.
Como conclusión, comentar que el cuadro lleva la firma de la artista en la esquina inferior derecha y se puede contemplar en la The De Morgan Foundation.
CURIOSIDADES
A modo de curiosidad, debemos decir que la pintura de Evelyn De Morgan ha servido como imagen para la portada del libro Drogas, Fármacos y Venenos de David Sucunza, que trata sobre el impacto que han tenido, a lo largo de la historia, los productos naturales; y también ha sido la pieza utilizada para poner cara a una figura histórica un tanto especial como es el caso de Giulia Tofana.
Y ¿quién es ella?. Pues Giulia Tofana o Toffana fue una química y cosmetóloga italiana de la que se dice que fue la inventora del veneno Acqua Toffana, con el cual se comenta que fue envenenado el compositor Mozart.
Fue una mujer con una vida singular de la que se conocen muy pocos datos. Se sabe que nació en Palermo al inicio del siglo XVII como Giulia Mangiardi en el seno de una familia de origen desconocido. Su madre fue Teofanía d´Adamo, también química, que fue ejecutada en Palermo el 12/7/1633, acusada de haber envenenado a su esposo Francesco d´Adamo.
Izq.: La poción de amor, Evelyn de Morgan, 1903; der.: portada de Drogas, Fármacos y Venenos, David SucunzaIzq.: La poción de amor, Evelyn de Morgan, 1903; arriba der.: Grabado El veneno “Manna di San Nicola (Acqua Tofana)”, Pierre Méjanel, 1886; abajo der.: Retrato de Wolfgang Amadeus Mozart, Barbara Krafft, 1819
Pasó su infancia y juventud aprendiendo el arte de la botánica de su madre y de los botánicos de los que se rodeaba, lo que le llevó a crear uno de los venenos más potentes y letales en el siglo XVII, aunque se pone en duda que fuera ella la inventora del Acqua Tofana, vendida como Manna di San Nicola, puesto que existen teorías de que fue su madre Teofanía la inventora real delveneno y que luego ellamejoró, ya que no se conoce la composición exacta del mismo.
No obstante, este veneno fue lo que ensalzó su figura, ya que, en torno al mismo, organizó un negocio criminal clandestino que operó en los bajos fondos de Palermo, Nápoles y Roma, donde ayudó a enviudar a más de 600 mujeres que estaban atrapadas en matrimonios complicados.
Un imperio criminal que vio su fin cuando una de las clientas se arrepintió de envenenar a su esposo y confesó la existencia del negocio clandestino. Al saberse descubierta, huyó y se acogió a sagrado en una iglesia para no ser encarcelada. Sin embargo, fue una suerte que no le duró mucho tiempo, pues se extendió el rumor de que había envenenado el agua de Roma y ello motivó a que la policía, forzando la entrada en la iglesia donde estaba, la arrestara. Bajo tortura, confesó sobre su negocio clandestino y acabó siendo ahorcada en Campo de Fiori en Roma en torno al 1651. Otras teorías indican que su final fue en julio de 1659 y que fue ahorcada junto a su hija Girolama y otras colaboradoras que la ayudaron en el negocio.
BIBLIOGRAFÍA Y WEBGRAFÍA
ARIAS ANGLÉS, Enrique y RINCÓN GARCÍA, Wifredo, Historia Universal del Arte, Vol. 9, Del Romanticismo al Modernismo, Madrid, 1996.
ARIAS ANGLÉS, Enrique, Historia Universal de la pintura, Vol. 6, Del Realismo al Modernismo, Madrid, 1996.
BIRCHALL, Heather, Prerrafaelitas, Colonia, 2018.
SUCUNZA, David, Drogas, fármacos y venenos, Córdoba, 2022.
La vida y obra de Yayoi Kusama (Matsumoto, 1929) es pura obsesión. No es amor, es delirio y alucinación. Y, precisamente por eso, es brillante. A pesar de la complejidad de su mente y producción artística, (lleva creando más de 70 años) todo comienza a partir de un fundamento muy esencial: ideas de acumulación e infinidad. Este es su sello de identidad porque, desde pequeña, se interesó por los puntos, las redes y las texturas.
Siendo precisa, lo que ocurrió (y no ha parado desde entonces) es que, una vez que Yayoi fija una forma en su cabeza repite el patrón en todo lo que su ojo acierta a ver. Lo bueno es que encuentra inspiración en cualquier rincón porque ve el mundo lleno de puntos, de protuberancias o de líneas sin fin.
Lo catastrófico es que no puede parar de hacerlo. Heather Lenz lo explica a la perfección en su documental ‘Infinito‘. Patrones absolutos que lo inundan todo con una arrogancia pasmosa hasta crear una obra maravillosa al mismo tiempo que amenazan con destruir la racionalidad del propio ser humano.
En el documental, Lenz hila muy fino partiendo de lo que supuso crecer en una familia opresiva del Japón dictatorial (con un padre infiel y una madre tirana) y vivir las mieles de una adolescencia florecida en plena Segunda Guerra Mundial.
Episodios traumáticos que desembocan en su éxodo a Estados Unidos, en la década de los sesenta, en búsqueda de un proceso de liberación cultural que, sin remedio, se crea sobre la base de numerosas heridas y taras.
La repetición de esos patrones orgánicos, hasta llegar a la extenuación, le sirve como desahogo de sus traumas, como terapia y válvula de escape. Pero de nuevo, y al mismo tiempo, no deja de tejer una red muy compleja de anhelos y frustraciones.
De ahí su gran producción expresada a través de perfomancesque pretenden alejarse de sí misma para conectar con lo cósmico, para ella, un lugar más seguro. Es en esta etapa cuando apuesta por llenarlo todo de puntos como «agujeros que se conectan y vacían«, según Yoshitake, una de las comisarias de su obra en su exposición en el museo Guggenheim de Bilbao.
Yayoi Kusama posando frente a una de sus famosas y recurrentes esculturas «calabaza».
Es del todo sabido que Kusama ha estado varias veces al borde del precipicio andando cual funambulista por por una cable demasiado delgado. De nuevo, un arma de doble filo. Se repiten los intentos de suicidio y su estado de depresión constante contribuye a modelar una obra que, en muchas ocasiones, se vuelve oscura e inquietante. En este caso, las plantas y las famosas calabazas resultan amenazadoras.
ANÁLISIS FORMAL E ICONOGRÁFICO
A través de la canalización de sus inquietantes visiones de patrones absorbentes, estos lienzos fueron en parte un desafío al algo agotado expresionismo abstracto.
Ya sea en forma de dibujos detallados, esculturas públicas o instalaciones inmersivas, las representaciones estilizadas de la humilde calabaza de Kusama se han convertido en algunas de sus piezas más icónicas tomando como referencia su extensa producción artística.
Calabaza, 1990 (una de tantas).
Fue la ‘Sala de espejos de calabazas‘ para la Bienal de Venecia de 1993 la que colocó a este vegetal en el mapa del arte, con esculturas gruesas, amarillas y negras reflejadas y multiplicadas hasta el infinito. No obstante, Kabocha, una pintura de una calabaza al estilo tradicional japonés (nihonga), fue de las primeras obras que una Yayoi de apenas diecisiete años exhibió en Japón.
Frente a esta obsesión, Kusama explica que le gustan las calabazas por su forma y humor «humanos». Pero, como señalaba antes, su fijación por la repetición y el infinito es reflejo del lado más oscuro: una especie de obliteración, en la que puedes perderte dentro de la inmensidad de su universo singular.
Calabaza instalada en los muelles del exclusivo complejo de arte contemporáneo Benesse Art Site, en la isla de Naoshima, Japón.
Como la propia autora describe en su autobiografía (Infinity Net), la primera vez que vio una calabaza fue con su abuelo.
Era una enorme, del tamaño de una cabeza, que de repente cobró vida y se comunicó conmigo. Pero no tuve miedo, tenía una forma tan cautivadora y atractiva que esa verdura gigante sólo me inspiraba confianza. Era casi como una amiga.
Yayoi Kusama
CURIOSIDADES
Es muy probable que el dato que se más se maneje desde la perspectiva morbosa, es que Kusama se internó voluntariamente en una institución psiquiátrica en Japón en 1977 y ha vivido allí desde entonces.
Algo que, muy al contrario de diezmar su trabajo, potenció su creatividad (y estabilidad) para continuar con su arte desde su estudio cerca del hospital.También escribe poesía y publica libros, 95 años tiene la doña. Además, es sabido que la artista envía cartas escritas a mano a sus fans, a menudo adornadas con sus característicos lunares.
Otra faceta bien conocida es su vínculo con el mundo de la moda. En la década de los 60, lanzó su propia marca creando vestidos y trajes de vanguardia y, más recientemente, colaboró con la casa de moda francesa Louis Vuitton, para quienes empleó sus conocidos lunares para decorar el icónico monograma en una línea de carteras y maletas.
‘White N. 28’, (óleo sobre lienzo, 147.6 x 111.1 cm)
Antes de eso, y debido a sus problemas financieros producto del fracaso e incomprensión, la magnánima Georgia O’Keeffele echó un cable persuadiendo a su propio distribuidor para que comprara varios de los trabajos de Yayoi.
Impensable que, hasta que Jenny Saville se lo arrebatase vendiendo por 10,3 millones de euros su ‘Propped‘, fuera la artista femenina viva más cotizada con su ‘White N. 28’ por 7,1 millones de dólares.
Yayoi Kusama y sus creaciones artísticas en movimiento
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COMENTARIO HISTÓRICO ARTÍSTICO DE MONUMENTO A LA TERCERA INTERNACIONAL
CONTEXTO HISTÓRICO-ARTÍSTICO
Nadie se confunde al indicar que la vanguardia artística alcanzó lugares y esencias tan remotas que debemos referirnos a ella como una tendencia, un conjunto sin límites precedidos.
Al mencionar las vanguardias en un contexto artístico, nuestra cultura educada a lo occidental limita el conocimiento. Conocimiento que se postra abstraído en un infinito de impresión.
Nos impresionan las figuras de Pablo Picasso, hasta cuando no se habla de Picasso. Nos hacen pensar los colores fauvistas, tanto que apenas podemos despegar la mirada. La vanguardia artística nos eleva de nuestro pequeño paso como merodeadores a un plano pensante, activo, en el que cabe nuestra participación y no solo nuestra mirada absorta.
Tratar en un pequeñísimo artículo la vanguardia artística es una labor imposible. Tratar en una tesis doctoral la vanguardia artística es una labor inabarcable. Dedicar toda nuestra vida al tratamiento y asimilación de un conjunto tan extenso y particular sigue siendo una labor inagotable. Quien sabe si juntando las vidas felinas de las pinturas de Karolina Ageena acaso sería suficiente espacio temporal como para abarcar el Vanguardismo.
Vladimir Tatlin fue uno de los artistas más destacados del vanguardismo ruso, director de la sección artística o de artes en el instituto de cultura artística izó-moscú. En el plano personal, destacó principalmente en el ámbito pictórico.
Vladimir Tatlin, c. 1917
A pesar de esto, la obra a comentar viene a ser algo similar a la arquitectura, pero no exactamente. El monumento a la Tercera Internacional de Vladimir Tatlin no fue considerado arquitectura, tampoco escultura, sino ‘maqueta’.
Primeramente, Tatlin estableció su obra en Petrogrado en el año 1920, entre los meses de marzo y octubre. De la mano de esta maqueta expuesta al público y casi al aire, se encontraba un contexto de nuevo régimen, de surgimiento autoritario en la Unión Soviética. Este surgimiento no debe ser entendido únicamente como una creación de talante político-militar, pues también supuso en el momento una renovación ideológica y claro, cultural.
La maqueta, lejos de ser una obra consolidada y estable, tuvo diferentes lugares de recreo. Desde el interior de la casa de los sindicatos también en el año 1920, a una segunda versión -seguramente dispuesta con otros materiales- en la Exposition international des arts décoratifs et industriels modernes, en el año 1925.
Antes de introducirnos en el análisis formal de la obra citada, será imprescindible para la comprensión de la obra entender que el Monumento a la Tercera Internacional de Vladimir Tatlin no fue más que una maqueta perenne. La obra, desaparecida y desconocida únicamente posee documentos gráficos de primera mano que nos dejan conocer acerca de su existencia.
Nadie actualmente recuerda este trabajo de Tatlin con fervor, sino que es el documento visual el que nos asegura no solo de su existencia, también de su creación.
ANÁLISIS FORMAL
Redactar un análisis formal sobre una obra de la que desconocemos los diversos materiales utilizados en su proceso creativo puede resultar sin duda un asunto caótico. La pobreza formal, estética y sobre todo la de rigor cultural viene siendo más que habitual en las sociedades siberianas. Recuérdese aquel cuento de Platónov en el cual un habitante de cierta pedanía rusa no entendía como aquellos que iban predicando el socialismo, hacían máquinas volar.
Lejos de algunas ideas de las que dejó el profesor de arte Nikolai Punin, como que este primer monumento era una armadura metálica en espiral, pareciese que este análisis técnico de materiales y composición artística se escapa a nuestro alcance.
Lo realmente interesante de esta obra resulta en su característica efímera, en ese carácter de no permanecer nunca en un sitio y en su defecto, acabar desapareciendo.
En relación con esa precariedad material y ese hambre que apenas dejaba espacio al pensamiento que las destacadas y diferenciadas clases altas pretendieron desarrollar en las particulares mentes, tenemos como conclusión un caso artístico como el Monumento a la Tercera Internacional de Tatlin.
Monumento a la Tercera Internacional, en el Taller de mosaicos del SVOMAS, c. 1920
Para completar livianamente el aislado caso de la obra comentada, también destacamos el carácter ruso de la producción en grupos sin llegar a desarrollar totalmente esta idea. En la Escuela estatal de Arte en Rusia, la Vjutemás, se enseñó la obra de Vladimir Tatlin, llegando en sus aulas a emular el Monumento a la Tercera Internacional, con una diversidad bastante pobre de los materiales empleados -encontramos la posibilidad de que uno de los materiales empleados en las obras de alumnos, fuese el papel mojado-, así como el propio contexto requería.
Por suerte o desgracia, la Vjutemás y su labor de integración artística en un panorama de colapso social ha quedado completamente eclipsada por otra escuela con labor similar al otro lado del orbe, La Bauhaus.
Es más que posible que el lector de este artículo conozca diferentes integrantes de esta reconocida escuela artística que ha sido señalada incluso como movimiento por algunos críticos e historiadores del Arte.
En la oscuridad, un proyecto de torre, un monumento cuasi desaparecido en la historia del Arte. Un conjunto, un artista de nicho, poco destacado, mas motivos y motivaciones capaces de asombrar al espectador sensible, al lector atento.
BIBLIOGRAFÍA
Muñoz Guisado, José María. (2022). Maqueta para un monumento. Producción y reproducción de la torre de Tatlin. ASRI. Arte y Sociedad. Revista de investigación en Arte y Humanidades Digitales., (22), 33-50.
Kurz, Juan Alberto. El Monumento a la III Internacional de Vladimir Tatlin.
COMENTARIO HISTÓRICO ARTÍSTICO DE EL ENCUENTRO DE GUSTAV COURBET
CONTEXTO HISTÓRICO ARTÍSTICO
La pintura El encuentro (1854) de Gustave Courbet se sitúa en el contexto del Realismo, un movimiento artístico del siglo XIX que surgía como reacción contra el academicismo y el idealismo del Romanticismo. El Realismo buscaba representar la vida cotidiana de manera fiel, sin embellecimientos ni idealizaciones. Courbet, una de las figuras centrales de este movimiento, promovía la representación de la realidad tal como era, despojándola de artificios y centándose en la gente común, el paisaje y los eventos del día a día.
En 1854, Europa estaba inmersa en cambios sociales y políticos. Francia, en particular, vivía las transformaciones del Segundo Imperio de Napoleón III, con un creciente desarrollo industrial y un auge del pensamiento socialista. Courbet, con sus ideales republicanos y críticos de la burguesía, se alejaba del arte tradicional y utilizaba sus obras para desafiar el statu quo. El encuentro es un ejemplo de este interés por capturar escenas comunes con una visión objetiva.
Además del contexto político, también es importante considerar el panorama artístico. Mientras el Romanticismo aún influía en muchos artistas, con sus representaciones dramáticas y emocionales, el Realismo emergía como una corriente que desafiaba la idealización de la realidad. Courbet no solo rechazaba las normas académicas, sino que también promovía un arte accesible para todos, reflejando la vida real de las personas comunes, en lugar de escenas mitológicas o heroicas.
BIOGRAFÍA DEL ARTISTA
Gustave Courbet (1819-1877) nació en Ornans, Francia. Desde joven, mostró una inclinación por la pintura y, tras trasladarse a París, comenzó a estudiar a los maestros del Louvre. Sin embargo, pronto rechazó el arte academicista y buscó una representación más sincera de la realidad. Sus obras iniciales, como Los picapedreros (1849), fueron impactantes por su cruda representación del trabajo manual, alejándose de los temas mitológicos o religiosos predominantes en la época.
Courbet tuvo una postura política activa. Durante la Comuna de París en 1871, se alineó con los revolucionarios, lo que le costó el exilio en Suiza tras la caída del movimiento. A lo largo de su vida, mantuvo una actitud desafiante ante las instituciones artísticas, promoviendo exposiciones independientes y rechazando las normas de la Academia Francesa. Su obra no solo desafiaba las tradiciones artísticas, sino también las estructuras de poder de su tiempo.
ANÁLISIS FORMAL
El encuentro de Gustav Courbet
El encuentro presenta una composición equilibrada, con tres figuras dispuestas en un triángulo visual sobre un fondo de paisaje rural. El colorido es sobrio, predominando los tonos tierra y verdes naturales, reflejando la paleta propia del Realismo.
La perspectiva se construye de manera sencilla, con un punto de fuga que dirige la mirada hacia el fondo, donde se observa un carruaje y una pequeña edificación. Las figuras humanas están delineadas con precisión, destacando sus expresiones y vestimenta con gran atención al detalle.
El uso de la luz es naturalista, sin contrastes dramáticos, reforzando la sensación de una escena cotidiana. La pincelada es firme y detallada, pero sin el acabado pulido característico del academicismo.
ANÁLISIS ICONOGRÁFICO
La obra muestra a Courbet mismo (a la derecha) encontrándose con su mecenas Alfred Bruyas y su sirviente Calas. Courbet, vestido de viajero con mochila y bastón, parece representar al artista independiente, un nómada que recorre el mundo en busca de inspiración. En contraste, Bruyas y su sirviente están más formales, lo que sugiere su estatus acomodado.
El gesto de Bruyas, que se quita el sombrero, y la posición erguida de Courbet, transmiten una sensación de igualdad entre el artista y su mecenas, rompiendo con la relación tradicional de dependencia entre los creadores y sus patrocinadores. El perro que acompaña a Bruyas puede simbolizar la lealtad y la relación de confianza entre ambos personajes.
CURIOSIDADES
La obra fue apodada Bonjour, Monsieur Courbet! debido a la actitud del mecenas, que parece saludar con respeto al artista.
En la época, la pintura generó diversas interpretaciones, algunos la vieron como una sátira de las diferencias de clase, mientras que otros la consideraron una representación de la libertad del artista.
El cuadro pertenece actualmente al Museo Fabre de Montpellier.
CONCLUSIONES
El encuentro es una obra clave dentro del Realismo, ya que encapsula los principios de Courbet sobre la representación honesta de la realidad. Más allá de ser un simple retrato de un encuentro entre amigos, el cuadro refleja la autonomía del artista, la importancia del mecenazgo y la relación entre arte y sociedad en el siglo XIX. La obra destaca por su composición equilibrada, el detallismo de sus figuras y su profundo significado simbólico.
GALERÍA DE IMÁGENES
El encuentro de Gustav Courbet
BIBLIOGRAFÍA
Nochlin, Linda. Realism. Penguin Books, 1971.
Clark, T. J. Image of the People: Gustave Courbet and the 1848 Revolution. Thames & Hudson, 1973.
Rubin, James H. Courbet. Phaidon Press, 1997.
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COMENTARIO HISTÓRICO ARTÍSTICO DE LA MEZQUITA-CATEDRAL DE CÓRDOBA
CONTEXTO HISTÓRICO-ARTÍSTICO
Corría la mañana del 8 de noviembre de 2019, el frío otoñal azotaba con inclemencia en Moncloa, iban a dar las siete en el reloj y en el punto donde nos teníamos que reunir los alumnos de segundo de Historia del Arte estaba ya en posición la profesora de la asignatura “Arte bizantino y Arte islámico”, esperando nuestra llegada y la del autobús que nos iba a llevar, ida y vuelta, en uno de los días más exhaustos, pero también más apasionantes e inolvidables de nuestras vidas, a la que fuera capital del califato andalusí: Córdoba (Qurtuba). Cuatro horas y media con descanso incluido, tanto al ir como al volver, hubimos de soportar en nuestros cuerpos para visitar dos de las excelsas maravillas que dejaron los musulmanes a su paso por la península Ibérica: la ciudad de Medina Azahara y la Mezquita de Córdoba.
De todos los artículos que llevo redactados en este humilde y altruista blog, quizás sea este (por ahora) el que cuente con la introducción más personal de todos, pues responde a un momento de mi andadura existencial en el que se juntaron varios factores que hicieron de aquella etapa algo hermoso de recordar, y sería egoísta de mi parte no haceros partícipes, siquiera un poco, de un fragmento de lo que viví. Concretamente, ese día fue agotador por la pesadez de un viaje así en menos de 24 horas, y más habiendo dormido apenas tres por los nervios; por otro lado, hubo magia en el trayecto, un regreso al pasado califal durante la visita en sí, una compañía insuperable y el primer contacto con el amor, que, si bien concluyó de forma agridulce, servidor lo rememora siempre en términos de enorme felicidad.
Si habéis leído mi entrevista personal para este mismo blog, veréis nada más pinchar en la entrada una foto mía en el interior de la mezquita cordobesa, si bien no la más agraciada por mi rostro, sí una muy valiosa tanto por el lugar que estaba presenciando como por las personas fuera de plano que me acompañaron todo el viaje. Dicho lo cual, y ya dejando atrás esta parte más íntima, centrémonos en el objeto del artículo, que se encuadra en esta serie de arquitectura en la que estoy pasando página a una selección cronológica de hitos que del Coliseo de Roma nos llevará al Empire State Building y más allá, pasando en esta ocasión por la milenaria Mezquita de Córdoba.
En enero recorrimos las tierras del Reino de Asturias al hilo de Santa María del Naranco, en cuyas venas circula el estigma iconográfico de la llamada “Reconquista” cristiana de Al-Ándalus, un largo proceso de guerra santa que terminó con la toma de Granada por los Reyes Católicos el 1 de enero de 1492. Esta vez vamos a darnos una pequeña vuelta por los territorios peninsulares del islam, que fueron integrados como una provincia más del Califato Omeya de Damasco a partir del 711, año en que, a las órdenes del califa al-Walid I, un contingente militar dirigido por Tarik y Muza obtiene la decisiva victoria contra el Reino visigodo de Toledo en la Batalla de Guadalete, saldada, entre otras cosas, con la muerte del rey don Rodrigo, evento trascendental que allana la rápida invasión de casi toda la vetusta Hispania.
Ahora bien, ¿de dónde viene la dinastía omeya, primera de la historia del islam? Esta familia, descendiente de comerciantes de La Meca, llega al poder de Damasco en el 661 tras poner fin al gobierno de los denominados califas ortodoxos, sucesores directos de Mahoma tras su muerte en el 632. Siguiendo las propias palabras del Profeta, quien aunaba en su persona una carga religiosa, política y militar, los califas damascenos emprenden en tiempo récord una serie de campañas que los llevan a obtener el dominio de un imperio que abarca desde el Indo hasta la ciudad francesa de Poitiers, ambas regiones en las que perdieron cruciales batallas en 732 y 738 respectivamente, marcando con ello la extensión territorial máxima del poder omeya.
Mapa que muestra el avance territorial del islam desde sus orígenes hasta el Califato Omeya de Damasco. Wikimedia Commons
El proyecto de conquista del Mediterráneo emprendido por los omeyas durante sus casi 90 años de califato conllevó, por un lado, la división del Mare Nostrum en norte cristiano y sur musulmán, pero, por otra parte, ello no supuso una absoluta e inmediata imposición de su cultura, tradiciones y valores artísticos sobre las zonas dominadas. La islamización de estos territorios fue un proceso, al igual que la romanización de antaño, lento, progresivo y, bastantes veces, no terminado de cuajar, por eso nos referimos al Arte omeya desarrollado en Al-Ándalus como un episodio con entidad e identidad llamado Arte hispanomusulmán. Quienes mejor explican esto son otros dos grandes especialistas del mundo islámico, Richard Ettinghausen y Oleg Grabar:
“Todas las tierras conquistadas por los musulmanes en el siglo VII, que durante mucho tiempo fueron el núcleo del imperio islámico, habían recibido la influencia del arte clásico de Grecia y Roma en su sentido más amplio”
(ETTINGHAUSEN, 1996, p. 28)
Este siglo de esplendor, que situó a las fuerzas de Alá en el mapa de la Edad Media, en las últimas décadas fue apagándose por varias razones, una de las más importantes las luchas internas entre clanes y tribus que no aprobaban las medidas del gobierno dirigente. Fue la facción abasí la que derrocó a la dinastía omeya en el 750, pasando a cuchillo a casi todos sus familiares, protagonizando con ello uno de los episodios más cruentos y sanguinarios de la historia. Y digo casi porque el único miembro de la masacrada familia omeya que consiguió huir de la carnicería abásida fue el luego conocido Abderramán I, que exiliado en tierras hispanas obtuvo suficiente apoyo como para ser nombrado emir en el 756. De no haber escapado a tiempo este único individuo de Damasco, quién sabe si hubiéramos presenciado en nuestra época una maravilla como la Mezquita de Córdoba.
Previamente a la llegada de Abderramán I al trono andalusí, este se definía como un emirato dependiente de Damasco, etapa que, por tanto, va del 711 al 756. Con el príncipe omeya ya convertido en emir, se da inicio al emiratoindependiente, paso previo a lo que acontecerá en el 929 con Abderramán III, que proclamará el Califato de Córdoba, volviéndose así Al-Ándalus independiente del Estado abasí, con capital en Bagdad, tanto en lo político como en lo religioso. Estos tres siglos de gobierno omeya son considerados por muchos como los más florecientes del Arte hispanomusulmán, y sin duda alguna un capítulo áureo dentro del Arte islámico en general, dicho sea esto sin desprestigiar las producciones posteriores: que nadie pase por alto el pequeño detalle de la Alhambra que nos legaron los nazaríes en Granada.
Conjunto de cuatro mapas que ilustran la evolución política de Al-Ándalus desde sus tiempos de emirato hasta la fragmentación en taifas. Web UnProfesor.com
Por tanto, lo que se está viviendo en “España” en estos momentos no es ya una simple influencia de Oriente, no hablamos de un contacto entre civilizaciones, sino de un “verdadero desplazamiento de la cultura oriental a nuestro suelo” (CHUECA, 2000, p. 292). Aplicado al Arte, y al hilo de lo que hemos apuntado en el anterior párrafo, el Arte hispanomusulmán en toda su extensión, y el omeya en particular, si bien parte de un contexto genérico como es el Arte islámico, es también, como explica el doctor especialista en la materia Antonio Eloy Momplet Míguez, “heredero y receptor de otras tradiciones artísticas que son las que colaboraron a darle su riqueza y su propia caracterización” (MOMPLET, 2008, p. 11). Es decir, el Arte hispanomusulmán es islámico, por supuesto, pero en verdad es mucho más.
A la fuerte impronta dejada por los romanos en Hispania hay que sumar el legado visigótico y el influjo coetáneo ejercido por el Imperio bizantino, todas ellas fuentes artísticas de primer nivel que van a ser clave para comprender la gestación del Arte andalusí en los tres primeros siglos de su existencia (MOMPLET, 2008, p. 20). Hasta la disgregación del califato cordobés en taifas independientes, si bien se entiende que hubo de desenvolverse una amplia y rica producción material en toda Al-Ándalus, lo cierto es que no se conservan tantos ejemplos como nos gustaría, de ahí que la Mezquita de Córdoba vea multiplicado exponencialmente su valor, pues en ella se codifica la historia de la dinastía omeya en la península Ibérica (JIMÉNEZ, 1989, p. 24).
Desde el diseño inicial de Abderramán I hasta la última ampliación de Almanzor, la mezquita aljama (mezquita mayor) de Córdoba fue ganando en monumentalidad y esplendor hasta convertirse en el emblema de la familia omeya en su rama andalusí, símbolo físico de la consolidación de su poder y estructura política (SOUTO, 2007, p. 40). A diferencia de otras construcciones, avasalladas por el imparable avance cristiano desde el septentrión, hemos de agradecer que este conjunto no fuera totalmente demolido, sino que “solo” se erigiera en su interior la catedral de la diócesis. Creo que no hará falta explicar con detalle al lector por qué escribo la palabra solo entre comillas.
ANÁLISIS COMPOSITIVO Y FORMAL I: LA MEZQUITA
La edificación cordobesa responde a la tipología de mezquita hipóstila, primera del islam y modelo preferente en la zona occidental de sus territorios. El origen de este tipo hemos de hallarlo, primeramente, en espacios al aire libre como plazas, lugar primitivo donde se efectuaban los rezos diarios y la oración del viernes, y, materialmente hablando, su punto de partida puede rastrearse en la casa de Mahoma en Medina, cuyo patio exterior fue adquiriendo poco a poco la función de centro para fieles. En función de la bibliografía consultada, uno puede leer en ocasiones la defensa de estas mezquitas de pórticos múltiples como “las verdaderas mezquitas, mientras que los otros tipos son, al fin y al cabo, degeneraciones del puro concepto de mezquita” (CHUECA, 2000, p. 288).
Esquema longitudinal de una mezquita hipóstila con sus partes debidamente indicadas. Blog Arte Cabañas
No entraremos al debate puritano de la esencia de la mezquita, mas sí debemos explicar cómo se estructura una mezquita hipóstila para poder entender en profundidad el ejemplo de Córdoba. Una mezquita, a diferencia de una iglesia, no se planifica como la casa de Dios ni el asiento de una asamblea jerarquizada (CHUECA, 2000, p. 286), ya que la religión musulmana sigue otros derroteros, el significado de la propia palabra islam nos da la clave de su interpretación: “sumisión”. El primer pilar dice que Alá es el único Dios y Mahoma su Profeta, por lo que el centro neurálgico de un templo de estas características es la sala de oraciones, donde los fieles se postran ante el Todopoderoso. No existe la figura del sacerdote, sino la del imán, guía espiritual que pronuncia desde el mimbar (púlpito) la jutba, un discurso con carácter político más que religioso.
Estructuralmente, a diferencia de las iglesias cristianas occidentales, que se desarrollan longitudinalmente al hacer uso del modelo basilical, las mezquitas hipóstilas se desenvuelven transversalmente, tomando como referencia el murode quibla, orientado hacia La Meca, en cuyo centro se practica un punto que centra la atención, el mihrab, y lo precede un recinto privado donde se situaba el califa o sus dignatarios durante los rezos públicos, la macsura. De forma paralela o perpendicular, se disponen una serie de naves que constituyen la sala de oraciones (haram), la cual es precedida por un patio porticado (sahn) en cuyo centro se ubica la fuente para abluciones (sabil).
Esta tipología remata en altura con el alminar o minarete, torre desde la que el almuédano o muecín llamaba a oración a la población, hoy sustituido por una grabación emitida por megafonía. En los alminares construidos a lo largo y ancho de la historia de las mezquitas puede uno hallar un sinfín de variantes y modelos, formando un nutrido repertorio formal y estructural que los convierte en los elementos más icónicos de los templos musulmanes. En particular, los del islam occidental son de planta cuadrada y la escalera de subida se articula en torno a un núcleo central, siendo el de Córdoba una notable excepción.
La Mezquita de Córdoba y otras de Al-Ándalus cuentan, así mismo, con otra destacada excepción, y es que tienen su “Meca particular”, pues no están como tal orientadas hacia La Meca, sino desviadas al sur o ligeramente al sureste (JIMÉNEZ, 1989, p. 33). Se han apuntado varias hipótesis sobre este hecho, y casi todas tienen claro que no se trata de un error en los cálculos por parte de los arquitectos, al contrario, existe la posibilidad de que un refinamiento en los mismos resultara en esas coordenadas, o quizás se estuvieran fijando en la orientación de las mezquitas orientales de Siria (MOMPLET, 2008, p. 29), patria natal de Abderramán I, quien, con esta alteración del eje, por tanto, podría estar reivindicando el origen de la familia omeya. Los límites del solar y la inclinación del terreno hacia el Guadalquivir pudieron también ser factores decisivos (SOUTO, 2007, p. 42).
Plano de la Córdoba omeya donde se señalan la Mezquita de Córdoba (en verde), su orientación (en rojo) y el eje direccional hacia La Meca (en azul). Blog Reflexiones sobre un clasicismo contemporáneo
Con este preámbulo, vamos ya a sumergirnos en el análisis de las fases constructivas y ampliaciones de la mezquita cordobesa, reservando este epígrafe única y exclusivamente a la susodicha, tiempo tendremos en el siguiente apartado de analizar las intrincadas obras cristianas que se insertaron en el tejido arquitectónico de la obra andalusí. El punto de partida, como ya hemos anticipado, es Abderramán I, “el Emigrado” (756-788), quien sienta con su recinto las características constructivas, estéticas y espaciales que determinaron su procedural desenvolvimiento a lo largo del emirato primero y el califato después, razón por la que esta fase, junto a la de al-Hakam II, va a ser en la que más tiempo debamos detenernos dada su importancia.
Previamente al edificio musulmán, existía en Córdoba la Basílica de San Vicente Mártir, iglesia que con alta probabilidad tuvo que formar parte de un conjunto episcopal, ya que sus modestas proporciones no eran aptas para un culto compartido entre cristianos y musulmanes. Así, cabe suponer que, inicialmente, ambos pobladores convivieran sin mayores problemas hasta que el aumento demográfico y, con ello, el crecimiento de la comunidad islámica, llevara al propio emir a adquirir el solar cristiano en el 784-785. Gracias a las excavaciones emprendidas por Félix Hernández en los años 30 del pasado siglo, hoy pueden observarse expuestos vestigios de aquella basílica, destacando los mosaicos del pavimento, de notable raigambre romana.
Fragmento conservado del pavimento de la Basílica de San Vicente Mártir, decorado con mosaicos. Wikimedia Commons
Comprado el solar, Abderramán I puede entonces pensar en “levantar el chapitel simbólico que corone su obra de treinta años, la gran mezquita de Córdoba” (CHUECA, 2000, p. 294), es decir, inició la construcción a pocos años de morir, por lo que fue su hijo, Hisham I, quien culminó la empresa del padre. Vamos a empezar realizando una inspección de la planta, para cuyo estudio nos valdremos del plano situado bajo estas líneas, donde se señalan adecuadamente los límites de cada una de las etapas constructivas de la mezquita previamente a los aditamentos cristianos. Inicialmente, se proyectó una mezquita casi cuadrada, dividida en patio y sala de oraciones, conformada por once naves, la central más ancha y las de los extremos más estrechas, proyectadas perpendicularmente al muro de quiblay no paralelas, como en el que pudo ser su referente, la Gran Mezquita de Damasco.
Planta de la Mezquita de Córdoba donde se delimitan con colores sus fases constructivas. Wikimedia Commons
Yendo de fuera hacia dentro, lo primero que observamos son los murosperimetrales, construidos con sillares bien escuadrados, animados con gruesos resaltes prismáticos, coronados a su vez por merlones escalonados, y practicados por una serie de puertas cuya organización de fachada va a ser repetida con pocos cambios en las siguientes ampliaciones. No podemos denominar a los susodichos resaltes como contrafuertes en el sentido estricto del término, ya que no están contrarrestando ningún empuje, por lo que su eliminación no devendría en colapso estructural (FERNÁNDEZ, 1981, p. 8).
En cuanto a las puertas, tomamos como referencia para su análisis la más emblemática de todas, hoy conocida con el nombre de Puerta de San Esteban, originalmente Puerta de los Visires, abierta en el lado occidental. Se aprecia en ella una estructura tripartita, con dos cuerpos laterales de menor anchura y uno central que focaliza la atención, con el vano enmarcado por un arco de herradura y un alfiz, el más antiguo conservado de la arquitectura andalusí (MOMPLET, 2008, p. 39), y rematado por un tejaroz sostenido por unos elementos muy característicos del Arte hispanomusulmán que vamos a cansarnos de ver en el interior: los modillones de rollos. Este cuerpo central fue ampliamente reformado por el emir Mohammed I (852-886).
Fachada de la Puerta de San Esteban, abierta en el muro oeste de la Mezquita de Córdoba. Wikimedia Commons
Es el espacio interno el que proyecta la imagen que más ha calado en la cultura popular y en la Historia del Arte: todo el que vea una fotografía de aquí sabe que esta fue sacada en la Mezquita de Córdoba. Las once naves cuentan con doce tramos y, como hemos dicho en la planta, se trazan de forma perpendicular al muro de alquibla, no solo por una cuestión compositiva básica que ayuda a dirigir la mirada del fiel durante las oraciones, sino también por un tema estructural que resultó decisivo “en la ordenación espacial de la mezquita” (MONEO, 1985, p. 28). Todas se cubren con techumbres de madera a una altura de unos 9,5 metros por una razón más psicológica que puramente estructural, pues la población musulmana, particularmente los guerreros, aún acostumbrados a rezar al aire libre, no toleraban los espacios claustrofóbicos (FERNÁNDEZ, 1981, p. 14).
Vista interior de la Mezquita de Córdoba desde la sección de Abderramán I, mirando hacia el sureste. Wikimedia Commons
Para solventar esto, el arquitecto de la mezquita cordobesa exprimió su ingenio y sabiduría, diseñando una solución brillante para el alzado de las naves que supuso un notable progreso en relación a la Gran Mezquita de Damasco y otros precedentes. Partiendo de columnas reaprovechadas de edificios romanos y visigodos, unos arcos de herradura con dovelas alternas de piedra y ladrillo se asientan sobre cimacios y arriostran pilares que se enlazan a los mismos con los ya conocidos modillones de rollos. En vez de rellenar con muro macizo el espacio restante hasta el techo, se aligera el material y, con ello, los pesos, mediante un segundo nivel de arquerías, esta vez de medio punto, y dejando sin enjutar las del primero, decisión arriesgada pero que, a la postre, se demostró eficaz y “verdaderamente ingenieril” (FERNÁNDEZ, 1981, p. 14).
Parándonos un momento a pensar en esta hábil disposición, uno seguramente no tardará en preguntarse lo siguiente: si las columnas fueron extraídas de edificios diferentes, ¿no son sus alturas, por tanto, variables? Efectivamente, las dimensiones de unas y otras adolecen medidas diversas, razón por la que se tuvo que nivelar la altitud para que el primer nivel de arquerías arrancara de una imposta común. La solución adoptada fue un sillarcruciforme que, a la vez que actúa de salmer de dos arcos adyacentes, constituye la base de los modillones de rollos sobre los que van los pilares. Esta decisión, en cuanto escaseó el material de acarreo y se tuvo que fabricar desde cero, se volvió innecesaria, pues las piezas comenzaron a labrarse de forma estandarizada.
Estas mismas columnas de la fase de Abderramán I son las únicas de toda la mezquita que tienen basa, ya que en sucesivas ampliaciones los arquitectos prescindieron de ella. No fue esta, como os podéis imaginar, una decisión arbitraria, sino fruto de una cimentación individual para cada soporte y deficiente en calidad que comprometió la estabilidad de la estructura, una de cuyas consecuencias fue el hundimiento de las basas por debajo del nivel del suelo. De esta forma, a partir de Abderramán II, con la intención de mantener la continuidad formal, se prescinde de este elemento.
La alternancia bícroma que se practica en los arcos, además de enriquecer estéticamente el conjunto emiral, responde a una funcionalidad no siempre comentada, y es que la conjunción de las resistencias de la piedra y el ladrillo genera una flexibilidad capaz de soportar los procesos de dilatación y contracción (MOMPLET, 2008, p. 33). Esta solución arquitectónica no es original de los omeyas, sino que hunde sus raíces en el pasado Imperio romano y el coetáneo Imperio bizantino, de donde, a través de continuos trasvases, acabó penetrando en el ámbito musulmán.
Además de sustentar las techumbres de madera, el segundo nivel de arcadas funciona también como desagüe, ya que circula por su engrosada superficie un canalón que drena el agua de la lluvia hacia unas gárgolas situadas en los extremos del mismo. De esta manera, las once naves de la mezquita de Abderramán I actúan como si fueran acueductos que recorren el largo de la sala de oraciones, y por este motivo los tejados son a dos aguas e individuales por nave, para desempeñar así una labor canalizadora más efectiva.
Dibujo del alzado y la sección de las naves de la Mezquita de Córdoba. Blog Reflexiones sobre un clasicismo contemporáneo
Completarían este conjunto el mihrab, posiblemente una hornacina de la que hoy solo se conserva un nicho con forma de venera, y el primer alminar de la historia de la mezquita, levantado ya por el hijo de Abderramán I, Hisham I (788-796), cuyas marcas excavadas dan unas dimensiones aproximadas de 6 x 6 x 18-20 metros, pudiendo constituir uno de los primeros alminares turriformes del islam, aunque sobre su alzado aún se plantean serias dudas (MOMPLET, 2008, p. 35). Hixem I también proyectó una galería para mujeres y una fuente de abluciones en el patio.
Así llegamos a la primera ampliación de la Mezquita de Córdoba, planificada por el emir Abderramán II (822-852), desarrollándose las obras entre 833-848. Es ya en este punto donde constatamos por primera vez lo que hemos dicho anteriormente de que la estructura delineada por el arquitecto de Abderramán I, muchas veces definida como un “bosque de columnas”, resultó clave en la posterior ordenación espacial, pues se fijó un esquema perfectamente extensible en todas direcciones. Aquí radica una de las mayores ventajas de la mezquita hipóstila frente a los otros modelos, ya que, al disponer un espacio “indiferenciado y monótono, carece de límites, como el mismo desierto o un palmeral en el oasis” (CHUECA, 2000, p. 289).
Consciente de la enorme maleabilidad de la Mezquita de Córdoba, y ante el crecimiento demográfico de la capital del emirato, el arquitecto de Abderramán II, que auspició un periodo de bonanza para Al-Ándalus, emprendió una extensión hacia el sur de las once naves en ocho tramos. Esto supuso el derribo del primer muro de quibla y mihrab, mas no al completo, dado que habría ocasionado problemas de estabilidad estructural, sino que ciertos puntos fueron mantenidos en su posición y aprovechados con una doble intencionalidad: contrarrestar los empujes de las arquerías y marcar una separación visual entre la zona antigua y la nueva. Con ello, hubo de levantarse un segundo mihrab, el cual, según la información de que disponemos, tuvo un mayor desarrollo arquitectónico, anticipando así el que analizaremos de fechas del califa al-Hakam II (MOMPLET, 2008, p. 38).
Vista interior de la Mezquita de Córdoba desde la ampliación de Abderramán II hacia la Capilla del Lucernario de tiempos de al-Hakam II; donde hoy vemos la portada que da acceso a la misma estuvo el segundo mihrab. Wikimedia Commons
Con el fin de evitar los problemas vistos y comprobados en la obra de su predecesor, esta vez se optó por el uso de una cimentación corrida y no independiente para cada soporte, medida óptima que se perpetuó en el tiempo junto con la comentada prescindencia de las basas columnarias, propiciada por la necesaria elevación de la cota de suelo. Se mantiene también la tendencia a reaprovechar fustes de otras construcciones, pero también se va implementando gradualmente el trabajo ex profeso, destacando especialmente los capiteles, aunque solo conservamos de esta fase en torno a una docena de un total de ochenta (MOMPLET, 2008, p. 37). En ellos se perfila una estética propiamente hispanomusulmana que, partiendo de modelos corintios y compuestos, avanza hacia algo autóctono.
En el año 912 llega al trono emiral Abderramán III, quien, en el 929, empujado por la acuciante presión del Califato Fatimí de El Cairo, a su vez independizado del Califato Abasí de Bagdad, da el paso y se convierte él también en califa, fundando con ello el Califato Omeya de Córdoba, tercer gran califato en este contexto de disgregación de la unidad islámica. Ostentando tal título, entre el 951-958 promueve la tercera ampliación de la mezquita cordobesa, pero, a diferencia de la anterior, esta se proyecta hacia el norte y centra su programa constructivo en tres objetivos: ampliar el patio, erigir un nuevo alminar y reforzar la fachada septentrional del oratorio, sobre todo tras los daños que sufrió en el terremoto del 880-881.
La ampliación del patio llevó aparejada la construcción de galerías abiertas (riwaks) en todos los lados, salvo, evidentemente, en el que da acceso al oratorio, y aunque fueron rehechas en el siglo XVI, se respetó su estructura original en buena medida, basada en sucesiones de triples arcos entre potentes machones (MOMPLET, 2008, p. 42). En cuanto al refuerzo de la fachada hacia la sala de oraciones, lo que se ideó fue una duplicación de la misma tanto para suplir los daños del terremoto, que amenazaron con su desplome, como contrarrestar las cargas de las prolongadas arquerías, decisión que iba a ser crucial para la ampliación de al-Hakam II.
Pero qué duda cabe de que la joya de la política constructiva de Abderramán III fue el alminar, que sustituyó al de tiempos de Hisham I. Su estructura hoy yace bajo la torre-campanario de la catedral, y gracias a que no fue destruida se ha podido reconstruir su aspecto hipotético: era un coloso prismático de unos 47 metros de altura, con un primer cuerpo de fachadas simétricas dos a dos, animadas por vanos de herradura con alfices, y un segundo concéntrico y de menor diámetro con una sola apertura por lado y coronado por la cúpula con el yamur; las cornisas se animan con merlones escalonados. El elemento excepcional de este alminar es que, en vez de una única escalera en torno al núcleo central, alberga dos diferenciadas, acorde a las dos entradas al mismo, una desde el exterior y otra por el patio.
Maqueta a escala reducida que reconstruye el posible aspecto original del alminar de Abderramán III. Museo Arqueológico de Córdoba
Advertido estaba el lector desde el principio de qué dos fases iban a acaparar una notoria mayor atención en esta primera parte del análisis: la de Abderramán I ya la hemos abordado, toca ahora introducirnos en la ampliación de al-Hakam II (961-976). En sus momentos como príncipe heredero, su padre, Abderramán III, encargó a su hijo la tarea de supervisar las obras de la ciudad palatina de Medina Azahara (936-976), cuyo conocimiento todavía nos es parcial, pero en estos decenios del siglo X se detectan en la Mezquita de Córdoba patrones que, claramente, beben de allí, barajándose la posibilidad de que trabajaran en el templo algunos de aquellos talleres constructivos.
Este hecho y la circunstancia de que al-Hakam II, nada más suceder en el califato a su padre el 16 de octubre del 961, tomara como primera decisión en el cargo una nueva ampliación de la mezquita cordobesa, han llevado a la historiografía a pensar en que llevara fraguando su ambicioso plan desde que ostentara el puesto de supervisor de obras de Medina Azahara (MOMPLET, 2008, p. 41; ABAD, 2009, p. 10). Y salta a la vista, al contemplar su proyecto, que el pensamiento detrás de todas y cada una de sus partes no se concibió en poco tiempo, sino que se trata de una muy bien urdida empresa en el plano arquitectónico, decorativo y simbólico con la que se prestigia y sanciona el poder del califa como sucesor de Mahoma (ABAD, 2009, p. 10).
Con justicia se ha denominado a la ampliación de al-Hakam II como una “mezquita dentro de la mezquita”, ya que en tamaño se equipara más o menos a la de Abderramán I, y de igual manera que hiciera Abderramán II, esta se va a efectuar hacia el sur, siendo la última vez que se avance en esta dirección. La principal razón de que posteriormente no se prolongara la mezquita por el flanco meridional se debe a que, conforme se acercaban al río Guadalquivir, el desnivel aumentaba a marchas forzadas, y para poder mantener la cota de suelo vigente se tuvieron que realizar unos cimientos de siete metros de grosor y más de tres de altura, con todo el gasto económico y material que ello supone.
Planta general de la ampliación de la Mezquita de Córdoba proyectada por al-Hakam II. ABAD, 2009, p. 11
Consecuencia del espesor de la cimentación fue la erección de unmuro no menos grueso, de unos seis metros, en este lado sur, hecho que permitió compartimentar su superficie en una serie de estancias donde se van a desplegar las mejores y más ricas soluciones arquitectónicas de la mezquita, fruto de un gobernante con altos niveles de exquisitez y refinamiento. El mihrab, que como veremos en unos instantes ya no es un simple nicho en la pared, está flanqueado por cinco habitáculos de planta cuadrada a cada lado, siendo las más relevantes las adyacentes, una destinada al pasadizo privado del califa (sabat) y otra a la sala del tesoro (bayt al-mal).
Antes de analizar en profundidad el que sería el tercer mihrab de la historia de la Mezquita de Córdoba, debemos preguntarnos primero qué se hizo con el segundo, el de Abderramán II. De igual manera que pasó con el de Abderramán I, si bien la demolición del muro de quibla era necesaria para efectuar la transición hacia los doce nuevos tramos del oratorio, esta no fue absoluta para eludir posibles percances estructurales, sino que se reformó como arqueríatransversal que actuara a modo de contrafuerte, por un lado, y también como elemento delimitador hacia la ampliación de al-Hakam II, por otro. Esta diferenciación de espacios va a quedar resaltada y engrandecida en el tramo central y sus laterales, estableciendo en estas naves de principio a fin un sector privilegiado y aislado del entorno que se ha convertido en el epicentro de numerosas investigaciones e hipótesis.
A modo de pórtico, el arquitecto de al-Hakam II diseñó en el inicio de la nave central, de cara al mihrab, por tanto, la llamada Capilla del Lucernario, rebautizada en el siglo XVII como Capilla de Villaviciosa al trasladarse a su interior una imagen de la Virgen procedente de la localidad de Villaviciosa de Córdoba. Tanto este como los tramos colindantes, en vez de ser proyectados con arcos de herradura, lo hacen con bellos arcos polilobulados, que, si bien ya habían sido empleado con anterioridad, ahora por primera vez se emplean con fines constructivos y no solo ornamentales (MOMPLET, 2008, p. 45). El arco que permite el acceso a esta capilla desde la zona de Abderramán II fue reemplazado por una portada cristiana de estilo renaciente, en cuya composición podéis deteneros un par de imágenes más arriba.
Interior de la Capilla del Lucernario o Capilla de Villaviciosa. Wikimedia Commons
La Capilla del Lucernario, acogida como cabecera de la primera catedral gótica incrustada en el interior de la mezquita, está delimitada por tres intercolumnios por lado, con columnas que alternan fustes rosados y azulados, y cuyos capiteles mantienen la esencia compositiva del orden compuesto. Sobre ellos apean elaborados juegos de arquerías en varios niveles, el inferior de arcos polilobulados, el superior de herradura con otros tantos polilobulados superpuestos a sus roscas, y uno de remate, también polilobulado, sin función sustentante, meramente decorativo. Buena parte de sus superficies están ricamente cuajadas de yeserías caladas con motivos geométricos y de ataurique que anticipan lo que veremos magnificado en la zona del mihrab.
Mirando hacia arriba apreciamos en toda su gloria una de las grandes aportaciones de la arquitectura hispanomusulmana de este esplendoroso periodo: las bóvedas de crucería califal. Al igual que los alfices o los modillones de rollos, estas bóvedas pasan a nutrir la riqueza del lenguaje arquitectónico andalusí, apreciando ya en la Mezquita de Córdoba las enormes posibilidad plásticas y creativas de entrecruzar los nervios periféricamente. La bóveda de la Capilla del Lucernario, en concreto, dispone de cuatro pares de nervios paralelos que delimitan un cuadrado central y una serie de espacios auxiliares, cubiertos casi todos con gallones, y plementos por donde se abren ventanas que iluminan el interior y la senda hacia el mihrab.
Vista de la nave central hacia la macsura y el mihrab de al-Hakam II. Página web oficial de la Mezquita-Catedral de Córdoba
Desde aquí seguimos recorriendo la nave central camino al mihrab, observando en el trayecto que se ha respetado casi íntegramente el alzado de doble nivel de arquerías con dovelaje bícromo alterno vigente desde tiempos de Abderramán I, únicamente se han adosado a los pilares del segundo nivel pilastras con profusos relieves. Corre por el perímetro superior de la nave central una cenefa epigráfica cuyos fragmentos han permitido leer un mensaje religioso en loor de la fe y recordando la constante intervención de Dios en el destino humano (ABAD, 2009, p. 18). La nave central se cruza en su extremo con un transepto delimitado por una arquería, generando ello una planta en T, cuyos orígenes radican en la arquitectura abasí y cuyo “tímido anuncio” pudo ya trazarse en la ampliación de Abderramán II (SOUTO, 2007, p. 50).
Cruzada la arquería transversal, donde vuelve a practicarse un primer nivel de polilobulados y un segundo de herradura, aunque sin las pretensiones vistas en la Capilla de Villaviciosa, quedamos cobijados por el vestíbulo del mihrab, espacio perfectamente acotado y resaltado en planta y alzado que, por ende, recibió un tratamiento de primer orden. Estos seis tramos son considerados tradicionalmente la macsura de al-Hakam II, mas se ha formulado en este sentido otra hipótesis bajo la cual la macsura englobaría el total de las tres naves centrales, desde la Capilla del Lucernario hasta el mihrab, espacio longitudinal que quedaría separado del público mediante mamparas de madera, creándose así un oratorio privado para el califa (ABAD, 2009, p. 14).
Perspectiva aérea de la mezquita de al-Hakam II, apreciando a ambos lados de las tres naves centrales las mamparas de madera. ABAD, 2009, p. 15
A este ámbito privativo del poder se accedía mediante un pasadizo secreto que conectaba la mezquita con el alcázar, situado justo en frente, que cruzaba por encima de la calle: el sabat. Se tienen noticias de esta práctica en la Mezquita de Córdoba desde tiempos del emir Abdalá I (888-912), quien se desplazaba sin ser visto hacia la macsura construida por Mohammed I. Siguiendo esta práctica del “soberano oculto” o “soberano distante”, propia del ceremonial abasí (SOUTO, 2007, p. 52), al-Hakam II mandó construir un pasadizo cubierto que conectara el alcázar con un postigo en la fachada occidental de la aljama, todavía hoy visible, desde donde, cruzando la puerta alojada en el muro de quibla, llegaría a su oratorio evitando la mirada civil.
El secretismo del califa solo podía hacer intuir al grueso de la población el poder del que era dueño, reflejado, como hemos dicho, en su ampliación de la Mezquita de Córdoba en general, en las tres naves centrales en particular, y en el vestíbulo del mihrab en concreto. Los dos tramos finales de dichas naves quedan agrupados en forma de tres espacios cuadrangulares delimitados por dos intercolumnios en cada lado, separándose unos de otros mediante la misma solución en altura usada en este sector de la arquería transversal. Así mismo, todas se cubren con intrincadas bóvedas de crucería califal que tejen estrellas de ocho puntas cuyos nervios descansan en sendas columnillas y generan vanos que inundan de luz este sagrado espacio.
Bóveda de crucería califal que cubre el “antemihrab” de la Mezquita de Córdoba, ornada con brillantes mosaicos bizantinos. Wikimedia Commons
Por su cercanía al mihrab, es el espacio de la nave central, el “antemihrab”, en el que más énfasis se puso a la hora de diseñar su estructura y programa decorativo. La transición de la planta cuadrada a la octogonal se efectúa por medio de arquillos polilobulados en las esquinas que actúan como trompas. De aquí parte la estrella, diferente a la de las bóvedas laterales, pues nace de la convergencia de dos cuadrados girados 45º, los cuales auspician un octógono concéntrico de menos diámetro. Paulatinamente, se va evolucionando hacia una cubrición de base mixtilínea formada por gallones separados por nervaduras, y todo se recubre, en vez de con decoraciones caladas, con suntuosos mosaicos de fondo dorado que dibujan motivos vegetales principalmente.
Tanto para estos mosaicos como los de la fachada del mihrab el propio califa, mediante correspondencia, pidió al basileus Nicéforo II Focas que enviara a un artista musivo de renombre desde el Imperio bizantino al Califato omeya de Córdoba, y en verdad solo así se explica tanto el estilo compositivo como la riqueza y finura de las teselas con que se urden estas decoraciones. En esta elección del mosaico como medio artístico con el que recubrir los espacios más importantes de la mezquita puede notarse la voluntad de al-Hakam II de emular monumentos de aquella Siria omeya de la que desciende, como la Gran Mezquita de Damasco, que también contó con artistas bizantinos para acometer la decoración teselada de sus superficies.
La obra maestra del artista bizantino que intervino en la Mezquita de Córdoba es, sin duda, la fachada del mihrab, si bien por ello no merecieron menor atención las de la sala del tesoro y el sabat, hábilmente trazadas y organizadas en cada uno de sus detalles. La fachada principal se divide en tresregistros: el inferior lo conforman placas verticales caladas con ataurique, el intermedio sería el principal, con el arco de herradura, seccionado en falsas dovelas ricamente cubiertas con teselas rojas, azules, verdes y doradas, con enjutas o albanegas con profusos relieves florales que tienden al horror vacui y enmarcado por varios alfices cuyos espacios intermedios se rellenan con caligrafía cúfica; y el superior, articulado por siete arcos trebolados sobre columnillas que acogen nuevos mosaicos de temática vegetal.
Fachada del mihrab de al-Hakam II en la Mezquita de Córdoba. Wikimedia Commons
Las columnas que guardan el paso del “antemihrab” al mihrab fueron trasladadas desde el viejo mihrab de Abderramán II, constituyendo un homenaje simbólico del pasado y una clara muestra de respeto hacia los ancestros. Pasado el umbral, nos espera el primer mihrab habitacional de la arquitectura islámica (MOMPLET, 2008, p. 50), que ha trascendido con creces la condición de simple nicho practicado en el muro de quibla para convertirse en un espacio de planta poligonal cubierto con bóveda con forma de venera. Sus paredes se dividen en dos registros: uno inferior, con placas lisas de mármoles rematadas por una cenefa de caligrafía dorada; y uno superior, integrado por arcos trilobulados en cada paño del muro, el cual se orna con exuberantes estucos calados y remata en una inscripción coránica. Se registran aquí firmas de algunos artistas también documentados en Medina Azahara, nueva prueba del trasvase de talleres constructivos.
Vista del interior del mihrab de al-Hakam II, protagonizado por su excelsa bóveda conquiforme. Wikimedia Commons
La ampliación de al-Hakam II se completaba con un mimbar móvil de nueva factura que desapareció en el siglo XVII, leyéndose en las fuentes escritas alabanzas sobre su excepcional calidad; y la apertura de nuevas puertas en el lado occidental. Estas fueron restauradas por Ricardo Velázquez Bosco, quien llevó a cabo una labor cientificista y rigurosa entre 1887-1918 centrada no solo en las puertas, sino también en las recargadas techumbres lignarias de las naves del mismo al-Hakam II. Lo que más debate ha generado de esta restauración es la libertad con que el arquitecto dispuso una falsificación epigráfica que da prueba de su intervención en la Puerta del Espíritu Santo, alegando ante la RABASF que lo hizo porque el turista no sabe leer árabe y ya no resultaba adecuada una inscripción coránica (LAGUNA, 2013, pp. 76-77); por desgracia para él, ahora todos sabéis este secreto.
Fachada occidental de la mezquita cordobesa en tiempos de al-Hakam II; el vano más a la derecha, hoy aislado del acceso de la calle, fue en origen la puerta del sabat. Wikimedia Commons
Cabría tomar tan magnífica empresa como un ideal epílogo a la Mezquita de Córdoba, pero hay una última ampliación que no por menos espléndida debemos omitir, ya que estaríamos faltando a uno de los pilares del oficio del historiador del Arte. Cuando accede al trono califal Hisham II (976-1009), quien verdaderamente maneja los hilos del poder es su visir, Almanzor, ingenioso político y militar que provocó serios daños a los núcleos cristianos del norte mediante numerosas y violentas aceifas que ocasionaron el saqueo e incluso destrucción de ciudades importantes como León, Santiago de Compostela y Barcelona. Como usurpador del poder real, Almanzor vio en la mezquita cordobesa la oportunidad perfecta de justificar su imagen ante el pueblo y entroncarse legítimamente con la familia omeya.
Con esto en mente, ordena entre 987-994 una nueva extensión de la mezquita hacia el este en ocho naves con el correspondiente sector de patio, dotado de un pabellón de abluciones y un aljibe subterráneo; con ello, la suya fue en superficie la más grande de todas las ampliaciones ejecutadas en la Mezquita de Córdoba, pues casi duplicó todo lo anteriormente construido. La mayor parte de la historiografía especializada, sea desde el campo de la Historia del Arte, de la Historia de la Arquitectura u otro relacionado, califica con escasas concesiones esta fase como la menos interesante del conjunto, pues predomina la cantidad sobre la calidad y se prima la proyección de la posición política de Almanzor por encima de una obra con personalidad artística como vimos con al-Hakam II. Ello, por ende, se traduce en un predominio de la copia de la estructura anterior en vez de realizar una aportación creativa y original.
Ahora bien, y buscando siempre ser objetivos en lo que exponemos, hay que señalar, en primer lugar y para bien de Almanzor, que con su ampliación la mezquita cordobesa superó los 22000 m2, posicionándose con ello como la tercera mezquita más grande del islam en aquel entonces (MOMPLET, 2008, p. 57). En segundo lugar, la extensión proyectada no fue solo motivada por el deseo del visir de reflejar su grandeza, sino también por una evidente cuestión de crecimiento demográfico, ya que la población estaba aumentando de forma natural y también debido a la afluencia masiva de inmigrante bereberes. Tercero, elegir el este como punto hacia el que aumentar la superficie del edificio, aunque fue por razones prácticas, permitió a su vez que se conservara el mihrab de al-Hakam II, la zona más bella de la mezquita.
Dibujo de Miguel Sobrino González que muestra la reconstrucción hipotética de la mezquita aljama cordobesa previamente a las intervenciones cristianas. Historia National Geographic
Para conectar las zonas anteriores con la nueva de Almanzor, se tuvo que horadar el muro oriental por completo, usando como elemento de transición amplios arcos de herradura apeados en pares de columnas. El arquitecto que diseñó estas ocho naves pudo simplemente haberse limitado a copiar el esquema de dobles arquerías en toda la superficie, pero la imitación de la planta y alzado anteriores llegó también a asumir como parte del programa constructivo los contrafuertes de las mezquitas de Abderramán I y Abderramán II, aquellos que resultaron del derribo parcial de sus respectivos muros de quibla. Evidentemente, en esta extensión ya no tienen el mismo sentido que sus originales, sino que constituyen una nueva medida de legitimación política del puesto de Almanzor en el califato andalusí.
Por otro lado, la ampliación de Almanzor supuso la desvirtuación de algunos de los principios que se habían logrado en el templo cordobés a lo largo de su historia. Primeramente, el sentido longitudinal que fue adquiriendo con las sucesivas fases se perdió, otorgando al conjunto una planta algo más cercana al cuadrado que remite hasta cierto punto al plan original de Abderramán I. Esto llevó aparejado también la descentralización del eje que lleva al mihrab de la quibla de al-Hakam II, que no fue continuada en las nuevas obras, sino que ese espacio fue rellenado con sendas arcuaciones; de esta forma, la pieza maestra del anterior reinado quedó desplazada y se rompió la simetría.
ANÁLISIS COMPOSITIVO Y FORMAL II: LA CATEDRAL Y MÁS ALLÁ
La época dorada que supuso el Califato de Córdoba para la historia de Al-Ándalus se truncó para siempre en el 1031, año en el que el territorio hispanomusulmán, completamente unificado hasta entonces, se disgregó en una serie de reinos independientes llamados taifas, perpetrando un debilitamiento irreversible del islam en la península que no fue pasado por alto por los monarcas cristianos. Aprovechando la ruptura de su integridad, la “Reconquista” avanzó sin dar ya marcha atrás, cayendo Córdoba a manos del rey Fernando III, “el Santo”, en 1236.
Se inicia así una nueva etapa de la historia de Córdoba, entre cuyas medidas estuvo la cristianización de la Mezquita de Córdoba no solo en el plano simbólico y titular, sino también en el arquitectónico, pues el que fuera emblema de la saga familiar omeya iba a convertirse en el protagonista de una serie de remodelaciones estructurales que, para bien o para mal, prolongaron la vida del edificio emiral y califal. El primer paso como tal no conllevó modificaciones del tejido arquitectónico islámico, tan solo se celebró su consagración oficial como iglesia de la Virgen María el 29 de junio de 1236, y tres años más tarde, en 1239, adquiere rango de Catedral de Nuestra Señora de la Asunción, siendo su primer obispo Lope de Fitero.
Durante dos siglos y medio, pese a pequeñas intervenciones destinadas a acomodar una parte de la mezquita a las necesidades del culto católico, el espacio fue muy respetado, pero es que incluso cuando se erigió la gran catedral del siglo XVI la resolución adoptada fue levantarla en medio de la sala de oraciones en lugar de derruir por completo la estructura islámica, como sucedió en ciudades como Toledo o Sevilla. La belleza de la Mezquita de Córdoba fue la principal razón de su salvación, ya que fue apreciada como maravilla única en el mundo por musulmanes y cristianos, como reflejan las fuentes, y si hasta alguien del rango de Jiménez de Rada, arzobispo de Toledo, ensalzó las virtudes de un edificio hereje bajo su perspectiva, qué decir del propio cabildo cordobés.
En este punto de la historia, está claro que la aljama cordobesa había trascendido su condición de “edificio de culto para erigirse en símbolo de la ciudad e incomparable trofeo para los vencedores” (SOBRINO, 2009, p. 154). Con esa idea de respeto y admiración hacia la obra de sus predecesores, eligieron como ámbito en el que celebrar los actos litúrgicos el inicio de la zona de al-Hakam II, convirtiendo la Capilla del Lucernario en el presbiterio de la primera catedral, dado su mayor nivel de iluminación, y el tramo adyacente al este en sacristía. Para ello, se cegaron los arcos del lado oriental, se elevó esta sección mediante unas gradas, se ubicaron las sillas de los canónigos en el cuerpo del coro, fundido en el bosque columnario, y se decoró la cabecera con un programa iconográfico al fresco datado hacia 1351 (ABAD, 2019, pp. 395-397).
Dibujo hipotético de la reforma inicial para la Catedral de Córdoba. ABAD, 2019, p. 396
Nos desplazamos ahora al siglo XIV para analizar las siguientes disposiciones adoptadas en el espacio hispanomusulmán, que siguen manteniendo un marcado afán de conservación de la estructura original. En esta centuria, se reforma la Puerta del Perdón, acceso desde el exterior al patio tal y como fue proyectado en tiempos andalusíes, y, sobre todo, se construye la CapillaReal, anexa al este de la Capilla del Lucernario. El debate en torno a su origen sigue candente en el ámbito académico, hallando posturas que, por un lado, defienden que se trata de una construcción califal o almohade, y otras que la califican de obra mudéjar mandada erigir por Pedro I (1350-1369) o su hermano Enrique II de Castilla (1369-1379) como panteón en el que descansaran los restos de su abuelo, Fernando IV, y su padre, Alfonso XI.
Buena parte de las fuentes afirman con abrumadora certeza que fue Enrique II de Trastámara quien ordenó su edificación en 1369, pero la idea de llevar a cabo una capilla funeraria en la Catedral de Córdoba es anterior, y de igual manera puede también serlo su origen. Alfonso XI mostró en vida el deseo de ser sepultado junto a su padre, Fernando IV, pero su cuerpo permaneció en la Catedral de Sevilla hasta su traslado a Córdoba en 1371 (ABAD, 2019, p. 403). Fue su hijo Pedro I quien mostró gran preocupación por cumplir aquel deseo, por lo que, aunque las crónicas han legado el nombre de su hermano, el fratricida Enrique II, como promotor de la Capilla Real cordobesa, es probable que él terminara en dos años una obra ya comenzada por aquel (ABAD, 2019, p. 406).
Se data una primera remodelación del presbiterio y la sacristía a la muerte de Fernando IV en 1312, año en que el nivel de suelo de la segunda, la que luego sería Capilla Real, se eleva metro y medio, alojando en un plano subterráneo una especie de cripta abovedada a la que se accede mediante una triple arquería tanto en el norte como en el sur. Si bien inicialmente los cuerpos de Fernando IV y Alfonso XI pudieron reposar en la planta baja, fue el ámbito superior donde finalmente se guardaron sus sepulcros (ABAD, 2019, p. 409), hasta que en 1736 se decidiera trasladarlos de forma definitiva a la Real Colegiata de San Hipólito.
Vista del ámbito superior de la Capilla Real de Córdoba. Página web oficial de la Mezquita-Catedral de Córdoba
Compositivamente, el interior de la Capilla Real de la Catedral de Córdoba se organiza en dos registros: uno inferior menos armónico y otro superior, más homogéneo. El primer nivel se divide a su vez en un zócalo de azulejería y arcos ciegos, ambas partes separadas por frisos; la disposición de arcadas en los lados occidental y oriental es tan diferente que casi parecen ejecuciones de periodos distintos (ABAD, 2019, p. 412). Pero nada iguala en belleza al segundo nivel, cuajado de decoraciones de raíz islámica cuyo máximo exponente es su bóveda, formada por pares de arcos entrecruzados a la manera de la Capilla del Lucernario, solo que adaptándose a una planta cuadrada, llenando toda la superficie de deliciosos mocárabes de yeso y abriendo dieciséis vanos en la base para inundar de luz natural el interior.
En caso de tratarse de una creación mudéjar, estaríamos ante uno de los múltiples ejemplos de la arquitectura cristiana hispana que demuestran el enorme influjo generado por las soluciones arquitectónicas de la arquitectura hispanomusulmana, concretamente de la Mezquita de Córdoba. La dispersión de las bóvedas de crucería califal podemos verla, por ejemplo, en la Iglesia del Santo Sepulcro de Torres del Río (Navarra), cuyo interior se cubre con una bóveda cuyos nervios se cruzan periféricamente y dejan un octógono en el centro. De igual manera, elementos como los alfices y los modillones de rollos van a permear la debatida arquitectura mozárabe o de repoblación, y en este caso la procedencia cordobesa es indiscutible.
Hecho este inciso, debemos avanzar hacia el reinado de los Reyes Católicos, época en la que, con el nombramiento del obispo Íñigo Manrique de Lara (1485-1496), se planifica la primera gran alteración estructural de la vieja mezquita cordobesa. Se traza en este espacio de recepción de la ampliación de al-Hakam II una verdadera nave gótica, cubierta con techumbre apuntada de madera sobre pilares y arcos fajones de piedra cuya superficie se cuadricula en casetones que alternan en patrón ajedrezado decoraciones vegetales e inscripciones latinas y griegas alusivas al Salvador. La cabecera, una vez más, fue la Capilla del Lucernario, y a los pies, cuadrando con la Puerta del Espíritu Santo, se abrió un rosetón. Ya no es la mezquita quien atraviesa el recinto cristiano, sino que ahora es la catedral la que invade el espacio musulmán.
Nave gótica de la primera catedral cordobesa. Wikimedia Commons
Si para esta primera catedral hubo que derribar una pequeña parte de las arquerías de al-Hakam II y desmontar el techo original, lo que se fraguó pocas décadas después en medio del oratorio fue un par de escalas mayor. Esta segunda catedral, que es la que sobresale en el horizonte de Córdoba, es la viva prueba de que, como dice el célebre arquitecto Rafael Moneo:
“El tiempo no es tan sólo pátina para la obra de arquitectura, y con frecuencia, los edifios [sic] sufren ampliaciones, incorporan reformas, sustituyen o alteran espacios y elementos, transformando la imagen, cuando no perdiéndola, que en su origen tuvieron.”
(MONEO, 1985, p. 26)
La arquitectura no solo pasa a través del tiempo, sino que el tiempo pasa a través de ella, pues ha sido, es y siempre será la más viva de todas las artes, y que hoy nos refiramos a tan magna construcción como mezquita-catedral convierte el caso cordobés en “uno de los edificios que mejor desempeñan su papel de testimonio de la historia” (MOMPLET, 2008, p. 27). El artífice de esta magnánima empresa fue el obispo Alonso Manrique de Lara (1516-1523), sobrino de Íñigo y hermano del famoso poeta Jorge Manrique (todos hemos leído en la ESO o bachillerato las Coplas a la muerte de su padre), y fue su decisión una de las más controversiales que puedan recordar los anales de la historia.
Volvemos a recordar en este momento el enorme aprecio que sentía la población e incluso la Iglesia castellana por el monumento omeya, lo que se tradujo en este periodo en la oposición frontal del pueblo cordobés y el cabildo catedralicio hacia la propuesta del obispo. Sin embargo, este apeló al mismísimo Carlos I, quien aprobó su plan en 1523, aunque las fuentes relatan que, durante su visita a Córdoba de 1526, al ver el boquete donde se instalaría la catedral, expresó que “Yo no sabía lo que era esto, pues no hubiera permitido que se llegase a la antigua; porque hacéis lo que puede hacerse en otras partes, y habéis deshecho lo que era singular en el mundo” (PONZ, 1988, vol. IV, p. 485).
No vamos a entrar al debate de si fue adecuado o no el derribo de una parte del patrimonio hispanomusulmán para hacer hueco a la catedral, nuestra intención es sintetizar esta nueva fase histórico-arquitectónica de la ya con derecho denominada Mezquita-Catedral de Córdoba. El arquitecto que se encargó de diseñar las trazas fue Hernán Ruiz I, “el Viejo”, maestro de obras ya presente en la catedral sevillana que acometió una difícil tarea al tener que ensamblar un edificio tardogótico-renacentista en la malla columnaria de una mezquita hipóstila, y que su proyecto triunfara nos habla del profundo conocimiento que poseía de ambas arquitecturas (MONEO, 1985, p. 33).
Antonio Almagro Gorbea, planta de la Mezquita-Catedral de Córdoba. Colecciones de la RABASF
De una forma eficaz, práctica y económica, Hernán Ruiz desarrolló una planta con la que se aprovechaban las propiedades estructurales de algunos de los elementos más destacados del templo islámico. Diseñó una iglesia de cruz latina, con una única nave de seis tramos de grosor cuya pared septentrional empleaba como contrafuertes los restos del muro de quibla de Abderramán I y su idéntica prolongación en la ampliación de Almanzor, teniendo tan solo que construir nuevos refuerzos en el lado meridional y los correspondientes soportes para los arbotantes. Por su parte, el transepto comprende el espacio de dos naves del oratorio musulmán, sus brazos tienen un largo de tres tramos y el crucero toma forma elíptica en vez de circular debido a que su anchura es solo de dos tramos y no de cinco como la nave.
Antonio Almagro Gorbea, planta de bóvedas de la Catedral de Córdoba. Colecciones de la RABASF
Hernán Ruiz I no pudo ver su obra concluida, razón por la que este proyecto terminó convirtiéndose en una verdadera empresa familiar, continuada primero por su hijo Hernán Ruiz II, quien levantó los muros del transepto y las recargadas bóvedas de crucería de los brazos del mismo y del tramo de la Capilla Mayor, que combinan nervios rectos y combados. En un paréntesis continúa la labor Juan de Ochoa, encargado de abovedar la zona del coro con medio cañón al más puro estilo renacentista y el crucero con una majestuosa cúpula oval, y finalmente la catedral es consagrada en 1607 mientras está de maestro de obras Hernán Ruiz III, nieto del primero.
Fotografía de la bóveda del coro y parte de la cúpula del crucero a mano derecha. Wikimedia Commons
La pared de los pies de la iglesia quedó perfectamente alineada con la que fuera nave central de la Mezquita de Córdoba, luego descentralizada axialmente por la ampliación de Almanzor, que dirigía hacia el mihrab, de tal forma que el acceso principal, enmarcado por la Puerta de las Palmas, conduce los pasos del espectador. En estos tramos se configura un trascoro renacentista con el que se monumentaliza la entrada al recinto cristiano, amparada por una fachada de sencillas líneas constituida por un primer cuerpo con dos vanos flanqueados por pares de columnas dórico-toscanas y coronados por frontones triangulares, y un segundo a modo de ático cuyo marco central, guardado por columnas jónicas, sirve de morada a una estatua sedente de San Pedro.
Trascoro de la Catedral de Córdoba. Wikimedia Commons
En el extremo opuesto la estructura de la iglesia queda cerrada por el trasaltar, concebido como un muro anexo a las arcuaciones de una de las naves de Almanzor, apreciando en la solución ingeniada un claro ejercicio de respeto y adaptación a los elementos islámicos. Se divide en dos niveles, el inferior sustentado por arcos carpaneles cuyos entrepaños se rellenan con tracerías góticas, mientras que en el superior se concentra un programa escultórico con episodios del ciclo de Pasión y Resurrección, adaptándose sus tímpanos a la forma de los arcos de herradura hispanomusulmanes.
Parte del trasaltar de la Catedral de Córdoba. Wikimedia Commons
Antes de hablar del retablo y del coro, debemos volver a retomar la labor de Hernán Ruiz I y su nieto, autores de otras importantes reformas de la mezquita-catedral. El primero acometió la remodelación de las galerías del patio entre 1510-1516, que fueron rehechas respetando la estructura omeya, como ya dejamos apuntado, y su superficie se pobló de árboles y fuentes en tiempos del obispo Francisco Reinoso (1597-1601), conociéndose ya con el nombre de Patio de los Naranjos, al igual que su homólogo de Sevilla.
Por su parte, Hernán Ruiz III diseñó la estructura de la torre-campanario con que se cubrió el alminar de Abderramán III, un coloso de 54 metros de altura que constituye el punto álgido del skyline de Córdoba. El antiguo alminar fue reutilizado con funciones de campanario hasta que en 1589 un terremoto afectara a su estructura, proyectándose en 1593 una nueva torre que se concluyó en 1617, aunque una serie de condicionantes climáticos posteriores motivaron otras tantas restauraciones de su arquitectura. Compositivamente, consta de tres cuerpos de planta cuadrada, separados por sendas cornisas y balaustradas, y en sus esquinas se erigen pináculos rematados por bolas escurialenses; el cuerpo inferior queda anexo a la Puerta del Perdón, el tercero alberga las campanas bajo vanos de serlianas y se corona el conjunto con una linterna sobre la que se yergue una estatua de San Rafael.
Fotografía del Patio de los Naranjos con sus galerías y la torre-campanario de la Catedral de Córdoba. Wikimedia Commons
Tanto el abuelo como el nieto intervinieron también, aunque en periodos distintos, en lo que hoy es la Parroquia del Sagrario, situada en el ángulo sureste de la Mezquita de Córdoba. Hernán Ruiz I se encargó de reformar lo que fue la antigua Capilla de Santiago para acoger la librería capitular, y Hernán Ruiz III la transformó en sagrario a finales del siglo XVI. Este espacio, que abarca cinco tramos de tres naves, representa un nuevo capítulo del respeto profesado por los cristianos hacia la estructura musulmana, ya que mantuvieron las arquerías intactas en lo formal y reaprovecharon todos los elementos de época andalusí como soportes renovados de un programa de frescos iniciado en 1583 por el pintor piamontés César Arbasia.
Parroquia del Sagrario. Página web oficial de la Mezquita-Catedral de Córdoba
Podemos, ahora sí, volver al interior para analizar, en primer lugar, el Retablo Mayor, diseñado por el arquitecto jesuita Alonso Matías, cuya propuesta fue aprobada por el cabildo en 1618, aunque en 1625 se vio forzado a abandonar su puesto de maestro de obras (NIETO, 1997, p. 52). Su plan consiste en un retablo de mármol formado por predela, dos cuerpos y tres calles, todo enmarcado por columnas de orden compuesto y frontones curvos rotos. Se combinan óleos de mártires cordobeses, entre ellos San Acisclo, patrón de Córdoba, con esculturas exentas de bronce dorado, aportando más empaque y barroquismo a la estructura. En el centro del primer cuerpo se encuentra el tabernáculo, que configura una “metaestructura” de dos alturas rematadas por una cúpula con linterna también cupulada.
Retablo Mayor de la Catedral de Córdoba. Blog del proyecto de investigación Encrucijada de mundos: Identidad, imagen y patrimonio de Andalucía en los tiempos modernos
En frente del Retablo Mayor se dispone la sillería del coro, cuya esmerada talla corrió a cargo del escultor Pedro Duque Cornejo, que la comenzó en 1747 y la terminó en 1757, año de su fallecimiento, por lo que fue la obra final de su vida, valiéndole ello ser enterrado a los pies de la misma. No solo el material elegido es excepcional (caoba de las Antillas), sino también los relieves de los estalos, de un abigarramiento propiamente tardobarroco, siendo el culmen el trono del obispo, protagonista del conjunto donde Cornejo volcó sus máximos esfuerzos, pues la concibió al modo de un retablo (NIETO, 1997, p. 54). Esta espléndida pieza, ejemplo de manual de lo que significa la expresión horror vacui, queda presidida por la escena de la Ascensión de Cristo.
Sillería del coro de la Catedral de Córdoba, presidida por el trono del obispo. Wikimedia Commons
El patrimonio de la catedral es mucho más amplio, pero como no queremos seguir extendiéndonos mucho más, señalaremos únicamente los dos púlpitos, los dos órganos y el tesoro. Los púlpitos, realizados entre 1762-1779, están tallados en madera, igual que la sillería coral, y descansan sobre grupos marmóreos de los evangelistas. Los órganos, por su parte, fueron completados respectivamente en 1671 y 1827, y en el transcurso de su historia han sido objeto de varias restauraciones. En cuanto al tesoro catedralicio, está expuesto en la Capilla de Santa Teresa o del Cardenal Salazar, anexa a la sala del tesoro omeya, y su pieza estrella es la custodia, exquisitamente concebida por el orfebre Enrique de Arfe entre 1514-1518, a excepción de la base, que es un añadido dieciochesco (NIETO, 1997, p. 72).
Patrimonio de la Catedral de Córdoba: a la izquierda, púlpito del Lado del Evangelio; a la derecha, custodia del tesoro. Wikimedia Commons
Fuera de los límites de la nave y el transepto de la Catedral de Córdoba, otras reformas fueron ejecutadas en los siglos XVII y XVIII, la más destacada de las cuales fue la sustitución de las antiguas techumbres de madera con bóvedasde lunetos de yeso. Junto a este cubrimiento se disponen en cada nave una serie de lucernarios con los que se pretendía solucionar el problema de la escasa iluminación de la antigua mezquita, concluyendo de forma definitiva “la transformación cristiana del edificio” (CAPITEL, 1985, p. 45). También en el siglo XVIII se abren en la fachada sur de al-Hakam II una serie de balcones distribuidos en dos pisos que aportan todavía más luz al interior.
Cerramos esta segunda parte del análisis mencionando algunas capillas abiertas en los laterales del oratorio que destilan un notable interés histórico-artístico. En la nave oeste se halla la Capilla de Nuestra Señora de la Concepción, construida entre 1679-1672 y destacable tanto por la calidad de su retablo escultórico como los frescos de la antecapilla. Al sur tenemos la ya mencionada Capilla de Santa Teresa, sede del tesoro de la catedral que cuenta con un gran desarrollo en planta, cubriéndose al interior con una cúpula sobre tambor finamente ornamentada y mostrándose al exterior con perfil octogonal. Finalmente, traemos a colación, también en el lado sur, la Capilla de San Esteban por acoger en su seno la tumba del poeta cordobés Luis de Góngora y Argote.
Frescos de la antecapilla de la Capilla de Nuestra Señora de la Concepción de la Mezquita-Catedral de Córdoba. Wikimedia Commons
CONCLUSIÓN: ¿MEZQUITA, CATEDRAL O MEZQUITA-CATEDRAL?
Un viaje de más de un milenio como el que hemos experimentado todos juntos por la Mezquita-Catedral de Córdoba se merece un descanso, y ahora que tenéis conocimientos suficientes para valorar en su justa medida el paradigma de organismo arquitectónico vivo que supone, debo formular obligatoriamente la siguiente pregunta: ¿habría sido mejor que la mezquita hubiera permanecido intacta, que la catedral se luciera por encima de aquella mediante el derribo total de la sala de oraciones, o consideráis que con la sabia combinación de ambas se forjó una simbiosis digna de elogio y respeto?
Sabéis bien lo peligroso que es caer en los extremos, y más en un caso tan delicado como el que nos atañe, pues década tras década se ha ido generando desde el siglo XIX un profundo debate y polémica que ha acaparado la atención de los medios de comunicación. Por un lado, los viajeros románticos han legado una visión según la cual la España cristiana es un periodo oscuro frente a la luz que arrojó la extinta Al-Ándalus al Arte y cultura en la península Ibérica (SOBRINO, 2009, p. 171), y en ella hemos de rastrear la raíz que motivó las numerosas restauraciones del edificio musulmán, en un posible intento de“re-islamizar” el monumento cordobés (LAMPRAKOS, 2018, p. 49).
Actuando bajo ese platillo de la balanza, ya durante la Segunda República comenzó a proliferar una propuesta de traslado de la catedral cristiana piedra a piedra para así poder restaurar del todo la mezquita omeya. Esta idea cogió fuerza en las décadas del franquismo, pues el propio caudillo la apoyó dado el interés diplomático que suscitaba de cara a la política exterior, ya que ello le permitiría reforzar lazos con el mundo islámico (LAMPRAKOS, 2018, p. 50). El líder de este bando que anhelaba fervientemente mover la catedral de sitio fue el arquitecto Rafael de la Hoz Arderius, el mismo que investigó hasta el final de sus días la llamada proporción cordobesa, cuyo desglose no podemos ya permitirnos; aunque incluso recibió el apoyo del Ayuntamiento, la conferencia del ICOMOS (Consejo Internacional de Monumentos y Sitios) de 1973 frustró para siempre sus planes (LAMPRAKOS, 2018, pp. 50-51).
Tirando del otro lado de la cuerda se encuentran los defensores a ultranza de la Iglesia cristiana, que, al igual que los de la otra facción, están en posesión de posturas y perspectivas harto radicales y nocivas para la conservación patrimonial. El fortalecimiento de estas tiene un primer eslabón en la Transición y los estatutos de autonomía, coyuntura en la que, mientras Andalucía buscaba reivindicar su pasado islámico, la Iglesia llegó a negarlo rotundamente (LAMPRAKOS, 2018, pp. 52-53). Obcecada en este objetivo de aplicar la damnatio memoriae a la Mezquita de Córdoba, las autoridades eclesiásticas promovieron una serie de campañas y actuaciones propagandísticas con las que pretendían vender al público la “verdadera” historia del templo (LAMPRAKOS, 2018, p. 53).
Querido lector, te ruego que analices bien toda la información que has estado procesando en este tiempo para que no caigas en el error de inclinarte hacia un lado u otro, busca el equilibrio. Esa es precisamente la postura que lleva reflejando la UNESCO desde que declarara el centro histórico de Córdoba Patrimonio de la Humanidad allá por 1984. Ante esta declaración oficial, la Iglesia no tuvo más remedio que respetar el nombre de mezquita del monumento, ahora bien, no cejaron en su empeño de alegar que es la propietaria histórica y legítima (LAMPRAKOS, 2018, p. 54). En fin, contentémonos con haber deleitado nuestros sentidos con la Mezquita-Catedral de Córdoba.
Vista aérea de la Mezquita-Catedral de Córdoba. Wikimedia Commons
FUENTES Y BIBLIOGRAFÍA
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MEZQUITA-CATEDRAL DE CÓRDOBA
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